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Los recuerdos no pueden esperar

Hablando con Bowie

Hoy David Bowie hubiera cumplido 70 años. El próximo miércoles, día 11, en el IVAM de Valencia tendrá lugar un homenaje; se proyectará el documental Five Years y a continuación habrá una mesa redonda en la que participarán la artista Roberta Marrero y la periodista Marta Moreira

8/01/2017 - 

VALENCIA. Si no fuese porque tengo la foto, creería que lo soñé. Pero también hay una grabación en vídeo en la que todo es realidad. David Bowie está sentado junto a una mesa decorada con unas pequeñas velas y mi voz surge desde algún lugar, fuera de plano, haciéndole preguntas. Principios de agosto, año 1999, oficinas de Virgin Records en Nueva York. Si no fuera porque tengo la transcripción de la entrevista y conservo la tarjeta de la habitación de hotel donde dormí y puede que hasta el billete de avión que me llevó ante David Bowie ese verano, diría que fue un sueño. Encontrarse cara a cara con personajes que han marcado tanto mi vida siempre me ha parecido y me parecerá un sueño en el sentido literal de la expresión. Esa es la razón por la cual no puedo dejar de escribir sobre ello, lo siento si me repito. Los recuerdos son lo que somos. Es como el alma, la única razón para seguir viviendo es recordar. Y esto no lo digo yo, lo dice Nick Cave en 20.000 días en la Tierra.

Sentido del humor y sensibilidad

Personalmente, tengo muchas cosas que agradecerle a David Bowie y éstas no siempre son relativas a sus discos, canciones o vídeos. De esa globalidad que abarca su figura, y que está en contacto con aspectos tan diversos como el estilo o la filosofía, yo destacaría el sentido del humor, muy poco habitual en una estrella consagrada y de sus dimensiones. A partir de cierto momento –inevitablemente conectado con la madurez y con el hecho de asumir su lugar en la música pop después de cuatro décadas-, Bowie ejercitó la sana costumbre de tomarse muy poco en serio a sí mismo cuando las circunstancias lo permitían. La mensual Mojo le invitó a ejercer como editor invitado en su número de julio de 2002. Entre otras cosas, la revista llevaba un inevitable repaso a su carrera a través de una selección fotográfica cuyos comentarios él mismo escribió. Hilarantes y mordaces, los textos deberían usarse como ejemplo para cualquier aspirante a estrella de rock, si es que tal categoría todavía es posible en este siglo cada vez menos joven.

Con Bowie en Nueva York

Mi cara a cara con David Bowie sucedió para hacerle hablar del disco que sacaría unas semanas después. Yann Padrón, entonces ejecutivo de Virgin España, contó conmigo para intentar sacarle el máximo partido a la escasa franja promocional que el artista concedía a España. El plan era emplear parte de ese tiempo (si no recuerdo mal, Diego Manrique fue el otro periodista español que en esa época habló con él)  para una entrevista en vídeo. Luego la discográfica repartiría las respuestas entre los informativos y programas  de las cadenas generalistas. En un caso así, las preguntas de encargo son inevitables, y en este caso tuve que formular algunas para un programa del corazón. Una de ellas decía esto: Los tiempos en los que vivimos  ¿necesitan un toque de glamour? Al oírla, Bowie contestó: “No lo sé… ¿Por qué me lo preguntas a mí?”, y se rió. La actitud distendida era otro de sus trucos. A Bowie le gustaba mantener el máximo el control sobre sus declaraciones. Hizo un juego de palabras entre glamour y su derivado, glam, corriente musical de la cual fue máximo precursor. “¿Te refieres a un toque de glamour y de glitter? —prosiguió— ¡Oh, Dios mío! Pero si ya tenéis a Marilyn Manson, ¿no? ¿Qué más necesitáis?”. Volvió a reír para enfatizar su propio chiste, ya que en aquel momento, Manson había desarrollado un look más que inspirado en el Bowie glam. “El lleva los zapatos de plataforma, el maquillaje, todo lo necesario... Glamour y glitter, do-do-do...”

