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Frédérique Pressmann llega al final del camino: la francesa que buscó el nuevo tiempo del Cabanyal

Estrena su nueva película documental, Cabanyal Any Zero, un viaje por ella misma a través de las voces que explican lo que queda por el camino cuando se procura avanzar

11/05/2019 - 

VALÈNCIA. El sofoco de una jornada de poniente. El viento parece que a estas horas de la tarde abrasa el Cabanyal y convierte las paredes en material blando. Frédérique Pressmann acaba de llegar. La cineasta francesa vuelve y vuelve a València, el hábito desde que en 2012 un propósito brotó. Encarna la mirada externa que, de tanto persistir, termina siendo los ojos mismos. Del canal francés ARTE Radio a generar documentales de radio (“en la radio la pantalla es más grande que en el cine”, Orson Welles) y a sofocar sus ansias de conocimiento dirigiendo documentales. Un buen día el Cabanyal se cruzó a su paso. Necesitó encontrar las respuestas.

Hemos quedado a pocos días del estreno de su película Cabanyal Any Zero, una circulación por un estado emocional. Parece probable que, siendo el caso del Cabanyal en realidad sean las circunstancias homologables a cualquier flanco herido en plena transformación en cualquier parte del mundo.

La película se estrena en los Babel el miércoles, tuvo algunos pases previos en València, donde algún espectador protagonista se retiró de la sesión incapaz de reiterar el quebranto, y en París, donde a pesar de que el documental no se entretiene en introducciones sirve como marco para mostrar las dicotomías de las evoluciones urbanas repentinas.

Foto: KIKE TABERNER.

Cuando la directora francesa llegó por primera vez a València por una sucesión de encuentros (un vecino parisino de origen valenciano, una recomendación cruzada) y fue a terminar en el Cabanyal por otro cruce más (había leído en una guía ‘lo del Cabanyal’), fue a encontrar algo similar al gran hallazgo. Quedó pasmada al sentir entre aquellas calles un emparejamiento intangible, una suerte de ‘su lugar’.

Cuajó la cinta. Ha llegado hasta aquí. Cerca de cuatro años de rodaje, cerca de siete en la mente, como una carga con la que necesitas enfrentar. El documental no tiene ápices románticos, más bien es una carga amarga. Cuando se le pregunta por los sentimientos que guarda este trayecto, por la diferencia entre las expectativas del inicio y las que siente ahora, hay un brote de desengaño, de desencanto, de confusión.

La cacofonía de voces en torno al Cabanyal se sustancia en el transcurso de un abanico de personalidades que la directora fue hallando. Pero tal vez ella misma es protagonista de esa evolución. Qué se pierde cuando se avanza, cómo se avanza.

Uno de los desafíos mayores de Pressmanm en comparación con sus otras ciudades de rodaje -París, Nueva York- fue… la luz. “Encontrar la cámara que soportara mucho contraste de latitud, la diferencia entre sombra y luz”, comenta. El contraste técnico se sorteó, el resto de contrastes se acentúan.

Foto: KIKE TABERNER.

Recorremos. Hay un inicio en la zona cero por la que la película atraviesa en pleno trance hacia un nuevo futuro. Pressmann, ahora mismo, mira expectante, escudriñando solares y edificios. Aquí donde el profesor Francesc soñaba con una plaza de la memoria con 17 palmeras, una por año de lucha. El mismo Francesc que encontraba como una de las primeras rebeliones saberse el nombre de sus vecinos. Quizá coser comienza por ahí. Cuando murió su fachada se llenó de itinerantes recuerdos de sus vecinos. Todos sabían su nombre. Su casa mira a la incertidumbre.

En la paradoja universal de ordenar aquello fracturado hay una constante: el encorsetamiento de colectivos sociales que, tras luchar en contra, se quedan sin apenas espacios para sostenerse por causa de la presión inmobiliaria. Pressmann conduce hasta el edificio de La Col•lectiva, el ámbito asociacional desde hace unos meses vendido a un fondo de inversión.

Se repiten historias parecidas al paso. En L’Escola, antiguo centro cultural, hay ahora un restaurante. La demostración de que normalizar también requiere nutrir excepcionalidades. Durante la película, Xusa, en L’Escola, se prepara para ver cómo la piel del edificio cambia para acoger un uso muy distinto.

Ante algunos restaurantes la directora sospecha que se le confiere más importancia al año fundacional, a la cosa, que al propio fondo, a la razón de ser. El peligro de abrazarse al efecto souvenir.

El primer encuentro en el que la directora parece reconciliarse con las expectativas es Cabanyal Horta. Más contraste. Rizando el rizo del choque de usos. Jòvenes tenistas, vecinos del Bloque y trabajadores que dan forma a nuevas irrupciones de huerta conviven en una misma zona. Justo aquí el documental refleja cómo la calzada histórica de El Clot se recupera tras los rastros. La emoción de quienes al salir de casa miran lo que está por llegar con los ojos del pasado. Un camino a una nueva era.

Unas cuantas manos de obra vecinales amplían los huertos refulgentes que discurren alrededor del camino. Pressmann se detiene. Parece flotar un pensamiento: ¿Es el inicio de un tiempo o el final de otro? 

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