VALÈNCIA. Volvía a coger la batuta el titular de la formación con buenos resultados, siendo este el último concierto antes de que la orquesta y Alexander Liebreich comparezcan en la histórica sala Gaveau de París, en la primera salida al extranjero después de demasiados años.
Comenzó el concierto con la pieza “Stille Musik” (Música silenciosa) una breve obra del compositor ucraniano de 85 años Valentin Silvestrov. A pesar de unas sonoridades inicialmente atractivas con el uso de los pizzicati y ecos en la cuerda, está meditativa música se vuelve en breve algo empalagosa, poco imaginativa y repetitiva en cuanto a la fórmula empleada consistente en una lenta sucesión arpegios. En los dos movimientos siguientes la obra se torna demasiado autorreferencial, tendiendo a la monotonía armónica y rítmica. Se podía haber resuelto todo en un único movimiento. No hay a penas evolución y intenciones se diluyen pronto en el vacío. Los miembros de la sección de cuerda y Liebreich, eso sí, tradujeron los compases con delicadeza y sensibilidad.
Otro mundo en, todos los sentidos, es la siguiente obra interpretada. “De mí siempre esperan grandes ideas, grandes cosas, pero no puedo soportar la tragedia de este tiempo. Quiero repartir alegría. Lo necesito” manifestó Strauss al poco de finalizar la Primera Guerra Mundial, y eso parece desprenderse de este concierto. Al terminar la segunda fue el contacto con un soldado norteamericano oboísta de una de las grandes orquestas de aquel país lo que le llevó a componer un concierto del cual recelaba inicialmente. El plato fuerte de la tarde a velar por los resultados fue el Concierto para oboe y orquesta de Richard Strauss que tuvo en el gran oboísta francés François Leleux un enorme traductor.
Resulta un tanto absurdo describir en estas líneas lo que significa experimentar como oyente la absoluta maestría en un músico, pues la descripción no hace justicia, sin embargo y para aproximarnos a lo que es el arte de Leleux hay que señalar su inagotable fiato con el que dibuja la música en el espacio, infinita capacidad llevar las dinámicas hasta donde precisa la expresión de su arte, la inagotable gama tímbrica, su musicalidad extraordinaria. Encima desprende carisma y un encanto personal irresistible. El concierto straussiano para este difícil instrumento es de una deliciosa y bellísima intrascendencia que atrapa como el delicatesen que es. Uno de los cantos del cisne de ese genio que fue Richard Strauss en el ocaso de una larga existencia plagada de obras maestras. Aunque está escrita con mano maestra, pareciera la obra de un joven compositor, lo que dice mucho del ya anciano monstruo de la música. También resulta del todo desconcertante, como señalábamos al inicio, el momento histórico en que fue compuesta-una Alemania devastada días después de finalizada la contienda- pues irradia encanto y gracia. Excelente el acompañamiento de la Orquesta de Valencia y de su director en una traducción de todos para el recuerdo.
Cerró el concierto la octava sinfonía de Antonin Dvorak en una lectura más que correcta, y que fue claramente de menos a más, sin que se llegara al refinamiento que requiere esta idiomática obra. Los recientes resultados con el concierto para violonchelo del compositor bohemio fueron superiores en este sentido. No obstante, la formación sigue en su trayectoria ascendiente, aunque esta ocasión haya significado una meseta en su progresión.
No comenzaron bien las cosas con la célebre frase de los violonchelos, que abre la obra, en la que se primó más el volumen y empaste que la poesía que encierra, por si fuera poco, la flauta perdió levemente la afinación en la larga nota con la que finaliza su primer solo, no obstante, y afortunadamente fue un accidente que quedó ahí, pues a lo largo y ancho de la obra se mantuvo en un notable nivel en su difícil cometido, y así fue premiado por el público en el turno de saludos. La formación lució un sonido potente, quizás demasiado tosco al inicio, y se echó de menos ese hálito bohemio que esta música ha de rezumar constantemente. Muy bien, una vez más, todos los metales, especialmente las trompetas y trompas. Quizás haya que buscar el momento álgido en la interpretación en el tercer y célebre tercer movimiento en el que Liebreich y la orquesta sí que supieron trasladarnos a esas tierras tan queridas por el compositor checo con esa magistral y célebre melodía cantada por la cuerda desde su inicio.
Ficha técnica:
Viernes 1 de abril de 2022
Auditorio del Palau de les Arts
Obras de Valentin Silvestrov, Richard Strauss y Antonin Dvořák
François Leleux, oboe
Orquesta de Valencia
Alexander Liebreich, director musical