Después de más de tres años reivindicando el latido cultural de la ciudad, la revista digital Verlanga dejará de existir el martes 29. Sus lectores y seguidores vamos a echarla mucho de menos
VALENCIA. A Verlanga me unen dos vínculos y los dos son personales, aunque de diferente índole. El más importante es la admiración por el trabajo que han hecho durante los más de tres años que este diario cultural ha estado activo. Durante ese tiempo a muchos nos contagiaron un entusiasmo perdido durante la larga travesía del gobierno del PP. Es sorprendente lo rápido que asimilamos las cosas y lo pronto que olvidamos algunas. Hace unos días se anunció que Verlanga dejaría de actualizar el viernes 25 y que desaparecería el martes 29. Sentimos pena por la noticia, pero no sé si eso es suficiente. El equipo de Verlanga ha trabajado muy duro para dignificar la cultura en nuestra ciudad. Cualquier cosa que se pueda decir al respecto, incluido este artículo, me sabrá a poco.
Poco después de las elecciones del 24 de mayo de 2015, y tras el correspondiente relevo gubernamental, se me ocurrió escribir un artículo para El País Semanal despidiendo el caloret y todo lo que el palabro representaba. Para ello decidí contar con las voces –opiniones más bien, porque el espacio era breve- de gente implicada en lo que podríamos llamar el nuevo perfil de la ciudad. Uno de los primeros entrevistados fue Rafa Rodríguez, una de las caras más visibles de Verlanga. “La creamos [la web] porque nos daba rabia comprobar que, por culpa de esa relación de autorrechazo que los gobernantes del PP habían inoculado en los valencianos, la efervescencia cultural de la ciudad no recibía la difusión merecida”, explicó Rafa entre las varias respuestas que me dio. Esta declaración fue la que utilicé en el texto.
Por circunstancias de la vida y del periodismo, el artículo tuvo que cambiar varias veces hasta que, meses después de lo previsto, apareció publicado al fin. Y lo mismo que el dinosaurio de Monterroso, cuando se publicó, la declaración de Rafa seguía allí. Porque, en cierto modo, la esencia de lo que quería contar estaba en esas palabras. El título original de aquel artículo –lo cambiaron en redacción- era Una ciudad volviendo a quererse. Verlanga nos ayudó a que volviésemos a querer a Valencia. A mí me ayudó también a creer en que otras cosas eran posibles aquí, en esta ciudad tan amable por fuera y tan dura de roer por dentro. Verlanga me gustaba porque me reconciliaba con la idea de que en nuestro acervo cultural había pasaban cosas que debían ser contadas. Hay dos jóvenes cabeceras locales que proyectan lo que pasa en esta ciudad de una manera poco habitual por estos pagos. Publicaciones de cuya plantilla de colaboradores deseaba formar parte. Una es Valencia Plaza. La otra era Verlanga.
De la última nunca fui colaborador, pero fui otra cosa: fui chico Verlanga. El otro día, cuando se lo comenté a Rafa Rodríguez, le hizo mucha gracia la expresión. Pero es que es así. Cuando Verlanga arrancaba, en la primavera de 2013, contactaron conmigo para entrevistarme. Aunque parezca mentira viniendo de alguien que firma artículos tan sumamente personales como los que conforman esta sección, la propuesta me sorprendió. Acepté, por supuesto. No había ningún motivo para no hacerlo. Que alguien piense que hay algún interés en mi persona o en lo que pueda decir me parece siempre un honor. Nos citamos en el bar Congo de la Avenida Regne de València. Allí conocí a Rafa y a Miguel Ángel Puerta.
Cuando lo habitual es que sea uno quien haga las preguntas, se hace extraño colocarse en el lugar del entrevistado. Las entrevistas que he dado en mi vida han sido para promocionar algo, la mayoría de las veces libros que he escrito. La entrevista para Verlanga era acerca de mi trayectoria y tuvo un carácter más personal de lo que suelen tenerlo las entrevistas que yo pueda dar por lo que ya he explicado antes. A mí no me cuesta nada hablar sobre mí, al contrario, podría estar días enteros haciéndolo, así de narcisista y ególatra soy. Lo que me aburre enormemente es leer luego lo que he dicho (también me aburre leer lo que he escrito una vez se ha publicado), ahí sí me vuelvo pudoroso. La entrevista de Rafa, ahora puedo decirlo, me la leí por encima porque me cuesta mucho sacudirme esa manía. Me llegaron muchos mensajes diciéndome que había estado muy bien, lo cual me hizo pensar dos cosas: que soy menos capullo de lo que creo y que Rafa es un estupendo periodista por extraer aquello que pudiera tener de interesante mi discurso. En cierta manera se podría decir que la antesala de lo que es esta sección, estrenada en mayo de 2015, fue aquella entrevista.
Al margen de todas estas frivolidades sin las cuales servidor sentiría irrefrenables deseos de arrojarse al vacío, lo cierto es que fui lector y seguidor de Verlanga y me encantó ser parte de ella durante ese breve tiempo del que goza la información virtual. El trabajo de Eva Muñoz, Diego Obiol, Miguel Ángel y Rafa ha sido excelente en todos los aspectos. Su desarrollo y consolidación fue algo a contemplar con entusiasmo. Los artículos eran brillantes, los debates y las opiniones eran necesarias en este lugar en el que o nos venimos arriba enseguida o no hay quién nos saque del foso. Me parecía loable ese empeño en organizar los pequeños conciertos en el Tulsa de Benimaclet y dar visibilidad a los artistas locales. Fue estupendo verles celebrar su tercer aniversario con el InCultura Fest mientras, que una iniciativa privada explotara con tanto acierto las posibilidades culturales de Valencia.
Recuerdo cuando publicaron una playlist para escuchar paseando por Monteolivete. Era una de esas cosas con las que uno, en algún momento de su vida, ha fantaseado, algo que de repente, se materializaba en el mundo paralelo de Verlanga. Entonces pensaba, “no sé si esta ciudad se merece tanto amor”. Sigo sin tenerlo claro, pero lo único que sé es que si no se lo damos, entonces la culpa de que no se quiera a sí misma seguirá siendo nuestra. Así que gracias, Eva. Gracias, Diego. Gracias, Miguel Ángel. Gracias, tocayo. Gracias por celebrar que Valencia está viva.