Según Graeber y otros antropólogos, las formas datadas más antiguas de dinero provienen de las civilizaciones asirias, con unos 5.000 años de antigüedad. Y prácticamente coinciden con los primeros rastros de escritura conocidos, en tipografía cuneiforme: los primeros escritos de la humanidad no fueron bellos poemas de amor, sino contabilidades prosaicas. Concretamente, dentro de las civilizaciones asirias, los sumerios fueron los primeros habitantes del 'paraíso terrenal' (Mesopotamia) que nos dejaron un ingente rastro cultural de su vida allí. Fue una civilización culta, floreciente, rica y de grandes inventos, por lo que, tal como se las gastaban, el episodio de la expulsión de Adán y Eva, quizás constituyó un desahucio y posterior exilio: el 'Paraíso Terrenal' todavía no era un 'Paraíso Fiscal', dado que el dinero constituía precisamente un sistema de trazabilidad de las operaciones financieras.
Los sumerios hacían grandes listas de cosas: eran buenos contables, además de matemáticos, astrónomos y agricultores. Uno de los listados más relevantes consiste en las anotaciones en cuenta de los préstamos que los monarcas realizaban a sus súbditos; como, por ejemplo, un par de terneros o unos sacos de trigo. Los funcionarios reales anotaban estos préstamos, que tenían un plazo de devolución y un interés natural: en el caso de que el préstamo consistiera en una pareja de vacas, la devolución debía incluir un ternero, criado por la vaca; si lo prestado eran granos de trigo, en la devolución se pedía un incremento de los granos, como resultante de la cosecha. O sea, el interés. La aplicación del interés era una cuestión de simple naturaleza: consistía en el incremento natural de lo prestado.
También había impagos ocasionales en los préstamos; en este caso, la forma de cancelar el préstamo era la toma como esclavos de algunos familiares –hijos o hijas– de los prestatarios, para que realizaran distintas funciones en palacio o en las propiedades reales, hasta que la deuda quedaba extinguida. En estos casos, el rey se obligaba a la manutención de estos esclavos. En raras ocasiones, como en años de sequía o por otros motivos, como guerras o levas, los impagos eran generalizados: prácticamente nadie podía devolver los préstamos reales. En estas ocasiones, las deudas eran condonadas, dado que para el rey era aún más gravoso el tener que admitir y mantener como esclavos a una buena parte de sus súbditos. Le salía más barato condonar las deudas. También, quizás, debido a cierto espíritu republicano en la realeza, que le llevaba a responsabilizarse de la dignidad de sus súbditos. Recuerde que estamos en el 'Paraíso Terrenal'.
Las monedas acuñadas en metales preciosos llegaron con posterioridad. Constituyeron la solución al enorme problema de tener que alimentar un ejército de miles o decenas de miles de soldados, que se desplazaban a conquistar nuevos territorios, o simplemente se desplazaba de una región a otra, para defender los límites del reino: la complejidad del montaje de un sistema logístico de aprovisionamiento desde palacio, movilizando toneladas de alimentos –muchos de ellos frescos– a cientos o miles de kilómetros, hubiera imposibilitado la acción guerrera. Pero la solución fue simple y brillante: el rey acuñó piezas de metales preciosos, como oro y plata, con su propia efigie, y pagaba a los soldados con estas piezas (la soldada). Por otra parte, emitía un edicto por el que obligaba a sus súbditos a pagar parte de sus impuestos en estas monedas. Mediante este mecanismo, los súbditos en cualquier rincón de su reino se veían obligados a aceptar –incluso buscar– estas monedas, a cambio de las provisiones que pudieran ofrecer a los soldados, con el fin de poder pagar sus impuestos: la liquidez del dinero. Curiosamente, en distintas civilizaciones contrastadas, el valor de las monedas, medido en peso de granos de cereal, era prácticamente el mismo, lo que, de alguna manera, hacía las monedas intercambiables. Esto nos indica una suerte de Sistema Monetario Internacional Tácito.
