VALÈNCIA. El artista Francisco López le ha hecho un regalo a València. Se trata de un archivo de 50 mil registros de audio, de más de 10 mil artistas de 80 países y 700 volúmenes físicos entre libros, revistas y otras publicaciones. Se llama Super·Sonic y su nuevo hogar (durante, al menos, los tres próximos años) son Las Naves. El término regalo se lo da la dimensión y la importancia de esta colección única en España y una de las más completas del mundo del arte sonoro y la música experimental, que tiene la capacidad de generar en València un nodo de divulgación y creación de esta expresión.
El espacio físico del archivo ocupa las antiguas salas de ensayo, hasta ahora en desuso, que ahora se convierten en una biblioteca y una sala de escucha. Pero el proyecto de Super·Sonic también va ligado a la digitalización total de dicho archivo para permitir su consulta online con acceso libre mediante registro. Todo con el objetivo de convertirse en un motor de divulgación y producción: “La colección debe llegar a la ciudadanía, a la investigación y a los artistas”, explicaba ayer Gilles Martin, responsable de Sono·Lab, el paraguas sobre el que se ha fraguado este proyecto durante dos años.
“La colección tiene mi nombre precisamente porque es personal. Surge de 40 años de intercambio de música directamente con otros artistas y sellos de arte sonoro. La colección es el resultado de la actividad popular de miles de personas”, explica, por su parte, Francisco López. Su archivo, a pesar de ese carácter personal, ha intentado ser, no solo lo más ecléctico, sino también lo más inédito posible. “Muchos de los cassettes y CDs son microediciones de obras sonoras autoeditadas. La colección es excepcional porque se compone de objetos físicos promovidos por los propios artistas”, desgrana.
En realidad, este archivo es un altar a la cultura del intercambio que, a lo largo de los 80 y los 90, y con la democratización de la distribución gracias al cassette, fue la manera de crear comunidades en diferentes géneros musicales. “La colección demuestra cómo era la distribución antes de internet. Esa manera de intercambiar música eran las redes sociales antes de que existieran las redes sociales. Es el reflejo de una comunidad global, y como elemento histórico y cultural es importantísimo. Este archivo personifica esa manifestación cultural del intercambio que continua en la actualidad: la colección sigue creciendo y se nutre de proyectos con otros artistas”.
Los intercambio de López a lo largo de estas décadas van más allá de sus gustos personales o los intereses de su propia carrera: “Todas las colecciones tienen un sesgo, incluso las institucionales, porque dependen de un comisario. Yo he querido ser muy ecléctico y este archivo contiene todo tipo de estéticas, categorías, generaciones y sellos”, respondió ayer a preguntas de la prensa.
Dentro de la colección hay una “enorme” cantidad de recopilatorios, lo que permite ampliar el abanico sin necesidad de multiplicar las referencias: “Hay una gran diversidad de artistas desconocidos para mí. He intentado tener siempre un criterio muy abierto en mis intercambios. Incluso hay artistas que son grandes amigos cuya obra no es de mi gusto personal”.
Para que esta colección no abrume a la persona que se acerque a ella está Rubén García, encargado de cuidar y acabar de catalogar y digitalizar el fondo depositado por López: “Es un lujo tener esta colección, una oportunidad enorme. Queremos que no sea un contenedor sin más, sino algo vivo que genere mucha actividad. En las salas se podrá trabajar y escuchar, pero también componer. Queremos tejer también una red de visita de artistas y de mover al público de este tipo de música... ¡Que lo hay!”, reivindicaba el responsable de Super·Sonic.
García también se encargará de crear itinerarios de entrada y vasos comunicantes entre las diferentes referencias para hacer navegable la colección, tanto al más entendido como al novel. El objetivo principal es, a vista de lo declarado por todos sus responsables, que la colección despierte el carácter popular del arte sonoro, y que no se quede en un rincón sonoro percibido como algo elitista: “No he conocido ningún tipo de música, artistas y red que sea más abierta que el arte sonoro. Es lo que he podido y puedo ver en esta escena y lo que queremos ofrecer con esto”. Sobre esto mismo, Francisco López también ha destacado que “a pesar de que no es comercial, el arte sonoro tiene una tradición de hace más de un siglo, una tradición muy larga pero muy desconocida, popular (es decir, nada elitista), pero sí subterránea”.
Por eso, más que un archivo, Super·sonic insitirá en ser un “polo cultural” a través de una programación paralela. Cada mes, un artista expondrá su obra; y cada trimestre la visita será de un artista internacional que esté de gira por Europa. Además, se están preparando unas residencias de producción con el objetivo de que la colección viva como inspiración para artistas contemporáneos. “Las colecciones tienen sentido cuando promueven la creación”, sentenciaba López.
Esa es la dimensión del regalo: uno que remite, que llama, que invoca. Un territorio desconocido que está encantado de ser explorado. Los tres años por los que se ha firmado el convenio no son una fecha de caducidad, sino un límite burocrático que se podrá (y se espera) ampliar. Será entonces cuando se sepa el provecho que saca la ciudad de un tesoro cultural que, en su nicho, pone a València en el mapa. Dicen que València es “la ciudad de la música”; la aspiración debería ser que lo sea de las músicas.