VALÈNCIA. La historia de la música popular en València se escribe en los márgenes de la presión pública. Hace apenas unos días, Bankia otorgaba unos generosos premios al talento musical entre los que la clásica, la contemporánea o la investigación se llevaban el protagonismo. Pese a lo genérico e institucional de la gala, de la música popular nada se supo. Hace apenas unas semanas, el Ayuntamiento sufría un lapsus de procedimiento y escogía 51 nuevos nombres para 51 de sus calles entre las que no había ningún músico. Quizá porque todos aquellos nombres de otro tiempo, de otro siglo, los academicistas, los que no pertenecen a la música popular, ya tienen su calle en la ciudad. Esta misma semana, también, el músico callejero valenciano Borja Catenasi -y premiado internacionalmente por ello- era multado tras pasarse un año actuando por 50 ciudades europeas. Quién sabe si pontificar a Mozart por encima de Bowie a estas alturas es algo así como el Síndrome de Estocolmo de la lucha de clases que nunca acaba.
No es por desmerecimiento de todos esos tótems de la creación musical, pero todas estas escenas del presente no hacen más que generar un halo de mito y resistencia con respecto a quienes generar una actividad artística y económica en torno a las canciones más populares, las que calan y vertebran la mayor parte de la vida de los que aquí respiramos. Entre esos muchos nombres propios, nombres de mujeres y de hombres, hay uno de lo más esencial para entender la historia de la música pop y rock en directo de la ciudad durante los últimos 20 años: José Casas. Popularmente conocido como José Wah Wah, el mismo que a inicios de los 90 empezó a programar conciertos internacionales en salas como Roxy o Zeppelin, el mismo que hace casi 17 años subió la persiana de esa sala junto a Vicente Martínez, cuelga las llaves y se despide hasta la próxima. "Una retirada a tiempo", dice, que deja tras de sí una de las biografías nocturnas más agitadas de la ciudad.
Pese a no estar nominado a ningún premio ni postularse a tener calle en la ciudad, el papel como programador de José Wah Wah ha sido una de esas labores anónimas que durante más de década y media le ha permitido a València respirar los primeros conciertos de un sinfín de bandas. Love of Lesbian actuaron varias veces "ante 30 o 40 personas" y acabaron regalándole a la propia sala tres conciertos consecutivos para los que casi no hubo tiempo material para conseguir una entrada (en su última visita físciamente posible). Y, si pensamos solo en grupos del Estado, lo mismo desde Deluxe a La Casa Azul, de Lori Meyers a Vetusta Morla, Arizona Baby, Los Coronas de The Sunday Drivers a Izal. La interminable lista de conciertos internacionales, por otro lado, se iniciaría con los relevantes Cracker y estaría trufada de anécdotas: desde el gigantesco pedido de Kentucky Fried Chicken que exigió Marky Ramone -y del que estuvieron comiendo camareras y miembros de la sala durante días- hasta el sofocante concierto de Anna Calvi que combinó su exigencia de actuar sin aire acondicionado con las temperaturas del cap i casal a mediados del mes de septiembre.
Si lo que aquí sigue se ciñera a los nombres propios y anécdotas que giran en torno a este empresario y melómano, la conversación no acabaría nunca (algo que con él, para cualquier músico que lo ha conocido, sucede a menudo). Pero esta será la última semana de José como responsable de programación en Wah Wah. La sala continuará con "un equipazo y muchísima ilusión" y todos estos son los motivos para conversar sobre lo sucedido y lo que vendrá mientras suenan R.E.M, The Smiths o Echo & The Bunnymen.
-¿Por qué dejas Wah Wah?
-Es una decisión meditada desde hace tiempo. Y, de hecho, puedo decir que he aguantado más de lo que esperaba. Con el paso de los años vas asumiendo tu retirada. Lo asumo porque creo que mi ciclo se ha acabado en este sentido. Esta manera de trabajar, tanto volumen..., se ha acabado para mí. Debo hacerlo.
-¿Quizá también es un momento para preguntarte por qué nació?