Más humor

Ya por mi cuenta y riesgo le pregunté por la interacción con Reeves Gabrels, el guitarra que por aquel era su colaborador más cercano. “Cierto —contestó—. Llevamos diez años trabajando juntos. Intento deshacerme de él cada tanto. Lo tiro del coche pero siempre encuentra su camino de vuelta a casa. Es una lata, no sé qué hacer para quitármelo de encima. Le he ofrecido dinero para que se marche, pero no hay manera. Lo mandé a Leningrado, pero supo volver a casa haciendo autoestop”. Consciente de que tanto cachondeo podía inducir a que el periodista español se quedará con una idea errónea, añadió: “Los dos somos muy extravagantes. Abordamos nuestro trabajo con mucho sentido del humor, nos gusta jugar cuando hacemos música juntos. Y creo que más que cualquier otra cosa, eso es muy bueno. Hay mucha empatía entre nosotros”.

El arte de cambiar constantemente

Más que el sentido del humor o que cualquier otra cosa, aprecio enormemente la capacidad de Bowie para cambiar. Una faceta en la cual fue también  pionero. La transformación, la evolución, la necesidad de adoptar pieles y perfiles diferentes. De ese modo mantuvo el interés por su propio trabajo y de paso le cayó encima el cansino sambenito del camaleón. A la vez se aseguraba también de no cansar al público, ese ente que tarde o temprano se aburre de aquello que unas semanas antes le fascinaba. Era un artista pero sabía que operaba en el mundo del espectáculo y que el impacto de su obra dependía de cómo proyectara ésta ante el público. Cambiar es la clave, y yo, que no pinto nada en el mundo del espectáculo ni en ningún otro, asumo esa enseñanza como un mandamiento sagrado. No quiero anquilosarme. No quiero ver el mundo del mismo modo dos semanas seguidas. No quiero escribir igual que hace un mes. No quiero escuchar ni leer ni ver siempre lo mismo. Quiero ser un enigma para los demás y así también podré serlo para mí mismo. La única razón para seguir viviendo es recordar, pero la peor condena es quedarse anclado en un momento que ya no existe.

El arte de vivir aquí y ahora

“Posiblemente el secreto sea vivir el momento, este mismo instante”, reflexionó Bowie aquella mañana de verano en la sobria oficina. Un pensamiento que entonces no era ningún hallazgo y que 17 años después adquiere otras connotaciones. “No creo que sea interesante o valioso vivir en el pasado, o en el futuro. Ambos son lugares muy deprimentes para estar. Lo mejor es vivir aquí mismo, ahora mismo”. Cuando terminó la entrevista aceptó amablemente hacerse la foto de rigor. Se despidió de la siempre vigilante Coco Schwabb, su amiga, confidente, asistente y jefa de prensa desde 1974. Se puso unas gafas de sol, se colgó al hombro un capacito de tela con el nombre de una librería y se marchó como si fuese el encargado de reponer las bebidas en la máquina expendedora que había en el pasillo. Con todo y con eso, era imposible no desear mirarlo.

Las horas

Bowie sacó aquel disco, hours… a los 52 años, uno menos que la versión de mi persona que ahora redacta este artículo. Algunas de las cosas de las que me habló entonces las comprendo mucho mejor ahora. Esos verso de Gil de Biedma, tan repetidos que expresan algo tan difícil de comprender e  imposible de corregir: “Que la vida iba en serio, uno lo empieza a comprender más tarde”. Al no estar ya entre nosotros los múltiples significados de David Bowie se han reforzado, multiplicado, ampliado. Rescatar la entrevista de aquel verano convierte aún más en sueño aquel encuentro comedido y profesional, pura rutina para él, un momento único para mí. Al leer de nuevo la transcripción, comprendo su auténtico significado. “Creo que mucha gente de mi edad tiene la sensación de haber dejado pasar oportunidades, amores perdidos, algunos rechazados quizás, errores que hemos cometido. Los personajes de estas canciones repasan lo que ha ocurrido en sus vidas y vemos si éstas han sido como esperaban cuando tenían veinte años. La mía, por supuesto, no ha sido como yo esperaba. Pero cada ser humano en este planeta es distinto del otro, como todos bien sabemos”.  Aunque fue un encuentro real, estar con Bowie se me antoja como un episodio irreal. Un sueño en el cual, de alguna manera, me habló sobre lo que escribo cada domingo en esta sección.

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