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Gilbertástico: hay un genio en València que lo sabe todo

16/12/2017 - 

VALÈNCIA. Que me aspen si Gilberto no es hoy cabeza de cartel del festival más molón. ¿Qué digo? Eso es poco. Merece más: Una calle en València; que se bautice un auditorio con su nombre o que le hagan una estatua, todo vale. Tiempo al tiempo, ya verán.

Corría el año 2005 y, por aquellos tiempos, Vinilo Valencia se emitía desde las oficinas de Distrito 10 Radio situadas en la calle Cervantes. Pese a nuestro empeño, lo cierto es que era un programa bastante amateur sin mayor pretensión que la de conversar con los grupos que nos pirraban y, claro, pasarlo bien. El equipo lo formábamos un puñado de buenos amigos y todas las entrevistas estaban regadas de cerveza, mucha birra barata. Creo que fue Echa quien lo trajo: se abrió la puerta y entró un escuálido patilludo de sonrisa y seguridad aplastantes. Portaba un pequeño teclado Casio bajo el brazo y, de repente, se puso a interpretar un tema (juraría que “Pleno empleo”). Ya nos encandiló a todos. Humor absurdo, denuncia, filosofía y emoción, todo en el pack. Esa voz de demonio angelical. Esa forma tan hipnótica de pasear los dedos por las teclas. Él también lo recuerda perfectamente: “Acababa de empezar con Gilbertástico y me invitasteis a uno de aquellos programas, en un piso en el centro, con las latas y las litronas sobre la mesa”. Lo que jamás podía haber imaginado en ese momento es que 11 años más tarde, aquel pequeño y excéntrico genio, sería el maestro de ceremonias que conduciría al altar. Pero eso os lo cuento luego.

Por aquel entonces, en directo se hacía acompañar de dos músicos y camaradas que se parapetaban tras unas caretas de cartón en forma de boñiga rosa, cutre, como de dibujos animados. Eran Miguel Sancho (bajo y coros) y Juan Clavel (batería y coros), más conocidos como ‘Las Mierdas Flotantes’. Estaban verdes, sí, pero ya llamaban la atención sobremanera por el trato de las letras, las estructuras y el planteamiento de los temas que ya respiraban esas maneras tan singulares made in Gilbertásitico. Eran tiempos de Messenger, Myspace y Fotolog (el pleistoceno digital) y recuerdo que no había duda: teníamos ante nosotros a un artista. 

Les voy a contar un secreto: tengo las manos de Gilberto en mi despacho, colgadas en la pared. A los pocos años, casualmente, conocí a su padre. Como el mío, médico. Otro doctor al que le salía un hijo de letras. En este caso, peor aún, roquero. Hablando, hablando, le mostré a al progenitor la admiración que sentía por su hijo. Entonces, el Dr. Salvador Aubán me confesó que también era artista en realidad, en este caso pictórico, y me obsequió con un cuadro de los dedos del pequeño Gilber acariciando el mástil de una guitarra española. No es casualidad, pues, que como resultado de esa educación, entre la inspiración y la ciencia, creciera un alquimista del pop. Tengo que reconocer que perdí parte de la objetividad en algún momento del trayecto. No sé si fue borracho en algún mítico cierre de Wah Wah o con el simple hecho de escucharlo sin fin. 

Apostar por el arte, por la música, por el pop es, en todo caso, jugársela a una carta arriesgada. Y Gilberto, doy fe, lo ha hecho. Es undergound de cojones y eso le ha costado más de un disgusto sentimental y, por supuesto, vivir con lo justo. Lo justo para ser feliz siendo sincero con uno mismo. Pero, ay, que duro puede ser esta elección por momentos. Otra anécdota, no fue hace mucho. Gilberto preguntó cómo hacerse un número de cuenta bancaria; después de treinta años, había conseguido sobrevivir sin adscribirse a ningún banco; todo un logro. La realidad no es para las almas libres de verdad… y él casi lo consigue. 

