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los testimonios lo ubican en la calle L'Alcúdia

Hallan la localización del refugio 'perdido' de Patraix

Foto: KIKE TABERNER
3/08/2018 - 

VALÈNCIA. La calle l’Alcúdia de València es una vía peatonal que se halla en paralelo a la plaza de Patraix, junto a lo que popularmente se conocía como Camp de les Piteres. Por ella los vecinos suelen pasear a sus perros. Ahora, en verano, a partir de las ocho de la tarde acuden con sus mascotas. Pilar Pascual Caballero, de 85 años, llega hasta allí con su perro, Nelo. Fue durante uno de estos paseos vespertinos que conoció a Fernando Sanz Ruiz, historiador. En el transcurso de uno de estos encuentros, Pascual le refirió a Sanz sus vivencias de la Guerra Civil, cuando se escondieron en el refugio del barrio durante los bombardeos que asolaron València, especialmente al final del conflicto.

La existencia del refugio de Patraix era conocida pero, explican Sanz y César Guardeño, de la Asociación Círculo por la Defensa y Difusión del Patrimonio Cultural, nunca hasta ahora se había podido localizar. Fueron los testimonios de Pascual primero y más tarde los de otras dos vecinas, Paquita Salvador Albert y su prima hermana María Teruel Salvador, los que les ayudaron a fijar las coordenadas físicas.

Pilar Pascual incluso recuerda con humor como su madre no se atrevía a bajar y el voluntario de la DECA (Defensa Especial Contra Aeronaves) le espetaba impaciente: “Senyora, o baixa o puja”. “Mi madre me decía: ‘Yo no quiero bajar ahí que si cae una bomba no salimos’. Así que ella se quedaba fuera”, relataba este jueves en la plaza de Patraix, mientras Nelo, su perro, se aproximaba a unas palomas que salieron volando.

Los miedos de su madre desaparecieron cuando la abuela de Pilar hizo un refugio en su casa familiar. A partir de entonces el sonido de la alarma les condujo a otro emplazamiento. Por lo que narran Pilar Pascual y sus amigas, el refugio de Patraix se hallaba justo enfrente de los números 11 y 13 de la calle l’Alcúdia y era una construcción subterránea abovedada, poco menos que un pasadizo, “sin carteles ni nada” explica, que debían iluminar los propios vecinos. La ubicación exacta del refugio debería ser certificada con estudios de georadar, comentan Guardeño y Sanz. Su entrada, creen a partir de los testimonios, se encuentra en un antiguo bancal de huerta y la salida al final de la calle.

Ahora, junto al espacio donde se hallaba supuestamente el refugio, se está construyendo un polideportivo, el del colegio Hermes, el cual se levanta en alto, sin excavar en el subsuelo. Tras comprobar que la obra no afecta al posible emplazamiento del refugio, Sanz se puso en contacto con los servicios municipales para informarles del hallazgo. Por el momento no se ha planteado excavar en la calle. En principio, según el recuerdo de las tres vecinas, jamás se ha levantado el suelo de la vía desde que se cegó el refugio, por lo que se encontraría intacto.

Los testimonios de las tres vecinas del barrio, donde han residido toda su vida, han permitido a ambos historiadores también poder certificar dos muertes que hasta ahora no se habían contabilizado. Las dos víctimas fueron a consecuencia de un bombardeo que, especulan ambos, no tiene mucho sentido que fuera intencionado por lo que podría ser o una bomba perdida o producto de unos disparos desde una embarcación, como el tristemente famoso Baleares. “A nosotros nos decían que las bombas venían del mar”, relata Pilar Pascual, abundando en esta tesis.

Foto: KIKE TABERNER

Pascual tiene recuerdos muy vívidos de las consecuencias de aquella noche. Cuando habla del socavón provocado por la bomba en el campo próximo al refugio dice que es “el hueco más grande” que ha visto nunca. A causa de la onda expansiva, la hija del alfarero de Patraix, María Monsonís, de ocho años, falleció. Asimismo sucedió con un operario que trabajaba en la fábrica del tío de Pilar Pascual, hecho luctuoso que recuerdan sus amigas.

La muerte de María Monsonís aún está presente en la memoria de las tres vecinas. Una muerte cuyo dolor permaneció durante décadas. La madre de la chiquilla, que estaba junto a ella en el momento de la explosión, apenas sufrió daños mientras que tuvo que ver como su hija fallecía tras el impacto contra la fachada de una casa, arrojada por la onda expansiva. “Esa mujer no fue más persona. Acabó muy mal. Siempre iba de luto, siempre iba de negro”, recuerda Pascual cabeceando. Un dolor que les marcó indeleblemente a todos los niños del barrio. Así, habla de que todos los escolares acompañaron al cortejo fúnebre de la niña muerta y que su cuerpo fue transportado en una tartana hasta el cementerio.

Han pasado 80 años desde entonces. El testimonio de aquella muerte permanece en su voz, en su memoria. Pero sabe que debajo de la calle por la que pasea a su perro todas las tardes, debajo de la calle en la que conoció a ese historiador tan amable y simpático con el que tan bien se lleva, justo bajo sus pies, se encuentra el refugio al que ella quería ir y que tanto miedo le causaba a su madre.

Foto: KIKE TABERNER

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