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MEMORIAS DE ANTICUARIO

Historia de tres plazas con historia y actualidad

13/02/2022 - 

VALÈNCIA. Por su numerosa presencia en la ciudad, existen tres hitos urbanísticos en València: los campanarios tal como observó el mismísimo Víctor Hugo cuando subió al Miguelete, los puentes (no hay ciudad española que pueda presumir de de tantos, sin poder hacerlo de río) y las plazas, las incontables plazas que salpican el amplio espacio intramuros que, aunque conserva en gran parte la trama medieval a base de callejuelas, aquellas, como si de una red neuronal se tratara unen unas a otras. No son plazas antiguas ya que muchas de ellas fueron generándose a partir del siglo XIX hasta prácticamente hoy, como consecuencia de la desaparición de manzanas de edificios en ruina cuando no grandes casas señoriales.  La de la Virgen, del Arzobispado, Manises, dels Furs, Cisneros, Nápoles y Sicilia, El Patriarca, Correo Viejo, Lope de Vega, del Doctor Collado, el Mercat, Brujas, la Reina, del Carmen, Santa Cruz, del Negrito, del Ángel, o del Telmple entre otras muchas más se distribuyen en un radio de un quilómetro tomando como eje la Seu.

Las plazas de València, génesis y patrimonio, de ahí saldría un libro más que interesante,  pero este es un humilde artículo dominical, así que, de las tres plazas que en el último año protagonizan las noticias locales, son de las que vamos a hablar, puesto que su fisionomía y usos se están viendo alteradas por obras de urbanización destinadas principalmente a la eliminación el tráfico rodado por estas y en consecuencia la nueva relación que vamos a tener con ellas. Aunque hoy convivimos con naturalidad con estas plazas, como si nos vinieran heredadas desde tiempos inmemoriales, dos de ellas, lejos de eso, son el resultado de unas decisiones más que cuestionables, muy propias del desarrollismo de mediados del siglo XX.

Plaza ciudad de Brujas y las polémicas pérgolas

Ciudad de Brujas

¿Qué vinculación tiene València con Brujas?; la vinculación tiene nombre propio: Luís Vives, el gran filósofo valenciano nacido en el emblemático año de 1492 y que con 20 años marchó a la ciudad flamenca para ya no volver a su tierra de nacimiento. La historia de esta plaza es curiosa porque su gestación es moderna e inicialmente no se proyectó como tal sino como el tramo central de la prolongación de la avenida del Oeste, que desde la plaza de San Agustín, atravesando todo el centro histórico, con una anchura de más de veinte metros, acabaría desembocando, tras 1360 metros, al otro extremo de la ciudad antigua, a la altura del puente de San José. Hoy, como infausto recuerdo de este proyecto ideado por Federico Aymamí, que afortunadamente se paró en último minuto, se alza como un faro sin señales de luz un edificio en la calle Na Jordana, con una altura de cornisa que triplica a los que le rodean. Una historia de intenciones entre higienistas y especulativas, que tuvo un mimético capítulo hace pocos años con la afortunadamente no desarrollada prolongación de la avenida Blasco Ibañez. 

Es también la plaza de Brujas y más concretamente un edificio que la cierra por su lado oeste el reflejo de que no siempre quienes han planeado arquitectura y urbanismo han gozado de la más mínima sensibilidad. Me refiero a ese triste capítulo para la ciudad protagonizado por el vasto edificio que separó visualmente y para siempre dos barrios: el mercat y Velluters. La mole que nos impide contemplar con sólo girar la cabeza la cúpula del Mercado Central, y los Santos Juanes, por un lado, y las Escuelas Pías por el otro. Yerran quienes bautizan el edificio esquina plaza del ayuntamiento con la calle Barcas como el mayor desastre visual de la ciudad. Este de la Plaza de Brujas es, indudablemente, el padre de todos los desastres. Sobre la reciente intervención urbanística, el resultado es positivo si tenemos en cuenta de donde venimos, pero resulta decepcionante, sobre todo en el diseño de los elementos “móviles” introducidos como los insípidos bancos circulares y las dos excesivas pérgolas que lejos de transmitir ligereza, sutilidad y calidad en el diseño, se yerguen como sobredimensionadas y brutalistas en el peor sentido.

