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crónicas de una madre anunciada

Hijos de… Valencia

21/01/2023 - 

A veces pienso en cómo una palabra de tan solo cinco letras puede ser un auténtico best-seller llegada una edad. Y es que según la década en la que uno se encuentre, las conversaciones de cafetería derivan hacia una preferencia de temas u otros.

Desde que llegué a los 30, a las mujeres que los tienen en su amplia mayoría, les gusta hablar de hijos. Bien ya sea porque los tienen, los están buscando o porque al tratarse de algo social en la treintena, sientes la obligación solidaria de entrar en el juego de damas y compartir, o no, la “llamada” de tal experiencia vital. 

Pensar a qué colegios los quieren llevar cuando apenas tienen un año, las maravillosas alternativas que hoy en día ofrece la ciencia para fabricar un bombo o  el eterno dilema de si teta o biberón, son algunos de los debates en los que he opinado antes de ser madre sin tener la menor idea, y desde que recientemente lo soy.

Otra liga son las señoras de tres décadas más, que al vivir la nuestra en otro bien diferenciado contexto ven con tintes apocalípticos que algunas expresen su deseo de no metamorfosear su cuerpo jamás para explotar a los 9 meses un bebé. Puede que a algunas les cueste salir del armario, pero desde bien pequeñas lo tenían claro y lo dejaron escrito hasta en su diario.

Ahora bien, las hay también que en una época en la que está de moda el empoderamiento, aunque no tengan claro aún lo de los hijos y rozan los 40, priorizan vivir cada momento. Aquellas, a las que les gusta alargar su legítima condición de teenager, enganchadas a una intensa vida social y a una auténtica devoción por no tener aún ninguna preocupación. Y aquí la ciencia juega un papel importante concediéndoles una mayor tranquilidad mental ante la dictadura biológica del tic- tac maternal.

Pero ¿qué pasa con las que sí lo somos? ¿acaso ser madre es sinónimo de abandonar el desmadre?

Conozco a unas cuantas que exentas de todo juicio ajeno, no han cambiado su impulso por salir a cenar, bailar en verbenas de verano hasta el amanecer y tomarse cuando quieren una cerveza sin ningún tipo de pereza.

Aquellas cuya copa de gyn tonic aún sigue siendo una extensión de su brazo durante el sábado noche o a la hora que logísticamente se pueda. Porque intentar lo intentan.

“No es cuestión de omitir mi reciente obligación pero tampoco que el recién llegado cambie mi vida a otra muy diferente versión”, me explica una amiga que entiende la complejidad de ser madre pero le importa un pimiento si la miran como si fuese una auténtica extraterrestre cuando mete el carrito de su bebé hasta altas horas de la madrugada en las fiestas de su pueblo.

Sin embargo, todas ellas, las extraterrestres digo, tienen algo en común. Nuestra terreta.

Para mi, esa raza de mujeres,  siempre fueron inspiradoras. Aquellas en cuyos círculos de amigos se mezclan con otros progenitores, solteros y parejas de años pero sin fecha de concepción.  Se juntan sin discriminación y sin importarle a cada uno su condición.

Bautizados todos ellos en una tierra bañada por un sinfín de festivales, eternos tardeos con el sol como anfitrión y planes de paella y mistela de domingo que son la explicación. 

La exuberancia festera de nuestra tierra valenciana puede que sea la excusa de nuestra generación, la que independientemente de la intención con la que se lleve a cabo un revolcón en la alcoba, huele a polvo de fallero.

Ahora bien, para que prosiga nuestra estirpe y sea cierto aquello de tal palo tal astilla apoyo una consigna antes de que sea tarde: alejar los ipads de nuestros hijos para que hagan más el petardo en el asfalto.  O eso pensaba antes de ser madre.

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