cuatro cócteles para acabar el año

Gran Martínez, o cómo beberte a Sorrentino, Murakami y Coltrane en copa Martini

Los domingos huelen a café y a letargo. Suenan a Coltrane y a Chick Corea. Lucen claros. Saben fríos. Recuerdo que siempre decías que un hombre aprende cosas y cuando deja de aprenderlas es como todos los demás. Lo sacaste de una novela de Scott Fitzgerald. Suave es la noche

| 24/12/2021 | 5 min, 47 seg

Suave como una noche cargada de promesas eternas que se esfuman en septiembre. Siempre lo hacen. Se dicen muchas cosas en verano que no tienen ningún significado en invierno. Ya estamos en diciembre: el mes de los buenos propósitos, las buenas intenciones y las muestras de amor indiscriminado, los besos bajo el muérdago y las luces en el árbol. Sin embargo no hay luz más bonita que la de septiembre. Una luz ámbar, decadente. Una luz repleta de ocasos. De fingida ambivalencia. Una luz que al igual que en otro clásico de Fitzgerald, El Gran Gatsby, nos enseña que la belleza, grande o pequeña reside en los ojos de aquellos que la admiran sin juzgarla. Sin impostada afección ni demandas de atención.

Esa es la luz del Gran Martínez. La luz que emana su barra recuerda a un altar en el Quartieri Spagnoli de Nápoles. Esa que reflejó Igort en 5 È il Numero Perfetto y que posteriormente ha encumbrado Sorrentino en È stata la mano di Dio. Entrar en el Gran Martínez implica viajar a septiembre. A Capri y a su Grotta Azzurra. Al aroma del perfume de Amalfi. Al atardecer en Positano. Al bullicio de Nápoles. Al recuerdo de una luz esplendorosa. Por eso, una vez llegas a su puerta, invisible, casi escondida, la última frontera que queda es cruzarla como el Caruso de Lucio Dalla: creyendo que estamos sobre una vieja terraza frente al Golfo de Sorrento.

Como en esa canción de Víctor Algora, esto no es Londres ni Nueva York, te llamas Mari Carmen López y trabajas en el híper. No eres Carrie Bradshaw. No bebes Cosmopolitans y no te atas al tobillo unos Manolo Blahnik. Lo más cerca que vas a estar de atarte a unos, será esa hipoteca a 20 años que firmarás con Manu. Tu novio de toda la vida. Hay una gran diferencia entre la aspiracionalidad y la evocación. Gran Martínez evoca, sugiere, transporta, pero a través de su pureza. Es belleza en crudo. Aquí no hay bengalas, ni leds, ni más botox por metro cuadrado que en la boda de un colaborador del Deluxe. No aspira a ser un sitio de moda, porque corren el riesgo de dejar de estarlo.



Somos 4 y tomamos asiento. Carta corta. Clara. Concisa. Cocktails. Champú de pequeño productor. Destilados… Evidentemente pido un Gran Martínez: Ginebra (Shipsmith), licor de jengibre, vermut rojo, maraschino y unas gotas de amargo de naranja. Me gustan los tragos largos, tienen esa fuerza galvanizadora y esa rotundidad que esperas en un apéro. Suena Wynton Marsalis. Jazz clásico. Cocktail clásico. El espacio está diseñado para conversar. Recurrimos a tópicos: la fotografía de Avedon, la arquitectura brutalista, el diseño como reivindicación del territorio, lo bonito que es el mármol original de la antigua farmacia en el que está ubicado Gran Martínez y como transporta al suelo de la Galería Umberto I. Ser snob, también es un poco esto.

De Marsalis a Evans y luego a Hancock. De las trompetas al teclado. Pido un Harvest Season: Vodka, vino blanco, licor de sauco, pera, uvas, shiso, lima y azúcar. Divago sobre la maestría de Hidetsugu Ueno cortando el hielo a cuchillo y el descenso a los infiernos de Toru Watanabe en ese Tokio de los 60, los antros de jazz y la literatura occidental. Nunca le darán el Nobel a Murakami, como tampoco se lo dieron a Salinger pero el coming-of-age que es Tokio Blues, está al mismo nivel que el Guardián entre el Centeno. B. me dice que soy más repelente que el Aután y J. me sugiere comer algo. Revisamos la carta. Tienen cositas. “Lo bueno es que puedes venir a tomarte un cocktail y si te entra hambre no tienes que irte”, me dice J. El sandwich de pastrami tiene buena pinta. Qué sean 2!

La luz ha bajado la intensidad. Parece que estemos en el Hotel Feria Bar. No sé si sabéis de lo que os hablo: ese antro donde Fassbinder ubica a Georges Querelle tras llegar al puerto de Brest. En este caso es otro puerto, el de Valencia, aunque bien podríamos estar en Oporto, Budapest, Friedrichshain, la 44 con la novena (Ojalá volver al Birdland con Octavio, Richie, Astu y Mingus, nos inflamos a Bourbon y nos creímos/me creí Bogart) o en Martinica donde otra vez Bogart con la Bacall recrean una de las escenas más icónicas del cine Noir. El ambiente es cálido y relajado, pero rezuma salitre y humedad. Vaya! es Aguas de Março. Qué bonita suena la bossa nova de Elis Regina y Jobim bajo el artesonado de madera. ¿Pedimos algo? Va, dale unos mejis con leche de coco y cilantro. Miro al barman. Me recuerda a Unax Ugalde. Me mira. Esta garganta no se va a aclarar sola. Un Oriental express, por favor. Lleva vodka y ginebra, lichis, frambuesas, guayaba, limón, rosas y clara de huevo. También se bebe como el agua de março.

A estas alturas Pedro ya no es el Barman. Es Pedro, de Aveiro. Ciudad salina entre Oporto y Coimbra. Ha pasado años en Londres currando como coctelero en LAB, Green & Red y Acqua, luego empezó a hacer temporadas entre Ibiza y Los Alpes hasta que llegó a Valencia en plena pandemia. Lo bueno de las mascarillas es que miras directamente a los ojos y te comunicas a través de ellos. Es feliz. Es humilde. Es buena persona. Tomaré un Fuego Manzana: Tequila de agave, licor de manzana, manzana, lima, azúcar y Chili rojo. B. ha pedido un Porn Star Martini: Vodka, vainilla, fruta de la pasión, passoa, lima, azúcar de vainilla y Champagne. Me ofrece. Lo pruebo. Me recuerda a una de las pelis favoritas de Pi, le digo: Boogie Nights. Estás fatal nano.


Me dice. Mañana es domingo, le digo. Voy a retirarme, que quiero amanecer oliendo a café y a letargo. Oyendo a Coltrane y a Corea. Viendo un cielo claro y notando el frío seco de diciembre.

"No tienes que decir ni hacer nada. Nada absolutamente. O quizá sólo silbar. Sabes cómo silbar, ¿no, Steve? Basta con juntar los labios y... soplar".


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