VALÈNCIA. El cine tiene una fecunda predisposición a hurgar en las intimidades familiares. En el terreno de la ficción, bien valen los ejemplos de los cameos de la madre de Almodóvar en sus películas, o la trayectoria como actriz de Catherine Cappa, a quien su retoño, Martin Scorsese, incluyó en el elenco de Uno de los nuestros (1990) y Casino (1995), entre otros títulos. En el documental, la indagación en el clan adquiere otro talante. El cineasta, al mirarse en el ombligo de su estirpe, desentraña sus raíces y, por extensión, realiza un ejercicio de memoria histórica. Ahí está Alan Berliner, gurú estadounidense del género, que en Desconocido íntimo (1991), retrata a su abuelo, con el que apenas convivió, y en su ensayo fílmico No es asunto de nadie (1996) se obceca en retratar al cascarrabias de su padre. En el cine patrio, tenemos el caso reciente de la película África 815, en la que Pilar Monsell explora la represión de la homosexualidad en la España de los sesenta a través de las vivencias de su padre.
El último en girar la cámara hacia su progenie ha sido el actor Gustavo Salmerón, quien en Muchos hijos, un mono y un castillo realiza una alegoría estrafalario, luminosa y barroco sobre la historia reciente de nuestro país con su madre octogenaria como pilar absoluto de la trama. La ópera prima ha sido reconocida en el festival de Karlovy Vary con el Globo de Cristal al mejor documental y opta al Goya y al Premio Feroz en esa categoría. El realizador debutante habló de la gestación de esta película hilarante y cautivadora en el pasado Festival de Toronto.
- ¿Cuánto tiempo has acariciado este proyecto?
- Hace ya 14 años. De hecho, la foto promocional está tomada hace 11, en la fiesta de fin de rodaje en el castillo. Inocente de mí. La idea de partida era una comedia disparatada sobre la historia de España a través de la matanza del cerdo. Pero cuando me puse a montarla, pensé que sólo daba para un buen corto, como mucho, un mediometraje. Así que fui incorporando el miedo a la muerte, la crisis de fe... Y la película se hizo mucho más compleja. De todo lo que he hecho en mi vida es el reto más grande al que me enfrentaré como director y como Gustavo, porque es una terapia familiar y personal muy fuerte.
- ¿De cuántas horas de material y de qué formatos estamos hablando?
- De 400 horas grabadas inicialmente y de 250 grabadas a posterior. Unas 10 veces más que el material del que se dispone en un largo de ficción. Más los Súper 8 de los setenta, más las VHSC, más las grabaciones con la cámara del móvil.
- Hablando de acumulación de materiales, la película termina pareciendo una terapia de grupo contra el apego a lo material.
- Lo que mis padres y mi familia tenemos es un síndrome de acumulación compulsiva llamado disposofobia. Consiste en acumular objetos, que no huelen mal ni son basura, no hablamos de Diógenes, sino de pilas de revistas de Fotogramas de los años noventa o de vinilos que jamás oyes. En el caso de mi madre es eso pero a unos niveles extremos.
- ¿En qué crees que ha influido su condición de niña de la guerra en la exacerbación del síndrome?
- En todo. Cuando mi madre nació, antes de la guerra, una cucharilla era algo muy valioso. De hecho, en la película cuenta que comía arroz con el calzador de los zapatos. Así que al llegar la época de bonanza, para esa generación, un tupper o un frasco, eran tesoros. Se han quedado con el chip de la posguerra.
- ¿Qué enseñanza has extraído tú al respecto
- He aprendido que en la medida en que te liberes de lo material, de lo superfluo, serás más libre. Lo ideal para un artista sería vivir al día, para estar más en contacto con la realidad. Yo no sigo ese principio, porque tengo casas hipotecadas, pero estoy en ello. Mi camino es tener lo mínimo, dos maletas para poder viajar por el mundo, porque todo lo que acumulas termina siendo un lastre. El paroxismo de la acumulación sería guardar un cadáver. Y hay gente que lo hace. Mi madre se ha limitado a guardar una vértebra de su bisabuela.
- Y tú se lo reprochas todo el tiempo.
