El actor estrena ‘Desierto’, un thriller de supervivencia dirigido por Jonás Cuarón, con quien repetirá en breve encarnando al Zorro
VALENCIA. Un grupo de mexicanos cruza la frontera de manera ilegal. Una camioneta los lleva hasta el límite con Estados Unidos y, una vez allí, los abandona a su suerte, sin apenas agua ni modo de orientarse, para que se las arreglen y lleguen al otro lado. Al futuro. A un lugar donde, dicen, podrán vivir mejor. Pero si sortear las patrullas de vigilancia ya es un problema, la aparición de un francotirador xenófobo y sediento de sangre y su perro de presa complicará todavía más las cosas. Se inicia la caza del hombre en inhóspito espacio abierto que ocupa los 94 asfixiantes minutos de Desierto (2015), la nueva película de Jonás Cuarón, desde hoy en las pantallas españolas. Un thriller de supervivencia franco-mexicano, con epidérmico toque de denuncia y atmósfera de western, rodado en los impresionantes paisajes de Baja California, que se debate entre amoldarse al convencional modelo narrativo de Hollywood o marcar cierta distancia con él. Que Cuarón esté trabajando ya en un reboot de El Zorro con capital estadounidense deja clara la opción que se ha impuesto.
Jonás es hijo de Alfonso Cuarón, con quien escribió el guión de Gravity (2013). Y tanto en Desierto como en la inminente resurrección del justiciero enmascarado ha trabajado con un actor que su padre conoce bien: Gael García Bernal. Si México se ha caracterizado en los últimos tiempos por exportar directores de éxito como el propio Cuarón, Robert Rodríguez, Guillermo del Toro o Alejandro González Iñárritu, Gael es uno de los rostros del país que mayor proyección ha alcanzado en todo el mundo. Y lo cierto es que lo suyo fue llegar y besar el santo. Solo había participado en un par de teleseries y un corto cuando Iñárritu, precisamente, lo escogió para protagonizar una de las tres historias que integraban su primer largometraje. Todo lo que se diga sobre el impacto causado por Amores perros (2000) será redundante. La película irrumpió en el circuito internacional llevándose tres premios en Cannes, a los que siguió una nominación al Oscar. Su personaje de adolescente que decide escaparse con la esposa de su hermano y ganarse la vida con las peleas de perros convirtió a Gael en una de las más firmes promesas del cine mundial.
Solo un año después confirmaría que había llegado para quedarse, gracias a la estupenda Y tu mamá también (Alfonso Cuarón, 2001). Otro éxito planetario de la cinematografía mexicana, donde compartió protagonismo con Maribel Verdú y con su buen amigo Diego Luna, que de manera más discreta, pero igual de perseverante, ha conseguido también hacerse un hueco en la industria internacional, como demuestra su participación en Rogue One: Una historia de Star Wars (Gareth Edwards, 2016). Aquella fresca road movie sobre tres personajes sin rumbo volvió a acaparar premios y nominaciones, catapultó a su director (como había sucedido un año antes con Iñárritu) y, sobre todo, hizo que muchos se fijaran en la versatilidad de García Bernal, que en tan solo dos films había demostrado una importante variedad de registros. De hecho, parece como si su trayectoria se haya ido cimentando en la posibilidad de interpretar personajes muy diferentes entre sí, tanto en los inicios de su carrera como en la actualidad.
Prueba de ello son las películas que rodó en 2016. Si en Desierto es un pobre inmigrante acosado por un asesino en medio de la nada, en Neruda, a las órdenes del chileno Pablo Larraín, incorpora a un agente del gobierno a la caza y captura del poeta que, de algún modo, acaba entendiendo al objeto de su acoso y permitiendo sutilmente su huida. Un policía melancólico, siempre un paso por detrás de la presa, que comparte sus tribulaciones con el espectador por medio del flujo de pensamiento que vehicula la voz en off. Rizando el rizo, en Me estás matando Susana (Roberto Sneider, 2016) es el macho mexicano herido en su orgullo por la infidelidad de su mujer. Basada en la novela Ciudades desiertas, del gran escritor José Agustín, la película (inédita en nuestro país) pone el acento en los elementos de comedia del original literario para que Gael García Bernal, sobre quien se sustenta toda la historia, pueda lucirse a su antojo. Los demás personajes (entre ellos, la española Verónica Echegui) son accesorios frente a su despliegue de gracia, que al principio parece sugerir una crítica del comportamiento machista del mexicano medio y finalmente se acaba situando en un territorio demasiado ambiguo.
Pero regresemos a los inicios de su carrera, cuando ya había rodado Y tu mamá también y Amores perros, pero todavía era una estrella en ciernes, un joven deslumbrado por los focos de la fama cuyo principal objetivo era pasarlo bien y divertirse con su trabajo. Fue entonces cuando se plantó en Valencia. Corría junio de 2001 y Gael, que empezaba a trabajar en producciones internacionales, se encontraba en España para rodar con Victoria Abril y Penélope Cruz la película Sin noticias de Dios, a las órdenes de Agustín Díaz Yanes. Y a Cinema Jove se le ocurrió la brillante idea de invitarlo a presentar la gala de inauguración del festival. Aquel año competían Fatih Akin, Ariel Rotter, Andrew Dominik, Asia Argento, Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll o Rafi Pitts, entre otros. Casi nada. Todavía no había empezado la inexorable decadencia del certamen, que se prolongó demasiados años, y el risueño actor mexicano se saltó cualquier protocolo y ofició la ceremonia enfundado en una colorida camiseta sin mangas, de manera informal, acorde con el espíritu del festival por aquel entonces. Fue visto y no visto, pero estuvo aquí en el momento preciso, justo cuando despegaba. Nunca volvió a Cinema Jove.