Aquella redacción de periódico con Gilberto

Gilberto Aubán es periodista de carrera. Estudió en un el CEU, con todo su precio y catolicismo. Pero parte de la carrera se la pago, por cierto, currando de camarero en aquella cafetería repleta de bellas y adorables pijas. Escuchen Tenedor, quizá contenga algunos de los versos más bellos del pop. Doy fe de que es periodista pues trabajamos juntos en un diario. Ambos escribíamos de política. Había tardes que eran tal que así: “llamas tú a Gloria Marcos y yo a Joan Ignasi Pla”. Madre mía, les ganó Camps, han acabado peor que nosotros. Eran los años fuertes del PP en València y, pensándolo bien, va a ser que los políticos del momento eran más fake que nosotros. Al menos que él, que con el tiempo ha demostrado que la cosa no va de broma. Ahí están sus 11 años de carrera, más de tres LP, otros tantos Epes, trabajos instrumentales (el muy cabrón se marcó un doble trabajo dedica a las guerras mundiales) y colaboraciones con multitud de grupos verbigracia Meridian Response, Amatria (fue su descubridor y el máximo defensor de sus inicios en València), Dwomo o Tórtel por citar algunos. Mientras Camps se recluía en el Club de Tenis, Gilbertástico creaba. 

Si me tengo que quedar con algún momento, no lo dudo. No íbamos tan borrachos todavía, era el Monkey Week, cuando todavía se celebraba en El Puerto de Santa María. No sé cómo (creo que la culpa fue de Dani Mirón), acabamos cenando junto a Nacho Vegas. Nacho es un ser apacible; tanto que en un descuido Gilberto se le montó sobre las rodillas y le interpretó, a poca distancia de la cara, una versión inolvidable de El Hombre que casi conoció a Michi Panero. Está grabado. Un genio sobre otro. Metagenialidad. Estuve allí. 

Al día siguiente, todo hay que decirlo, tuvimos que pasar a por él por la estación del Puerto de Santa María. “Cómo reconoceremos a tu amigo”, me preguntó mi suegro. Y, sin tiempo a réplica, le dije: “es aquel, el del ukelele”. Creo que ese día, gracias a la afabilidad de Gilberto, mi suegro empezó a pensar que tal vez no era tan mala opción para su familia. Y, ahora sí, Mina y yo decidimos que nadie como él para sellar nuestro compromiso por siempre. Nos casamos El Palmar y sobre su peso recaía toda aquella misa pop. El muy bestia se compuso una especie de ópera original para la ocasión. En ese enlace pasaron muchas cosas que tal vez algún día cuente. Pero he venido a hablar de Gilberto y en esa ocasión vistió como pudo (siempre elegante) y tuvo los huevos de marcarse una banda sonora original. 

Él no para, que conste. “Aparte del mundillo de los escenarios y bolos, tengo otra faceta musical como profesor de piano particular. Es una experiencia muy chachi porque se trata al fin y al cabo de filosofar sobre música con alguien que quiere aprender y que, en muchos casos, no quiere ir a la enseñanza académica o ya lo intentó en el pasado, y prueban otra vía, o porque son nenes pequeños que los padres quieren que tengan nociones musicales, pero con un punto de vista más terrenal, por decirlo así. Yo la verdad que me lo paso genial, componemos canciones juntos y nos aprendemos las piezas que a ellos/as les apetece”.

Y cuidado, que tiene planes y prepara nuevo material: “Tengo un disco entre manos, en abril grabación y la primavera salpicada de bastantes citas como el Dúo Caifás -maravilla pascuera junto a Toni Dwomo-, algunas de Gilbertástico y Sènior -forma parte de su banda- , pero el objetivo es en realidad acabar el disco y poner en marcha toda la parafernalia que lo rodea en su lanzamiento”. Y hoy sábado homenajea a Franco Battiato, uno de sus referentes, en Tulsa. “Quedé totalmente fulminado por su genialidad; por las energías totalmente puras, limpias y constructivas que tiene su mensaje, que no deja de ser un grito de rebeldía contra la zafiedad, el ruido y la incultura”. Mira quién habló. 

Aunque su nombre, así, de primeras, no advierta algo serio (me consta que ha pensado en cambiarlo en alguna ocasión), Gilbertástico es uno de los proyectos más personales y valiosos de la escena musical valenciana. Un punki, un artista de verdad. Si el prostituido adjetivo indie alguna vez tuvo un sentido, él lo representa. Porque es independiente de verdad, hace lo que lo que le da la real gana sin dejarse arrastrar por corrientes ni modas. Vamos, que hoy por hoy no es indie. Y, créanme, estamos ante un espécimen muy difícil de encontrar. Va, nos vemos pronto en la calle Músico Gilberto Aubán. 

 


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