Culturplaza analiza los largometrajes de la Sección Oficial de Cinema Jove 2022
VALÈNCIA. Defne tiene 19 años, vive en Estambul y está estudiando mientras intenta aprobar el carnet de conducir, con cuatro hombres como examinadores. No es un detalle sin relevancia, ya que, desde ese plano fijo de inicio, ya sabemos que el peso heteropatriarcal va a marcar el destino de Defne, sobre todo cuando reciba la llamada urgente de que su padre ha sufrido un colapso y tiene que volver al pueblo donde nació, en Urla.
Su regreso la introducirá en un espacio donde la presencia de la muerte se siente de manera constante y del que ella quiso huir tras el fallecimiento de su madre. Ahora, el panorama es todavía más oscuro. Su padre está fuera de peligro, tiene que hacer rehabilitación para recuperar la movilidad, pero la situación de su tía es la más preocupante. Languidece en su cama y nadie le ha dicho que tiene un cáncer terminal. Para qué, no tiene hijos y no tiene por qué saber que se está muriendo, dicen. La única que se ocupa de la casa y se encarga de la hermana pequeña de Defne es Mari (Evren Duyal), mucho más que una empleada de hogar y que forma parte de la familia… aunque como siempre ocurre, el clasismo también se encuentra insertado de manera sistémica, aunque sea amable y silencioso. Pero siempre, igual de peligroso y nocivo.
El director Cagil Bocut debuta en el largometraje con esta película que se centra alrededor de los cuidados y del peso que suponen para las mujeres en la mayor parte de las sociedades, en la turca y en la nuestra. Lo hace centrándose en el espacio doméstico, que poco a poco se irá volviendo más asfixiante, sobre todo a partir del momento en que la tía se suicide tomando una alta dosis de morfina que le había conseguido su sobrina de manera ilegal. Comenzará una investigación policial que no hará otra cosa que ir acorralando poco a poco la libertad de Defne. Todo el futuro que tenía por delante parece ahora pender en un hilo por el peso de la desgracia familiar con el que ella tiene que cargar.
El director adopta en todo momento el punto de vista de la protagonista, se fija en su mirada triste, en su impotencia, apoyándose en el trabajo de la joven actriz Ilayda Elif Elhih y lo hace con elegancia y delicadeza, adentrándonos de forma casi muda en sus contradicciones. Sus decisiones se verán en todo momento supeditadas a las de su padre, llegando a hacer cosas que la posicionan frente a dilemas morales de los que ya no podrá escapar. Y ahí entrará en la trampa, en la de la mujer que no puede huir de su destino, el de hacerse cargo de su familia por encima de sus intereses personales.
El director tiene la virtud de introducirnos en un ambiente dominado por el peso de la culpa, pero también de la hipocresía, el de una sociedad en el que la dictadura de las convenciones sigue aplastando y condicionando la vida de las mujeres. Todo eso a través de una relación paterno filial con sus luces, pero sobre todo con sus sombras por su carácter represivo.
La fotografía de Orçun Özkilinç contribuye a sumergirnos en el espacio mental de la protagonista. Es bella, pero a la vez dolorosa, entre los sueños perdidos y el presente difuminado, el de la propia Defne.