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cuando había uhf

'Hombre rico, hombre pobre': el bueno, el bruto y el malo malísimo

Se estrenó en plena apertura democrática y caló hondo en la audiencia. ‘Hombre rico, hombre pobre’ fue un drama que enganchó al público español, y al no español también a unos personajes contradictorios y reales como la vida misma

| 16/02/2019 | 5 min, 34 seg

VALÈNCIA.- Hay series de televisión cuyos títulos están grabados en lo más profundo del subconsciente de toda una generación. Seguramente para los más jóvenes el título de Hombre rico, hombre pobre no supondrá nada. Para los más viejos del lugar —aquellos que en 1976, año en el que la serie llegó a España tenían, entonces, entre 15 y 40 años— aquel programa marcó un antes y un después en el modo que teníamos de ver la televisión. Fue una de las producciones que coincidió con la llegada —o el asomo incipiente— de la democracia en España.

Un concepto que entonces se caracterizaba por la irrupción del sexo y la violencia (en plan sosegado, ¿eh?) y la ausencia de paños calientes cuando se trataba de tocar determinados temas éticos. En ese aspecto, Hombre rico, hombre pobre dejó boquiabierto a más de un telespectador cuando uno de los pechos desnudos de Susan Blakely (la actriz que encarnaba al personaje femenino protagonista, Julie Prescott) se dejaba ver fugazmente en la penumbra del dormitorio, en una cama en la que claramente acababa de haber intercambio de fluidos. Yo, Claudio o El aventurero Simplicissimus formaron también parte de aquel espectro televisivo, tan liberador él, que nos corroboraba en nuestros propios salones que sí, que las cosas estaban cambiando para bien.


La ausencia de censura y pacatería no fueron las únicas bendiciones de un drama que causó furor aquí y en Estados Unidos, y que también hizo historia catódica. Hombre rico, hombre pobre narraba el periplo de una familia de raíces europeas, los Jordache, asentados en Nueva York en busca del sueño americano. La trama comienza con la celebración del fin de la segunda Guerra Mundial y termina en 1968. Es la primera serie de televisión que cuenta una historia con un final concebido desde el principio, es decir, no es una mera sucesión de capítulos que avanzan en el tiempo, sin un final en el horizonte, más allá de la cancelación de la serie en sí misma.  

Hombre rico, hombre pobre abrió las puertas a una exitosa fórmula que amortizaron producciones posteriores como Norte y Sur y, sobre todo, Raíces, la del inolvidable esclavo Kunta Kinte. El realismo y la literatura habían llegado a las teleseries, y adivina en qué país estaban ansiosos por darse un baño de todo eso, sobre todo de lo primero, siempre y cuando ofreciera algo de ese morbo que durante tanto tiempo nos había prohibido el dictador.

Novela pobre, serie rica

La novela de Irwin Shaw en la que se inspiró la obra no es ni mucho menos una de las cimas de la literatura contemporánea. Pero lo que en el libro no era más que una historia con oficio y ganas de vender mucho, en su adaptación televisiva se convirtió en otra cosa. El mérito de esto recae sobre todo en dos de sus protagonistas. Uno de ellos es Tom Jordache, hermano pequeño y oveja negra de la familia. Un triunfo, más que del personaje, del actor que le dio vida. El papel puso en el mapa a Nick Nolte, que supo darle a su personaje la mezcla de vulnerabilidad y fuerza bruta necesarias como para que el mundo se enamorara de aquel culo de mal asiento. Un rebelde condenado a ser el opuesto de su hermano, el estudioso, amable y trabajador Rudy Jordache (Peter Strauss). Ambos hermanos están condenados a quererse, odiarse y a enamorarse de Julie Prescott. Sumémosle a eso la ira de un padre frustrado y la presencia de un enemigo mortal y ya tenemos los elementos para construir una tragedia griega moderna.

Es irónico que, interpretando al hermano pobre, fuese Nolte el gran triunfador de esta serie. Es cierto que su personaje se comía con patatas al de Strauss. Tom era un imán para los problemas pero también un tío noblote; a su lado, el hermano bueno era un sosainas. Nolte perdió un montón de kilos para poder ser, tal y como él mismo declaró, «el estudiante que fui en el pasado, cuando era tan joven como mi personaje». Las excentricidades que le han hecho popular más allá de su trabajo ya le acompañaban entonces. Se jactaba de no hacer caso a nadie que le hablara, «para poder sentirme tan perdido como Tom». En una ocasión, Dorothy McGuire, la actriz que encarnaba a su madre, le reprochó en broma que era un actor lleno de trucos. «Si tú tuvieses que interpretar a una mujer ciega, ¿no pondrías también en práctica algunos de esos trucos?». Sin duda, uno de los grandes legados de la serie fue catapultar a un actor tan indomable como su personaje.

Hombre rico, hombre pobre también introdujo una nueva dimensión visual en las teleseries. Y narrativamente incorporó elementos de la historia reciente tales como las guerras mundiales o la contienda de Vietnam. Pero por encima de todo, nos dio al primer gran villano de la pequeña pantalla. Un individuo que solo necesitaba una mirada para reflejar la maldad que bullía en su interior. Anthony Falconetti, un personaje en realidad secundario, acabaría usurpándole protagonismo a los Jordache. Fue fundamental en el desenlace de la serie, tanto que el público, impresionado por su inagotable sed de mal, le convirtió en sinónimo en medio mundo de malvado cum laude. El intérprete de dicha joya fue el actor William Smith, modelo culturista, famoso hasta entonces por apariciones en series diversas. Hubo quien se refirió a él como «la respuesta de Hollywood a Míster Universo» porque antes de Schwarzenegger, ya estaba él. Y de hecho haría de padre de Conan en la película homónima, unos años después. Smith dio vida a Falconetti y este, a su vez, hizo que las piezas de la serie encajaran a la perfección.

* Este artículo se publicó originalmente en el número 52 de la revista Plaza

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