-Noviembre del año 2000... venía de montar conciertos y estaba algo quemado de tener que hacerlo en las salas de otros. Todo bien, ya sabes, pero yo quería 'mi sala'. Y tenía mis bares (Revolver; trabajó también en Barraca Bar), pero no había tenido ocasión de gestionar un local que fuera capaz de programar su propia agenda de conciertos. Con unos socios decidimos abrir Wah Wah. La idea estaba clara: directos y sesiones tras los conciertos para que la gente baile. Eso era todo. Eso es todo.
-En la primera década de los 2000, el Cedro se convirtió en una especie de corazón para los directos de pop y rock en València. ¿Qué barrio os encontrasteis al llegar?
-Bueno, bueno... ya había garitos interesantes cuando abrimos. Molaba porque podías crear una zona, que de eso se trata también. Estaba la Velvet, con quien compartíamos a uno de los socios, y que siempre fue un bar que me fascinó. Y estaba el Tornillo, otro garito que me ha gustado siempre; pequeñito, con la gente muy junta y una música cojonuda. Matisse también estaba, aunque diría que no programaba tantos conciertos, pero también La Tribu y su predecesor, el Asesino... tantos...
-¿Cómo fueron los inicios?
-Duros. Costó más de lo que pueda parecer ahora. Enderezar la sala y que la gente supiera que estábamos ahí nos costó, yo qué sé... cuatro o cinco años. Teníamos que hacer marca y dejar que el boca a boca funcionara entre bandas con más nombre. También para las locales. A partir del quinto año si que empezamos a notar que había cierta marca y que la gente ya sabe que hay conciertos importantes de la ciudad que suceden aquí. Íbamos como hormiguitas, metiendo más equipo, haciendo reformas cada verano porque necesitábamos una sala mejor para atraer a mejores grupos.
-Empezando por las bandas locales. ¿Cuáles te traen mejores recuerdos y cuáles han marcado a la sala durante estos años?
-Es que, claro, me hablas de bandas locales y yo nunca los veo como clientes. Los veo como amigos y como los que verdaderamente crean la escena. Yo, bajo mi punto de vista, pues... he tenido mis gustos, pero eso es algo personal. En una primera etapa sí recuerdo mucho cariño por Doctor Divago, que ya venían de antes y que siguen. También destaco a Polar o, por supuesto, a La Habitación Roja. Desde esos inicios han surgido diferentes camadas y supongo que si me vienen nombres a la cabeza tienen que ver con lo que a mí me mueve, como te digo, que puede ser más el indie, a veces popi, y mucho rock... No sé si está bien que lo diga aquí, pero otra época que tengo clara es la de Twelve Dolls y Polock. Otros nombres para mí, pues Senior, claro, y Wau y los Arrrghs. Bandas de rock de aquí, que sentía como de casa y que han trascendido fuera. Directos cojonudos... cojonudos.
-Los músicos, especialmente cada escena local con respecto a las salas de su ciudad, recriminan habitualmente a las salas por cobrar lo que popularmente se conoce como un alquiler. ¿Qué opinas tú sobre ello?
-A ver, partamos de la base de que esto que hay aquí es un negocio y que Wah Wah, en concreto, tiene un aforo legal de 400 personas. Molaría que la vida fuera de color de rosa, pero una banda local que está en sus primeros años no va a generar lo suficiente para sostener al equipo que trabaja en Wah Wah, que son muchas personas. Lo único que me jode de esos comentarios es que la gente piensa que no toca aquí porque no paga; no, aquí también hay alguien programando y, si no 'te importa', intentaré elegir lo que me mole. Creo que durante estos casi 17 años son incontables las bandas que han tenido su momento en la sala teloneando a grupos nacionales, dando alguno de sus primeros bolos y, por suerte, llenando y consolidándose. No todas, claro. Yo lo veo como un proceso natural y lo que hay aquí, como digo, es un negocio. Creo que no todas las bandas tienen que pasar por una sala así. Puede haber espacios anteriores o intermedios. Para que te hagas una idea, esos gastos de sala siempre van al equipo técnico. Cada vez que se jode esto o lo otro, constantemente, son 600 pavos aquí, 400 allá... constantemente. Es decir, que ni siquiera va al equipo de personas que trabaja, o al técnico que está de 6 de la tarde a 2 de la manaña con los grupos. Ni es para el taquillero, ni es para el portero, ni para las camareras... pero hay que pagar a todo el mundo.
