VALÈNCIA ORGULLOSA

Hedonismo en el Orgullo

Celebrar y/o desestabilizar. El Orgullo LGTBIQ+ es una celebración hedónica con comida, bebida y perreo, pero también un espacio de disidencia  

| 23/06/2023 | 5 min, 16 seg

El Orgullo y las Fallas se asemejan: ni representan a toda la comunidad LGTBIQ+ ni a todos los valencianos y valencianas, por mucho que ambos sean una fiesta y tomen las calles. En los dos acontecimientos hay brilli-brilli, actos performativos, verbenas y marcas patrocinando lo que antes era una expresión meramente popular. Al menos el Orgullo no está esponsorizado por una funeraria (al menos un año, una funeraria colocaba su logo en la falla de Na Jordana). No juntemos incineración y homosexualidad ahora que la Comunitat Valenciana está entrando en el medievo. 

Tanto en el Orgullo como en las Fallas hay música, bebida y comida (más bebida que comida). Al hedonismo dionisiaco con aires de caída del Imperio Romano hay que entregarse sin reflexionar. Como en las Fallas, si no puedes huir a un sitio sin petardos, únete. Ante la posibilidad de una ciudad gris, ominosa y carroza, subámonos a la única acepción divertida de la palabra. Al contrario de las telas falleras o a la bandera arcoíris, los uniformes del fascismo siempre han sido parduzcos.

L’Armari de la memòria: el colectivo festejaba así en el pasado

L’Armari de la memòria es la nueva guardia del archivo LGTBIQ+ valenciano, un servicio de la Conselleria de Igualdad de la Generalitat Valenciana que esperemos que perdure y llegue a su nueva sede en Casa Clemencia. Su objetivo es ser un archivo público con el que generar un patrimonio que ponga en valor la lucha histórica. El material gráfico, documental, literario y ensayístico que contiene provoca una suerte de síndrome Stendhal del activismo en el territorio. Ojeando las revistas y libros del archivo resuena un titular: «Travestis que hacen país». Hay otro punto de intersección entre el Orgullo, las Fallas y la gastronomía que se jacta de arrelada: hacer territorio y defender una identidad no es sólo colorear de arcoíris el logo de una marca, vestir el pañuelo fallero o esmorzar. Detrás debería haber un interés cultural, un cuestionamiento de los actos cotidianos: ¿Qué implica el pinkwashing? ¿Puedo comprar este mismo alimento de proximidad? ¿Cuál es el origen de nuestras fiestas populares y feriados?. La carencia de reflexión no es exclusiva de la alteridad.  


Sala Escalante, Latinova, Borboleta, Cafè fet Exprés, Farmacia de Guardia, Covarrubias, Arana, La Marxa, Tranvía, Villa Amparo en Rocafort, Carnaby Street, Opium, La Marxa, Tigres, Barraca, Disco-pub Utopía, Tatuaje, El Glop, Syldavia o El Rialto eran los nombres de un corpus de locales en los que se entendía que la reivindicación podía ir de mano de la fiesta. 

Entre todas las figuras de la época, destacaba Rampova y su kabaret discordante y protocuir, el Ploma 2. Abelardo Muñoz prologa Kabaret Ploma 2 Socialicemos las lentejuelas con este texto: «Hubo un tiempo en el que andábamos bailando entre tinieblas por el lado salvaje de la existencia. La ciudad era un laberinto oscuro poblada de depredadores trajeados que elevaban la mediocridad a la categoría de norma. Hubo heroínas que se enfrentaron al sistema y esta es su historia o parte de ella. Una pieza clave en el puzle de nuestro pasado. Un manual de libertad para un presente desolador (...) Luchamos contra los monstruos de la intolerancia y el fascismo desde las imberbes posiciones, reivindicamos el derecho a la libertad sexual.». Rampova decía que entendía la frivolidad como Oscar Wilde. Su kabaret con k se movía entre antros y universidades. Una especie de hedonismo racional no en cuanto a las formas —abundaban las plumas, el glitter, las boas, la bisutería— pero sí respecto al contenido: la crítica ácida a las instituciones y los estertores y consecuencias de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social.

Ruta LGTBIQ+ friendly contemporánea

El Botànic es queer: A Fer la Mar y la Greta son lo que el bar de tapas de la esquina al colectivo. Si cruzamos Guillem de Castro, nos encontramos con Anita Giro. En esa zona de la ciudad, antes estaban el Colors o el Nunca digo no. Ruzafa pretende ser el Village neoyorquino, pero se queda en un AirBnB o coworking enorme. El Planet o Piccadilly son sus pubs de referencia. La normalización trae pareja la amplitud de los públicos que frecuentan estos locales pero… ¿echamos en falta espacios de disidencias, debate o reflexión crítica? Yes, sir

«Aquella Valencia llegó a ser la capital europea del transformismo, y en algunos de sus locales como el mítico La Cetra desplegaron toda su energía personajes como La Margot, Encarnita Duclown, Sareta-Sareta, La Xampany del País Valencià o Darling Lilies y Anastasia Rampova, derrocharon subcultura desde los márgenes con collage, cómic, diseño, canción y performance cabaretera». En La Margot: un paseo por el transformismo valenciano, Juan Barba y Rafael Solaz repasan una València en efervescencia que presentaba un casco antiguo y contracultural que hoy se ha extinguido. En las calles del Carmen que resisten a las tiendas de souvenirs, se encuentra la asociación cultural gastronómica vegana La Mandrágora. Espacios como House of Varietats, el centro queer autogestionado, se extinguió hace ya un año. En Benimaclet, hay algún espacio más donde lo gastro no quita lo subversivo-reflexivo. 

En el ensayo Primavera con Monique Witting, Leonor Silvestri escribía que «Independientemente de las vidas privadas de las lesbianas que siempre hubo y siempre habrá, la realidad es que decirse lesbiana era un asunto político, mucho más político que en la actualidad». La falta de sustancia y la frivolidad son transversales. Feliz Orgullo, que la resaca de la fiesta no quite la protesta. 


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