En los primeros tiempos del Homo Sapiens, las tribus eran autosuficientes y el trueque era totalmente ocasional, a veces con grupos de viajeros que atravesaban las tierras, con los que se trocaba a modo de intercambio de presentes. Posteriormente, aparecieron los mercados, alrededor de las ciudades, donde se concentraban artesanos y mercaderes, pero siempre tutelados por un poder coercitivo, que impedía los abusos y dirimía las diferencias. Esta labor era encargada muchas veces a los sacerdotes. No había mercado sin el amparo y la regulación del estado (del poder), que vigilaba los excesos. La existencia de mercados espontáneamente organizados de libre cambio es algo totalmente episódico, de ámbito muy limitado y sin trascendencia económica.
Los graneros y los depósitos se construían cerca de los templos: los sacerdotes (hechiceros o médicos y adivinos), también eran parte del sistema económico, dado que eran lugares donde se recaudaba bastante riqueza como pago a los servicios de augures y arúspices. De esta manera, la casta sacerdotal se sumó a la acuñación de monedas, con el fin de mejorar la gestión de todos los presentes y ofrendas depositados por los fieles. Y de ahí, el siguiente paso fue convertirse en lugares de intercambios de bienes y monedas: en mercados, en definitiva. Cualquiera podía acudir a ofrecer sus bienes a cambio de monedas y así poder pagar sus impuestos, en caso de que no encontrara otra forma. No sólo eran templos, sino mercados y depósitos de riquezas, fuertemente custodiados. El dinero ya no sólo cumple su misión como herramienta de intercambio, sino también como depósito de riqueza. Por esto era tan importante la conquista del templo como del palacio real: el poder económico frente al político. Esta era la situación que se encontró Jesucristo cuando, según la Biblia, expulsó a los "mercaderes y cambistas" del "templo de su padre", propugnando la separación del poder económico del ámbito religioso.
Al amparo de esta idea, podemos interpretar ahora la secuencia de la expulsión del paraíso de otra manera: se inicia con la serpiente, símbolo que representa la farmacia / hechicería / medicina desde hace siglos. O sea, algún sacerdote/hechicero tentó (mediante augurios y/o auspicios, o promesa de prebendas y riquezas) con la consecución de un poder real a Eva y Adán, que ya eran altos dignatarios, luego no necesitaban trabajar: lo que hoy llamamos una rebelión, vamos (a expensas de lo que dictara el Tribunal Supremo). "Comer del árbol del bien y del mal" sería, por tanto, una metáfora de la impartición de justicia: un poder exclusivamente real (que puede ser delegado en altos funcionarios). Desde entonces, "comieron con el sudor de su frente", como todo hijo de vecino. Y fueron expulsados del Paraíso Terrenal hacia otros parajes bastante más secos e inhóspitos, cerca de un lago salitroso llamado el Mar Muerto.
Este relato no sólo inaugura la literatura, sino también lo que hoy denominamos de forma un poco despectiva "prensa rosa" y que cumple un papel social muy importante mediante sus micro-relatos de contenido moral, en amplios sectores de la sociedad: es el mismo sistema que se utiliza en las escuelas de negocios para analizar casos de éxito y fracaso económico, pero aquí, aplicado a la indicación y el juicio moral de comportamientos sociales de sus miembros relevantes. En este sentido, no hay la menor diferencia entre la prensa o la literatura, y la "prensa rosa"; solamente depende de la calidad de la escritura. La Biblia es una buena prueba de ello.
La historia nos ha demostrado este aparente fracaso inicial como un caso de éxito: basta ver la posición de sus herederos, habitando lo que constituye sin duda el edificio más lujoso del planeta y con una gran influencia en la moral de la sociedad occidental, mediante una estructura jerárquica de control, muy extendida. No solo tolerada, sino auspiciada por el poder político en muchos países. Todo ello está basado en una especial conexión con la divinidad del monarca supremo, que le confiere una infalibilidad ex cathedra. Exactamente, el origen del bien y del mal. Pero esto, es otra historia.
Joaco Alegre. Asociación Divert. Artesano librepensador para la Economía Colaborativa