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tribuna libre / OPINIÓN

Hollywood o el dilema entre ficción y realidad

Foto: EFE/CAROLINE BREHMAN
15/03/2023 - 

La aversión al cine se demuestra con la falta de respeto hacia el escándalo buscado. Los abusos o herejías pueden ser considerados como síntoma y defensa de la pervivencia de ese arte. En el show nos reencontramos, y afeamos la conducta del que trata de embaucarnos en dislexias narrativas que no son sino ruptura involuntaria y, por lo tanto, ejercicio singular de la ortodoxia.

Hace un año, Will Smith impuso su sanción somatizada en la mejilla de Chris Rock. Desde atrás -las bambalinas- se escucharon ouch y wows que yo traduzco libremente como un vaya tela -más castizo-. La sanción o el big slap todavía se recuerda dentro y fuera de la villa de Los Angeles. No era cine, era espectáculo.

Este año la Academia se ha librado del gerente del sopapo -aún le quedan nueve años de condena- y han pasado a ser sus miembros quienes han considerado necesario renovar el bofetón sin que nadie -por ahora- haya experimentado aturdimiento o escozor en el izquierdo de sus pómulos. No me han confirmado si causó sorpresa en bambalinas, pero aquello que se llama la comunidad mundial del cine se ha escandalizado por las estatuillas otorgadas a Todo a la vez en todas partes (2022).

En el año 2007, y propiciado por el pulso que los guionistas lanzan a las majors, se sustancia el descontento en una huelga que claudica en 2008. Lejos de ceder ante la pretensión del artesano, las productoras se concentran en suplir aquel talento con películas basadas en novelas, biografías, realidad. Se antepone en buena lógica el negocio al magisterio. Las historias apegadas a los hechos se suceden con mayor o menor éxito, la ficción se embriaga de realidad y lo que en un principio había nacido como remiendo se convierte en la tendencia. Realidad y ficción se complementan, y a medida que se otorgan galardones la ficción no-ficcionada se convierte en paradigma -un brevísimo interludio con Parásitos (2019)-.

Hoy en día hay más ficción en el género documental que en el cinematográfico. Ambos diseccionan lo real, es cierto, pero el lenguaje fílmico ha cedido y su estructura legitima el argumento estructurado y más lineal del otro género. Se ha olvidado a la impulsiva, generosa y libertaria nouvelle vague y se ha instaurado el corsé narrativo documentalista, la ausencia de clímax y el desprecio al sentimiento o al mensaje poliédrico inherente a toda obra artística. Actualmente el documental contiene más elementos que le acercan al caos, a la visión caleidoscópica y al alma de los personajes que el discurso que se plasma en la gran pantalla. Documentales convertidos en películas y películas convertidas en documental -precursor Ken Loach y Agenda oculta (1990)-. No hay cabida para lo inaudito porque no hay carisma en lo real, y si no que se lo digan a otro acérrimo documentalista -literario en este caso- que se aferra a lo anodino, Karl Ove Knausgard.

Borges, siempre lúcido en su análisis, afirmó que "aceptamos fácilmente la realidad, acaso porque intuimos que nada es real", que es lo mismo que afirmar que el ser humano es descreído y conformista, y quizá en ese sentido se argumenta la emergencia y consolidación del paradigma realidad-ficción.

Entre tanto ensayo fílmico veraz y el abismo generado entre el rigor y los impulsos clandestinos de la ficción, se imponía poco a poco el modelo del adiós a lo científico y el retorno a la tensión (el clímax, la esencia de lo narrativo). Cintas como As bestas (2022) desarrollan realidades ficcionadas intimistas, como lo hacen otras joyas tipo Fargo (1996), Zodiac (2007) o la chilena 1976 (2022). El futuro del buen cine, o por qué no, del cine tout simplement, parecía que pasaba por lo trágico, atmosférico y elíptico como ingredientes que dotaban a la ficción documental de la tensión sustraída en este íter reciente.

Jonathan Wang, recoge el Oscar a Mejor Película para 'Todo a la vez en todas partes'. Foto: EFE/EPA/ETIENNE LAURENT

Todo a la vez en todas partes podría -y puede para algunos- constituir el epilogo a este proceso y el inicio de una nueva modernidad cinematográfica. En el filme se confunden realidad y ficción, se dibujan nuevos límites a la experiencia y se formulan universos paralelos más allá del sentimiento, se elaboran circunstancias, situaciones y deseos sobre bases puramente volitivas y se ignora lo que algunos consideran la mentalidad analítica del pasado.

Et bien, non.

En el texto de la cinta de los Daniels hay más trash que vodevil, más lujuria que concepto, más olvido que provocación, más desidia, incoherencia y Bruce Lee que trampantojo intencionado, y si la cosa no funciona es porque no contiene el elemento disruptivo necesario que sobreponga a la experiencia fallida el deseado elemento intelectual de los que no conciben lo moderno como una antítesis el orden precedente. La ortodoxia en lo cinematográfico pertenece en exclusiva a Tarantino y no existe por el momento ni el talento, ni el impulso, ni el deseo de abolir el régimen de Quentin. Ni en la cinta susodicha, ni en el resto de las producciones estrenadas.

La Academia se reúne como lo hacen otros sabios en Venecia, en Cannes o en Donosti y los comités que cada año conceden galardones no son tanto los culpables de que tal persona se decore las repisas con objetos siempre shiny sino de la concesión involuntaria de su apoyo a un paradigma. El acierto o despropósito del año no es que cintas como esta coleccionen galardones -más o menos justificados- sino que se erijan en modelo para otras por venir. Este big slap de la Academia al propio cine es un sepukku en toda regla. Aunque quizás es más propio utilizar el término harakiri, por vulgar y más acorde con los hechos.

En el fondo, nada de esto es sorprendente, el dilema entre ficción y realidad se ve resuelto siempre con rupturas. Cosas que suceden cuando cambias las alfombras de color.

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