- Fui a un brujo en Los Ángeles que me dijo que guardar trozos de cadáveres te lleva a la ruina. Tiene lógica, si tienes demasiados objetos, al final dejas de atenderlos.
- ¿Cómo ayuda a la memoria histórica un ejercicio de memoria personal como el tuyo?
- Como director y persona fascinada por los seres humanos, me vino la necesidad de rendir un homenaje a aquellas personas que vivieron la guerra y la posguerra. En este país no tenemos conciencia. España, en general, ha tapado a sus muertos. Y es un gran error. No lo han sabido hacer nuestros padres, que han muerto con los suyos enterrados en cunetas, y nosotros hemos tomado ahora ese testigo. Es un lastre que vamos a acumular durante décadas. Las heridas si no sanan se infectan. Esto es una comedia disparatada, así que está muy de fondo, pero la ruina económica española tiene mucho que ver.
- Es una película muy honesta al retratar el pasado político de tus padres, falangistas.
- Hacer una historia en la que los protagonistas hablen de una manera tan descarnada y sin prejuicios sobre que era falangistas de niños tiene algo de kamikaze. Pero es una forma de retratar España a través de una mujer que atraviesa República, Guerra Civil, franquismo, democracia y abdicación del rey. De hecho, mi madre vive una evolución y la oyes hablar mal de la monarquía. El objetivo era grabar sin tratar de ocultar nada. Parece que nadie fue franquista en la época de Franco. Pero la realidad fue que si acababa la guerra, tenías cuatro años y te habían matado a tu familia los franquistas, eras republicano, y si eras un crío e ibas a un colegio franquista, falangista. Da igual en qué bando estuvieras, el lavado de cerebro era el mismo
- ¿Qué claroscuros destacarías de la generación de nuestros padres?
- Es una generación muy valiente, muy dura y muy fuerte. Han tenido que adaptarse a muchos cambios y vivir en una España muy gris, en una dictadura, extremadamente religiosa y represora. Cuando en los años cincuenta estaba todo floreciendo, en este país estábamos en las cavernas. No obstante, el aspecto político es una pequeña cosita en la película, también está la pareja, que lleva 50 años junta, la obesidad, la vuelta de los hijos a casa con la crisis, el miedo a la muerte…
- ¿Se opuso en algún momento alguien de tu familia a este documental?
- No, es una gran celebración del amor, del vínculo familiar. Mi madre, al final de la película, habla de que se acerca la muerte, de que no puede andar, y de que ya no cree en Dios, así que, toca divertirse. Es una gran enseñanza. Ante las vicisitudes de la existencia, lo importante es vivir el momento y atravesar la vida, no pasar de puntillas por encima.
- Ahora cuentas con el espaldarazo de Karlovy Vary, pero ¿alguna vez dudaste del proyecto?
- No, siempre he creído en él. Y sabes por qué, porque me di cuenta de que mi madre transmitía una verdad increíble. Como actor, llevo 25 años estudiando y viendo a los grandes. Gena Rowlands, en cualquier película de Cassavetes, Spencer Tracy, Montgomery Clift o Philip Seymour Hoffman tienen una capacidad para estar relajados y concentrados en el momento presente. Y eso trasciende.
- La diferencia entre ser y estar.
- Exacto. Son una ameba gigante de la expresión. Muy pocos llegan a eso y es muy impresionante cuando lo ves. Así que imagínate cuando, de repente, empecé a grabar a mi madre a corta distancia y reparé en que no miraba a la cámara, lloraba o sufría, estaba totalmente metida en su vida.
- Qué fortuna creativa contar con una familia tan peculiar.
- Por suerte, he heredado de mi padre mucha paciencia. Infinita. Es la única manera de hacer un documental familiar. Es un clan muy particular. Una mujer que se compra un castillo, que tiene un mono y muchos hijos. Había muchas historias detrás, muchas contradicciones, pero de todas maneras, te diría que cualquier familia tiene una película. El tema es hasta dónde quieres llegar o hasta dónde te lo permiten, porque todos tenemos un lado oscuro. Aun así, esto no es Capturing the Friedmans (Andrew Jarecki, 2003) no es un documental sobre unos pederastas, sino una familia luminosa.