VALÈNCIA. La Gran Recesión de 2008 dejó una “huella” inmobiliaria en el sector bancario español. El estallido de la burbuja generó una ola de impagos y ejecuciones hipotecarias que llenaron de inmuebles los balances de las entidades financieras.
A pesar de las soluciones institucionales implementadas (léase SAREB o banco malo) y del incremento progresivo de los requerimientos de dotación por parte de las autoridades supervisoras, en mi opinión, y después de más de una década, quedan restos de un problema que todavía no se ha resuelto completamente. Sobre todo en entidades que acometieron procesos de fusión por absorción de cajas de ahorro con un fuerte componente inmobiliario y en otras que no traspasaron parte de su problema inmobiliario a la Sareb (fundamentalmente los grandes bancos). No se ha producido una total normalización de los circuitos de crédito que haya podido traducirse en un apoyo firme al sector empresarial para situar el crecimiento económico del país en cifras deseables, que puedan reducir ese problema estructural español llamado “desempleo”. La tasa en España durante el primer trimestre de 2013 alcanzó una cota máxima del 27%, llegamos a 2019 con una cifra del 13,7% y la Covid- 19 ha situado las cifras en 2020 en un 16,2%, además con una bolsa de 750.000 personas en los ERTE cuya tasa de conversión a expedientes de regulación de empleo desconocemos pero el desempleo se va incrementando.
La covid-19 ha vuelto a atacar la “línea de flotación” del sistema bancario, cuando todavía estábamos reparando el armazón. Eso sí, la nave ya presentaba mejoras significativas y nos encontrábamos navegando sin aparentes problemas por aguas más tranquilas. ¿Qué problemas tiene o puede tener en estos momentos el sector bancario? Si hacemos un análisis por rúbricas significativas, que coinciden con las principales masas patrimoniales de su balance, cabría distinguir:
-La financiación básica, fundamentalmente los depósitos de los clientes, no presenta grandes problemas si seguimos la evolución del ahorro privado durante la pandemia como contraprestación a la caída del consumo (según el Banco de España durante el primer semestre de 2020 el aumento del ahorro en la zona euro fue de 300.000 millones de euros, un 3% del PIB). Únicamente el fenómeno de los tipos de interés negativos en los depósitos que la banca ha empezado a aplicar puede perjudicar la estabilidad de esta partida.
-La financiación obtenida en los mercados de capitales está fuertemente sostenida en estos momentos por la política monetaria expansiva del Banco Central Europeo y su programa de facilidades crediticias a la banca (la subasta de préstamos TLTRO III, realizada en junio de 2020, adjudicó una cantidad de 1,3 billones de euros a la banca, récord histórico). Es una solución transitoria y artificial, pero de momento está dando sus frutos y facilita liquidez a la banca para otorgar créditos al sector productivo por la que puede obtener una rentabilidad del 1% ( no ya a coste cero ). Aquí podría aparecer un problema futuro de incremento del coste “real” de este tipo de financiación.
-La inversión crediticia típica es la variable fundamental a analizar. Y esta es la que más ha sufrido, primero por los problemas históricos de morosidad que trajo consigo la crisis y después por el escenario sobrevenido de tipos negativos que se ha instalado en la economía, para perjudicar claramente los márgenes de las operaciones crediticias, sobre todo las hipotecarias. Esto ha afectado fuertemente la rentabilidad del negocio bancario que, en estos momentos, no supera el coste del capital. Hablamos de ROE (rentabilidad sobre recursos propios) en entornos del 7%, incluso en casos como el Banco de Santander en negativo (-9,8%) por las pérdidas publicadas en 2020 (8.771 millones de euros).
-La solvencia viene determinada por el patrimonio neto o los recursos propios de las entidades. Esta rúbrica suele medir la capacidad de resistencia de las entidades ante futuros escenarios difíciles proyectados. Los supervisores, especialmente a partir de la normativa de Basilea, han tratado de fijar requisitos mínimos de solvencia que, lógicamente, detraen recursos utilizables en la financiación y afectan a la competitividad del sector. No me parece que puedan ser suficientes para afrontar una crisis de magnitudes importantes sin ayudas externas (gobiernos y bancos centrales ) si comparamos el peso de estos recursos con la inversión crediticia.
Las soluciones globales articuladas por los gobiernos con la aparición de la actual pandemia han tratado de “sostener” determinadas variables, como la morosidad y el desempleo, con medidas temporales como las moratorias de todo tipo que afectan claramente a la banca. Pero los rebrotes de la enfermedad van a hacer difícil que el crecimiento de la morosidad y el desempleo no afecte de manera importante a la ya debilitada rentabilidad del negocio bancario, a pesar de las elevadas provisiones anticipadas en las cuenta de resultados de 2020 (18.900 millones, de las que 8.350 millones son específicas Covid). Ha vencido gran parte de la moratoria y, aparte de las prórrogas, no parece que vaya a afectar de manera significativa a la ratio de morosidad actual que ronda el 4,5%, cifra de partida ya alta de por sí, en mi opinión. Lo que sí creo que puede afectar la morosidad es el fin del “boom” de los préstamos consumo facilitados por el sistema bancario estos últimos años, si se traducen en impagos.
Todo ello nos conduce a un difícil futuro para la banca solo imaginable en entornos de digitalización absoluta y continua reducción del número de empleados y de la red de sucursales como sigue sucediendo en la actualidad. Continúan los anuncios de ERE´s por parte de las grandes entidades (el último de 3.000 empleados anunciado por BBVA, a falta del dato que supondrá la fusión entre Bankia y Caixabank, que se estima afectará a 7.000 - 8.000 empleados)
La competencia de las fintech y las bigtech, con criterios de regulación más laxos, acentúa el problema de la competencia, a lo que se añade el cambio en los hábitos de las nuevas generaciones, no necesitadas de presencia física en la red de sucursales. Dejando de lado parcelas que aportan valor añadido a determinado tipo de clientes (la Banca Privada por ejemplo) en las que opino que existen perspectivas de crecimiento y rentabilidad, el futuro pasa por la digitalización, el manejo del Big Data y el incremento de la eficiencia.
Un futuro poco alentador. Los supervisores no quieren entidades “sistémicas”, pero sí favorecen procesos de concentración que dicen son necesarios y cuyo resultado son “oligopolios” que restringen la libertad de mercado y la competencia. Ellos mismos se contradicen. Procesos de fusión que más que generadores de sinergias son huidas hacia adelante.
Eficiencia y productividad no están directamente relacionadas con tamaño, no lo han estado nunca. Ni tamaño grande presupone de por si mayor resistencia a las crisis, el concepto “too big to fail” fue puesto en evidencia por la última Gran Recesión de 2008.
En resumen, lo pequeño es hermoso y muchas veces rentable y eficiente, pero los procesos globales dirigidos no van por ahí. Ya estamos pagando un elevado coste en términos de restricción de libertad financiera con la reducción del número de entidades y el tamaño de las bigtech.
Pero, por si acaso, no pierdan de vista a los bancos. Ya han adquirido las fintech más importantes que han ido apareciendo en el mercado.
Banca sostenible, ética, finanzas verdes, existen múltiples denominaciones, las entidades bancarias van a apostar por esa vía para poder sobrevivir.
Rentabilidad, solvencia y eficiencia, pero en este orden, sin la primera las otras dejarán de existir.
Francisco Muñoz, autor del libro ‘Si sale cara gano yo, si sale cruz pierdes tú: La Crisis financiera de 2008. Causas, soluciones y aplicación a la crisis del coronavirus’