VISIONES Y VISITAS  / OPINIÓN

Franco

7/10/2019 - 

Van a sacar a Franco del podridero. Van a escenificar el hallazgo de la momia, el desentierro del espectro, la exhumación del caudillo apergaminado en que se cifran todos los problemas de la nación. Van a ser arqueólogos ideológicos, verdugos diferidísimos, ajustadores de cuentas a historia pasada. Van a perpetrar la venganza extemporánea de la guerra civil. Es la revancha montaraz, esa victoria paralela y falsa que se inventan los malos perdedores. Quieren pasear en triunfo el cartón de Franco, celebrar un desfile siniestro con el encarroñado centro de su inquina leninista. 

Van a lavarse la cara con el viejo relumbrón del «movimiento», con la oxidada pasamanería de los uniformes y el andrajoso moaré del mando. Van a organizar la romería del fantasma con bigotillo, del susto amortajado, del señor bajito que atemorizó hace un siglo a los epígonos del bolchevismo. Van a esconder el espeluznante fracaso de la gestión socialista bajo los apolillados alfombrones de un mausoleo. Van a tapar con una noche de walpurgis el horrendo espectáculo de su incapacidad parlamentaria. 

Pretenden convertir el desquite pelado en apariencia de algo; echar mano del pasado y trasladarlo al presente. Y esto les produce tanta satisfacción que incluso el jefe del ejecutivo en funciones cedió a la impaciencia y escondió entre su equipaje, para exhibirla en la ONU, cierta mojama retórica sobre Franco. La polvorienta raspa de D. Francisco está en danza demasiado tiempo: la llevan a la espalda los ministros interinos, y aprovechan cualquier oportunidad —especialmente cuando no viene al caso— para exponerla. Franco, del que no se acordaba ni el tato, es hoy la comidilla de todos. Lo han destapado virtualmente antes de hacerlo físicamente; lo han glosado en efigie televisiva y han provocado, en bastantes casos, que cautive otra vez al populacho con su raído pero todavía operante ultramontanismo. 

Franco redivivo cabalga entre las masas. Franco acecinado agita como nunca la sociedad. Franco vuelve tanto que no parece haberse ido. Está más presente que Iglesias y Torra, que la insondable cuestión catalana y la retórica fofa de Sánchez. Hay una expectación social en torno a la estantigua de Franco. La multitud está esperando que lo arranquen de la tumba, y sufrirá una espantosa decepción si no se abre la caja y se dejan a la vista el mostacho y los galones, la corambre seca y las uñas recrecidas. Con la curiosidad pública no se juega, y el gobierno provisional, con su política de mortuorio, se ha metido en un embrollo. 

El problema, en este momento, ya no es trasladar el odre de Franco, sino evitar el circo. Impera el voyeurismo, y la gente no aceptará una mudanza sigilosa, por mucho que la ministra portavoz diga que se abrirá la huesa con discreción, sin alharacas, evitando el fisgoneo y el morbo. Suponemos que intentarán levantar el ataúd sin que se desintegre, devorado quizá por la carcoma, y se desparramen los zancarrones del generalísimo.

 Habrán de andarse con tiento, porque al más mínimo descuido, a la menor sacudida pueden desencadenar el desparrame, la indignidad y la infamia: que cedan las junturas y el esqueleto fluya, radio por allá y esternón por aquí, a través de mangas y perneras. En ese desgraciado instante no sería nada extraño que la tolvanera dictatorial fuese capturada por un móvil entrometido, y se viniera completamente abajo la cautela; que se generase material clasificado y que, más pronto que tarde, se desclasificara.

La medida estrella del socialismo contemporáneo, el chilindrón de su programa electoral, eso que tanto necesita España degeneraría entonces en pura vendetta macabra, en un halloween a destiempo, y encima en campaña. Pero esto son futuribles. Lo único seguro hasta la fecha es el masivo interés que despierta la carcasa de Franco, la gran popularidad que se ha dado a su momia. En cuanto la saquen, de una pieza o en porciones, del hoyo, más de uno querrá ver, en los jirones de su difuntez, el vestigio de un pasado mejor o peor, luminoso u ominoso, pero tan sólido y fidedigno como inasible y volátil resulta el presente. Franco viajará de un camposanto a otro, hará una excursión entre dos agujeros durante la cual desfilará de nuevo, a lomos del jamelgo socialista, por el mundo de los vivos.