C’est fini. Finito. Se acabó. Este gobierno está agotado. El Pleno del Consell se ha convertido en un juego de sillas en el que se quitan y se ponen asientos según los intereses personales de los participantes. Y Ximo Puig, que ya no ejerce de presidente, intenta que el gallinero no se le revolucione. Esas son las únicas ocupaciones de quienes están encargados de gestionar nuestra comunidad autónoma.
Y, mientras tanto, los ciudadanos preocupados de que si llenan el depósito de gasolina no podrán comprar pescado fresco. De que al niño no se le rompa el pantalón en el patio porque entonces a ver cómo pagamos la luz.
Eso para el Consell ha dejado de ser lo importante. Ellos están a sus cosas de políticos. A colocar a sus afines para garantizarse un puesto para los próximos cuatro años, que están ahí las elecciones y, uy, a ver qué pasa porque la cosa está muy mal ahí afuera.
No se entiende de otra manera el último espectáculo de la destitución de la consellera de Agricultura, Mireia Mollà. No seré yo quien defienda su paso por el departamento. Su desgana, ineficacia y terquedad ha provocado más de un desastre. Literalmente.
Aunque Mollà no quemara Torás, la acumulación de madera porque la Conselleria no la recogía provocó un polvorín que arrasó la zona. Y, después, ni pasarse para ver cómo podía ayudar a los servicios de emergencia, que es agosto y estoy de vacaciones. Ni qué decir del experimento de los burros antiincendios en el Desert de Les Palmes, que acabó con los animales muertos. Ella nunca tenía la culpa, pero estaba en todos los líos.
Motivos tenía Puig para haberla cesado, pero desde hace meses. Lo que no es de recibo es que la destitución haya llegado no por su nefasta gestión, sino por que nadie la aguanta en su partido. O, peor aún, porque haya celos entre Mollà y la vicepresidenta Aitana Mas. Que los asunto del Consell de diriman por cuestiones personales (literalmente titulaba así Valencia Plaza) es una broma de muy mal gusto que no tiene ninguna gracia.
Tampoco deja en muy buen lugar al regente Puig que sea su vicepresidenta quien le diga cuándo tiene que hacer cambios en el Consell y cómo. El socialista se deja hacer siempre que sus socios le permitan continuar con sus ‘ximoanuncios’ como el de la bajada de impuestos.
Aunque después queden en eso, en propaganda que nunca llega a la realidad. Mientras reduce algunos tramos del IRPF, por otro mete la tasa turística (que pagan por igual los clientes de un spa de cinco estrellas a una familia que vaya a una casa rural) o nuevos impuestos medioambientales. En total, 4.259 tasas autonómicas se incrementarán un 10% en los presupuestos autonómicos para el próximo año. ¿Dónde porras están entonces las ventajas para las familias cuando te lo doy por un lado y te lo quito por el otro?
Las cuentas son un guirigay formidable de anuncios, promesas e intenciones sin ningún valor contable ni efectivo para la vida de los valencianos. En estas circunstancias, la partida se ha acabado. A Puig se le han acabado todas las vidas.
Si tuviera un mínimo de responsabilidad, convocaría mañana mismo elecciones. Porque hay un gobierno que no gobierna, porque los consellers no están en la gestión sino en el postureo, cuando no el navajeo político. Y, lo más importante, porque los ciudadanos están desguarnecidos.
En estos momentos se necesita un proyecto claro, diáfano y transparente. Con objetivos definidos y estrategias para llegar a ellos. Este es el proyecto del Partido Popular de menos impuestos, menos gastos políticos y más servicios sociales; el de proteger a los más vulnerables, a los autónomos y los puestos de trabajo.
Mantener este espectáculo en el Consell son ganas de quedarse en el cargo, sin más motivo. Por lo menos, que nos ahorre a los ciudadanos unos meses de bochorno y sonrojo. Deje que los valencianos hablen.
La magistrada apunta a irregularidades administrativas y al desequilibrio en la distribución del dinero, pero no aprecia ilícito penal