BOLONIA. Nos hemos tragado lo del enaltecimiento del terrorismo, la violación de la monja-títere y el ahorcamiento de un juez-marioneta como la primera trompeta del fin de los tiempos. Palidece el Ministro del Interior ante los micrófonos de la COPE y el país se recoge en sus casas esperando que pase la peste. A día de hoy, los artistas de Títeres desde abajo han sido puestos en libertad, pero su banda de muñecos ha sido desarticulada y siguen en algún almacén de las dependencias policiales. Las cachiporras de trapo llaman a la violencia, mientras que las porras extensibles son el símbolo del orden, la paz y la esperanza.
Las cachiporras de trapo llaman a la violencia, mientras que las porras extensibles son el símbolo del orden
No tendríamos por qué intentar entenderlo todo, pero allá vamos: quizás el problema de “La bruja y don Cristóbal” fue haber sido representada delante de niños, y hasta aquí la lectura superficial. Otra vuelta de tuerca más interesante nos llevaría a considerar por qué medios exponemos a los niños (o a los mayores) a la violencia, qué umbral de tolerancia le concedemos a la televisión, qué límites le ponemos al teatro, qué cultura de la humillación estamos construyendo con programas más visibles que un teatrillo de marionetas donde un chef apalea a unos cocineros o donde unos niños montan un soufflé bajo el escrutinio de un jurado que los premiará o condenará, extendiendo una lógica mercantil de elegidos o excluidos en base a criterios de rentabilidad y excelencia en prime time, como si la cocina hubiera dejado de ser cultura para convertirse en competición.
La última vuelta de tuerca, apretando mucho, nos conduciría a las preguntas originales del problema: qué nos ofende, por qué nos sentimos agredidos y, lo más cruel, quién determina (y frente a qué micrófonos) lo permitido, lo pernicioso y lo execrable. La ley y la porra. El argumento de que los titiriteros atentaban contra la moral pública y contra la inocencia de los niños (¡los niños!) son los mecanismos con los que se teje el miedo y la intolerancia en una sociedad.
Una dama se vende a quien la quiera.
En almoneda está. ¿Quieren compralla?
Su padre es quien la vende, que aunque calla,
su madre la sirvió de pregonera.
Poéticamente, de esta manera, relataba Lope de Vega el fin de su relación con Elena Osorio. Tras haberse comprometido con otro, el Fénix no encontró mejor canal para su desplante que insultar a su amante y a su familia con un libelo que corrió por todo Madrid. La condena fue inmediata: ocho años de destierro, gracias a los cuales Lope de Vega (como buen nocturno) se instaló en Valencia.
Definir la frontera entre la burla y el insulto es dividir el territorio entre lo legal y lo delictivo. No es lo mismo reírse de un cornudo que llamar puta a una mujer; la repugnancia es relativa dependiendo del grado de machismo que uno contenga en su fuero interno; la ley, en cambio, debe interpretar la libertad de expresión frente a la agresión, y esto es más complicado. “Érase un hombre a una nariz pegado”, no deja de ser una coña más de Quevedo hacia su maltratado Góngora. No obstante, la burla escondía una acusación muy clara hacia el cordobés: era judío y por lo tanto hereje. “Yo te untaré mis versos con tocino/ porque no me los muerdas, Gongorilla”, por ejemplo.
Definir la frontera entre la burla y el insulto es dividir el territorio entre lo legal y lo delictivo
La sátira ha sido siempre un género de frontera, a saltos entre lo políticamente correcto y lo que pone nervioso al personal. Sin embargo, la transgresión siempre revela más del ofendido que del ofensor.