-¿Wau y los Arrrghs también se acaban de retirar. ¿Fin de ciclo en la escena musical de la ciudad o casualidad?
-Quiero pensar que es solo una casaualidad.
-¿Tu salida es un punto y seguido o un punto y aparte?
-Es un punto y aparte... pero no demasiado largo. Ahora sí necesito descansar un poquito, pero voy a seguir con algunos conciertos en Wah Wah que ya están programados, ayudando en alguna producción aquí y allí porque algún grupo también lo ha pedido y porque me encanta. Pero desde luego que de otra manera, quitándome el volumen de trabajo, desestresando. Los últimos años han sido duros.
-¿Duros física o psicológicamente?
-Lo he notado físicamente, pero es lo psicológico lo que te hace parar. Este es un oficio al que le tengo mucha estima, que le ha dado de comer a mi familia y a otras familias. Creo que, más allá de ese cariño, de alguna manera tienes que saber cuándo retirarte. Es mejor no abocarte al caos. Es mejor reconocer el momento, adelantarte y asumirlo.
-Desde el inicio de Wah Wah hasta la actualidad, el papel de la música en directo ha dado un giro para los músicos. Más que nunca es el corazón de sus posibilidades para profesionalizarse y, sin embargo, los festivales han acabado acaparando el músculo de una actividad que suele suceder durante los meses de verano, frente al calendario más abierto de salas. ¿Qué opinión te merece ese giro?
-Es que se ha dado la vuelta por completo. La balanza se ha decantado, pero de manera brutal. Hacer festis me parece esencial para una banda, pero es que se ha convertido en una locura y ya hace tiempo que se ha llevado a bandas por delante. Confiar todo a los festivales no debe ser el camino. Y, claro, hay bandas que aguantan ese ritmo y que pueden sostenerse ahí, pero pocas. Yo creo que lo ideal es combinar ambos ritmos y calendarios. Si todo se concentra en los festivales, el futuro de las bandas va a ser duro. El circuito de sala todavía tiene margen de maniobra. Igual es más especializado y volvemos a menos conciertos y públicos más reducidos. Hay que resituarse, pero creo que hay margen.
-¿Un margen demasiado estrecho como para que tú estés cómodo?
-No creo que sea eso. Tiene más que ver ahora mismo con una decisión personal. Familiar, especialmente. Mi sensación es que es una retirada a tiempo. Que fisicamente no es ya este momento para mí. En Wah Wah se queda un plantillón y gente guay dirigiéndolo. Ahora yo he de descansar, estar con los míos y tener vacaciones.
Wah Wah si escribe su punto y seguido tras José Casas. Han sido más de 1.600 conciertos a sus espaldas. En este tiempo ha cambiado todo y él, que grababa y repartía cintas con tres o cuatro canciones del grupo que 'importaba' a Roxy, ha sido una figura capital a la hora de reconvertir la que un día fue la sala La Sonora (quién traspasó la licencia a Wah Wah). A Jose le quedará la espina de nunca haber traído a Los Planetas -"ya era algo inasumible para cuando abrimos"-, pero para entender todo lo que ha pasado por el garito es importante hablar de prescriptores e influencias: Jorge Albi (con quien coincidiría en Barraca Bar), Jesús Ordovás, Diego Manrique o Rafa Abibbol. A su manera -que es única-, en su medida -que es mucha- y con la distancia que ahora pone de por medio, él mismo ha acabado en ser uno de esos nombres que desde la trinchera ha acabado por ejercer de mentor en toda una generación de activistas musicales. A partir de este verano, como todo buen futbolista veterano, será su único representante, jugará por libre y promete seguir pululando entre escenarios. Que así sea, hasta la próxima.
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