En cambio, sí que regresaría a Valencia. Su idilio con el cine español se prolongaría gracias a Pedro Almodóvar, que lo escogió como protagonista de, ay, una de sus películas más bochornosas: La mala educación (2004). La plaza de San Luis Bertrán, el desaparecido cine Tyris o los barrios de Benimaclet y el Carmen fueron algunos de los espacios donde se rodó un film ambientado en la década de los sesenta y centrado en los oscuros y represivos años escolares de tres niños en un colegio religioso. Tiempo después volvería a trabajar con una cineasta española, aunque la historia de También la lluvia (2010) está localizada en Bolivia, donde un equipo de cine se propone realizar un film sobre Cristóbal Colón y el descubrimiento de América, pero se encuentra con los conflictos reales de la población, que lucha contra la privatización del agua. Icíar Bollaín redunda en su característico tono didáctico y Gael ratifica una vez más que escoge muchas películas en función de su grado de identificación con el discurso que defienden. Es, como se suele decir, un actor comprometido.
Lo había demostrado, por ejemplo, encarnado a un joven Che Guevara en Diarios de motocicleta (2004), que le permitió trabajar con el brasileño Walter Salles. “Para mí no ha sido una película más”, reconocía en el momento de su estreno. “Aunque he crecido en una familia y un país fuertemente politizados, jamás había hablado con indios quechuas o mineros, o con gentes de pueblos enteros desplazados por la pobreza... Esta película ha supuesto para mí un viaje fílmico, geográfico y psicológico. He leído la obra del Che y estudiado su vida. Al final, el Che me invitó a conocerme a mí mismo, a reflexionar sobre mí y mi circunstancia como ciudadano latinoamericano”. Y, claro, utiliza su condición de estrella para que sus opiniones obtengan mayor eco. Durante la última campaña electoral estadounidense, donde la inmigración jugó un papel clave, no dudó en criticar a Donald Trump, pero tampoco se alineó con su oponente. “No me inspira nada de ningún lado, ni de los demócratas ni de los republicanos”, comentó. “Siento que todo este proceso ha sido increíblemente feo. Trump es espantoso, y Hillary la candidata de un partido demócrata que en realidad es como el status quo. No me siento muy esperanzado”. Incluso realizó un sketch humorístico para el late night show de Stephen Colbert ironizando sobre el muro que el hoy presidente prometió construir en la frontera con México.
No es de los que se callan. En 2011 interpuso una demanda a Johnnie Walker por usar su imagen sin autorización en una campaña publicitaria. Y ganó. En el plano profesional, no ha dejado de escoger proyectos marcados por su cariz ideológico o la relevancia de sus directores. Entre los primeros, No (2012), su primer encuentro con Pablo Larraín, un complejo film ambientado en el plebiscito chileno de 1988. De los segundos cabe destacar sus colaboraciones con Michel Gondry en La ciencia del sueño (La science des rêves, 2006) y con Jim Jarmusch en Los límites del control (The Limits of Control, 2009). Sin olvidar nunca la industria nacional, volviendo siempre a México para contribuir al desarrollo de su cinematografía en títulos de gran tirón comercial como El crimen del padre Amaro (Carlos Carrera, 2002), Rudo y cursi (Carlos Cuarón, 2008), de nuevo con Diego Luna, o repitiendo con Iñárritu en Babel (2006), una cinta que puso de moda el efecto mariposa en el cine internacional y que propiciaría la aparición de otras como Mamut (Mammoth, Lukas Moodysson, 2009), que también protagonizó.
Su inquietud y el deseo de participar de una manera más directa en la realización de películas le llevaron a fundar en 2005 Canana Films, una productora y distribuidora independiente en la que se asoció con Diego Luna para tratar de sacar adelante diferentes proyectos alternativos. Desde entonces han participado en una veintena de títulos, entre ellos El búfalo de la noche (The Night Buffalo, Jorge Fernández Aldana, 2007), según la novela de Guillermo Arriaga (también autor de Amores perros, 21 gramos o Los tres entierros de Melquiades Estrada), varios films dirigidos por el propio Luna (César Chávez, Mr. Pig), Ardor (Pablo Fendrick, 2014) o una serie de documentales coproducidos con Golden Phoenix (Discovery Channel) sobre los asesinatos sin resolver de más de trescientas mujeres en Ciudad Juárez. Y hay más. Los dos actores son además los impulsores de Ambulante, un festival itinerante y no competitivo de documentales que gira por diferentes lugares de México y que ha llegado a El Salvador, Colombia o California.
Inevitablemente, su perfil se completa con sus intentonas tras la cámara. Gael García Bernal debutó como director en 2007 con Déficit, una película escrita por su amigo Kyzza Terrazas (responsable de Somos lengua, notable documental sobre rap mexicano) que tiene su origen en la serie Ruta 32, producida por Canana para la televisión nacional. “Ha sido bastante natural y orgánico para mí pasarme a la dirección. Nuestra intención es hacer una producción mexicana humilde, así que quizá tratemos de distribuirla nosotros mismos”, declaró poco antes del rodaje. Y tan humilde fue que ni siquiera llegó a España. Lo mismo pasaría con Revolución (2010), film colectivo firmado, entre otros, por Carlos Reygadas, Rodrigo Plá o Amat Escalante, además de Gael y Diego Luna, que aquí solo se exhibió en festivales (San Sebastián, Abycine). Y hasta hoy no ha completado otro largometraje, aunque sí ha realizado algunos cortos y el año pasado participó en la película colectiva Madly. Trabajo no le falta, pero tampoco conviene descartar que pueda sorprender en el futuro. Ambición, desde luego, le sobra.