Siguiendo la salvaje línea que va de Dario Fo a Leo Bassi, de La Codorniz a Hermano Lobo o El Jueves, con Chumy Chúmez, Quino, Tono, Forges y tantos otros, Xavi Castillo en la Comunitat ha creado todo un imaginario bárbaro muy sui generis. En él ha destripado las miserias de la política y la sociedad valenciana, desde los bolsos y maneras de la exalcaldesa Barberá hasta la agenda judicial de Alfonso Rus, Francisco Camps, Carlos Fabra y lamentablemente otros mil. Los problemas del humor grueso pasan no solo por la aceptación general, sino directamente por la contratación. De ese modo se explicaba Xavi Castillo el avance del humor blanco: “Hemos estado y estamos instalados en la comodidad. [...] Hay que analizar lo blando que está todo, incluida la izquierda”.
Otro caso similar fue el Pepe Rubianes. El galaico-catalán desarrolló a lo largo de su carrera un tipo de espectáculos humorísticos y satíricos, donde alternaba música con monólogos, y donde la sexualidad, la monarquía o personajes políticos de primera línea eran objetivo de una finísima ironía o de una acidez sin freno: “Es Borbón, agujero que ve, la mete” (sic). En sus manifestaciones públicas hacía gala del mismo carácter satírico y kamikaze: “A mí la unidad de España me suda la polla por delante y por detrás”, dijo entre risas nerviosas del público para criticar las posiciones contrarreformistas del Partido Popular frente al Estatut d’Autonomia catalán.
Animalario, con Willy Toledo y Alberto San Juan entre otros, se alzó con el Premio Max al mejor espectáculo teatral de 2004 gracias a la obra “Alejandro y Ana”, escrita por Juan Mayorga y Juan Cavestany. Esta obra suponía una recreación paródica de la boda de la hija de Aznar, vendida como un auténtico acontecimiento público dos años antes. De la burla a la denuncia, los ecos de esta estrategia se reproducen desde “La Aznaridad” de Manuel Vázquez Montalbán a “Catalanes todos”, de Javier Pérez Andújar, donde Franco aparece dándole arrumacos a Carmen Polo, mientras una médium barcelonesa y franquista adivina la futura muerte del dictador y se pasa a la militancia de Convergència i Unió. Lo normal.
La justicia también está hecha de ofensas.
Como variantes del poder, sexo y religión son una combinación peligrosa. En febrero de 2010 la Universidad de Granada censuró la exposición fotográfica del arista Fernando Bayona titulada Circus Christi. En ella se exhibían catorce fotografías sobre pasajes bíblicos en los que los personajes tenían una evidente carga sexual, desde la homosexualidad de ellos a la voracidad de ellas. Una prostituta fuma acechada por un hombre mientras una niña vestida de princesa rosa con una varita la mira atónita: “La anunciación”. Hombres semidesnudos, evocando anuncios de Calvin Klein y reproduciendo la estética de David Beckham, de recuestan sobre una mesa o levantan una copa mientras se abrazan a un efebo: “La última cena”. Dos hombres en primer plano se besan, mientras que al fondo dos sombras simulan una felación: “El beso de Judas”.
La muestra estéticamente rompía con las expectativas del público al ser escenarios completamente preparados, al cuidar todos los detalles y todas las referencias reconocibles. Pero sobre todo, rompía con las expectativas al imprimir de un significado transgresor la historia sagrada. No dejaba de ser una actualización de los significados de la pasión, de la entrega, del cuerpo o del amor, temas tan sagrados como profanos. Y se completaba con muestras posteriores sobre la sexualidad, la enfermedad, la vejez o la aceptabilidad social. La Universidad clausuró la exposición al no poder garantizar la seguridad de los asistentes. Un clásico.
Más que una censura, a lo que se enfrentan tres mujeres que organizaron dos procesiones del “coño insumiso” es a un proceso judicial por ofensa a los sentimientos religiosos, según denuncia del bufete de la Asociación de Abogados Cristianos, muy similar al gabinete que en 2012 denunció a Javier Krahe por freír un cristo. Las susodichas manifestaciones, realizadas en abril y mayo de 2014, se componían de una enorme vagina de plástico llevada en andas por las calles de Sevilla.
Activismo, performance o arte, en una dialéctica de combate también en esto las fronteras se diluyen. La libertad empuja aun en tiempos de incertidumbre.