“No entiendo por qué la gente se asusta de las nuevas ideas, a mi me asustan las viejas“; la fabulosa certeza es cosa de John Cage y no puedo estar más de acuerdo, pero... ¿tiene siempre sentido?
Mi abuelo tenía otra certeza vestida de refranero, “Virgencita, que me quede como estoy” —que es la versión sevillana y castiza que viene a decir: le van a dar mucho por culo a los cambios. Yo, la verdad, creo que ni una cosa ni otra; ni abrazar lo nuevo porque sí ni tampoco aferrarte al sofá mullidito de lo ya conocido.
Lo nuevo vende
¿Pero enamora? Me explico; a los medios nos pirra hablar de lo nuevo: el nuevo restorán de moda, el cocinero promesa, la nueva tendencia gastronómica y el fichaje en ciernes. La primicia vende revistas y acapara titulares, pero tantas veces no es más un cine vacío con neones fluorescentes, ¿qué hay tras la novedad?
Os pongo en situación: Alimentaria es quizá la mayor plataforma de España del sector alimentación y equipamiento hostelero: 4.500 empresas expositoras, 150.000 visitantes, 120 conferencias y más 300 innovaciones de productos de alimentación presentadas en un feria que suponen 200 millones de € de impacto económico en Barcelona. Una puta locura.
En este contexto, las 'curiosidades' de la feria con casi siempre parte de lo más resplandeciente y este año no ha sido para menos: croquetas de gintonic, pizza de kit-kat, aceitunas esferificadas y dos novedades procedentes de la Comunidad Valenciana: horchata en polvo y turrón liofilizado. Horchata en polvo soluble en agua y turrón que se bebe, en un formato de batido de proteína para runners con intolerancia a la lactosa o tontería sin más.
El caso Faber-Castell
Leo en Cinco Días que el caso Faber-Castell se estudia en Harvard precisamente porque en su día (fue fundado en 1761 y sobrevive como empresa familiar ocho generaciones después) tuvieron el coraje de no adoptar una innovación —ellos hacen lápices, y frente a cada shock tecnológico, decidieron aferrarse a lo que sabían hacer y hacerlo mejor que nadie: y eso significa seguir fabricando lápices.
Cuando eres todo no eres nada
Claro que entiendo el miedo ante cada cambio social y cada shock tecnológico, “durante los períodos de cambio a menudo surgen tensiones entre la preservación y la adaptación a medida que las empresas intentan reinventarse a sí mismas”, señala el profesor de Harvard Business School Ryan Raffaelli, autor del estudio.
Yo lo descifro de la siguiente manera: si tu marca se adapta a cada circunstancia cambiante, terminará perdiendo su esencia. Su ADN y sus valores originales, esos que en su momento enamoraron a sus clientes y sobre los que se construye la verdadera fidelidad.
El turrón de Jijona y la horchata de chufa son dos perfectos ejemplos de productos maravillosos, que tan bien han ayudado a construir el relato de nuestra memoria y nuestra identidad, ¿quién puede olvidar el olor del turrón de almendra en casa de sus padres? ¿y un vaso fresco de horchata tras un día de paz a orillas del Mediterráneo?
No quiero beberlo en polvo, ni verlo asociado a un youtuber con acné ni en manos de un fondo de inversión chino que tan solo vea un posible beneficio fiscal. Quiero sencillamente el mejor turrón posible. El más auténtico, tradicional y respetuoso con su pasado y mi memoria. Su mejor versión. Nada más. Nada menos.