Plaza de la Reina antes de su reurbanización

Nos dejamos caer entre el mercado y la iglesia para desembocar en la Plaza del Mercado. Un espacio que sí podríamos calificar de histórico pues ya podemos tratarlo como plaza desde hace unos cuantos siglos. De hecho su configuración ya se puede adivinar en el mapa del Padre Tosca que esta fechado en el año 1704. Curiosamente la auténtica plaza de entre estas tres era la que, hasta hace poco, menos nos transmitía la sensación de  plaza, y más de ensanchamiento de una calle por la que llegaron a transitar miles de vehículos al día hasta hace pocos años. Con su peatonalización la plaza ha vuelto a aparecer ante nuestros ojos (aunque en realidad así la vemos por primera vez). 

Nos llevaría todo un artículo entero hablar de la fachada de la Lonja, enfrentada (dialogando dirían los cursis) con la peculiarísima y no menos monumental y riquísima en lenguaje arquitectónico de la iglesia de los Santos Juanes, cuya naturaleza es cuando menos inusual en estas latitudes pues no obedece a modelos cercanos con la esbelta y compleja torre central con reloj y tejadillo a cuatro aguas, la galería superior rematada con esculturas, el fantástico relieve de la Virgen, las dos puertas clasicistas a las que se accede desde una terraza que se expande sobre las populares “covetes”. Una fachada irrepetible. Aquí los trabajos de reurbanización me parecen de más calidad eliminando elementos que impedían una correcta visión del monumental entorno, parecen menos intervencionistas que en la plaza de Brujas lo cual se agradece, cediendo protagonismo a la historia.

Calle de Zaragoza y puerta de los hierros antes del derribo de las viviendas.

La plaza de la Reina es, como la de Brujas, un “invento” aunque algo anterior. Es en el último tercio del siglo XIX cuando comienzan los derribos para abrir una plaza, comenzando por el del convento de Santa Tecla. Como muchos de ustedes sabrán, antes de ello, lo que hoy es este gran espacio, lo ocupaba un conjunto de manzanas de viviendas que creaban una trama urbana. Una de las calles, la calle Zaragoza serpenteaba elegantemente camino de la catedral sin que el viandante pudiese vislumbrar el final hasta que no se hallaba a pocos metros. Un final que no era otro que la imponente fachada barroca de la Seu, dando sensación de cul de sac, y que diseñada por el austriaco Conrad Rudolf a comienzos del siglo XVIII de claras influencias borrominianas se elevaba, dada su monumentalidad, incluso por encima de los edificios que la flanqueaban. El efecto teatral debía ser magnífico y todavía se puede apreciar de algunas fotografías de comienzos del siglo pasado. 

Hoy la visión es bastante adormecedora salvo que salgamos de la calle Corretjería y nos topemos a nuestra izquierda con el portalón. La plaza se fue abriendo más todavía bien entrado el siglo XX con la finalidad de construir un parking subterráneo. Estética ni prácticamente nunca fue una solución urbanística feliz con parterres inservibles que, en lugar de dar, quitaban espacio al peatón que nunca podría atravesarla, sino que debía ir pegado a los edificios sin disfrutar la plaza como tal. Una plaza que además tenía su propio itinerario interior para vehículos privados, autobuses y taxis. Un jaleo y un despropósito que había que ponerle un límite, pues los turistas (y de esto soy testigo en muchas ocasiones) se jugaban el tipo invadiendo la calzada para poder sacar una fotografía de postal del campanario más famoso de la ciudad. Esto dejará de suceder con una peatonalización que permitirá sin riesgo contemplar desde el centro tres torres pues además del citado Micalet, son perfectamente visibles la torre de Santa Catalina y la de la iglesia de San Martín. Aunque los trabajos están avanzados todavía no podemos juzgar sobre el resultado final. Para ello tendremos que esperar unos meses.

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