VALÈNCIA. Dice David Fincher que “los cineastas hemos ayudado a fomentar la fascinación por los asesinos en serie”. Y tiene toda la razón, además de gran parte de la responsabilidad, puesto que su película Seven (Se7en, 1995), junto con El silencio de los corderos (The silence of the lambs, Jonathan Demme, 1991) están en el origen de esa fascinación.
Mindhunter, la serie que ha producido y en parte dirigido (cuatro capítulos) para Netflix, estrenada el pasado 13 de octubre, vuelve sobre dos aspectos recurrentes de su filmografía. El primero es la persecución del psicópata como tema central, tal como sucedía en Seven, Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres (The Girl with the Dragon Tattoo, 2011) y Zodiac (2007), con la que la serie tiene muchos puntos de contacto. El segundo es la ambientación en un mundo esencialmente masculino con un grupo de hombres como protagonistas, como en El club de la lucha (Fight Club, 1999), La red social (The Social Network, 2010), Seven, Zodiac o The game (1997). Dicho sea de paso, ya que no vamos a tratarlo, que aquí estamos para hablar de series, es interesante que sus películas tengan tantas similitudes desde el punto de vista argumental teniendo en cuenta que no es guionista y siempre parte de materiales ajenos, sean guiones originales o adaptados a partir de novelas (Palahniuk, Larsson).
Series con psicópatas hay a porrillo. No hay procedimental policíaco, tipo CSI, Ley y orden, Hawaii 5-0, Elementary o Bones que no exhiba alguno por temporada para poner a prueba a los agentes de la ley, además de algunas series dedicadas totalmente a ellos como la veterana y truculenta Mentes criminales (Criminal Minds), actualmente en emisión con su decimotercera temporada. En algunas producciones son los protagonistas, es el caso de las ya finalizadas The fall (magnífica, no se la pierdan), la extravagante Hannibal, The following o Bates Motel, por no remontarnos al querido Dexter.
Por su parte, Mindhunter se centra en los investigadores y nos cuenta la creación en los años setenta de la unidad del FBI dedicada específicamente a la persecución de serial killers, la Unidad de Análisis de Conducta (BAU en inglés: Behavioral Analysis Unit). Está basada en Mindhunter: Inside the FBI's Elite Serial Crime Unit, el libro que en 1995 escribió el agente John E. Douglas, miembro e impulsor de dicha unidad y en el que se inspira el personaje principal, el investigador Holden Ford (no parece una casualidad que se llame Holden, como el protagonista de El guardián en el centeno, un libro vinculado a asesinos como Charles Manson, Lee Harvey Oswald, John Hinckley Jr. o Sirhan B. Sirhan).
La BAU (o la UAC, en castellano) les sonará porque es la unidad protagonista de Mentes criminales, pero el tono de ambas series, aunque comparten algunas cosas, es muy distinto. La serie de Fincher centra su acción en las entrevistas que los investigadores mantuvieron con los asesinos en serie de la época, como Ed Kemper y Jerry Brudos, a fin de conocer su forma de pensar y actuar para poder luchar mejor e incluso prevenir este tipo de crímenes. Desarrolla algunas de las ideas que podemos ver en Mentes criminales, como el proceso de deducción del perfil del asesino, ya saben, ese momento de rápidos movimientos de cámara y primeros planos en el que el grupo de investigadores comienza a deducir aquello de “será un hombre blanco, de entre 25 y 40 años, apocado y solitario, sexualmente frustrado, etc. etc.”, que siempre constituye un momento llamativo y narrativamente interesante.
Pero al contrario que en la serie citada, y esto es una decisión creativa esencial en la construcción de esta ficción, no hay persecuciones o tiroteos, solo conversaciones y diálogos desarrollados en interiores: oficinas, comisarias, cárceles, bares, coches. Esto le confiere un tono particular, lento y discursivo, que para algunos resulta frustrante, pero que la que suscribe encuentra adecuado y coherente, ya que la serie juega a fondo la carta de la fascinación por la psicología humana, la necesidad de entender la mente del asesino y el origen del mal, a través de un choque entre mentes que no deja de ser un juego de seducción. Además de, lógicamente, una mirada al abismo que pasa factura.
¿Y de qué hablan en esas largas conversaciones? De asesinatos, claro. Pero sobre todo de sexo y de mujeres. Porque la investigación de los protagonistas trata de hombres que matan mujeres, como gran parte de las series procedimentales y de thrillers cinematográficos. Así pues, tenemos una serie que va, sobre todo, de hombres que hablan de mujeres.
Hemos comentado antes que el mundo de David Fincher es un mundo de hombres. Pero, al contrario que el también muy masculino cine de Michael Mann, repleto de escuálidas y débiles muñequitas, totalmente prescindibles, el mundo de Fincher es bastante más complejo y, aunque escasas, las mujeres resultan, sin embargo, esenciales, puesto que tienen el papel de desafiar la masculinidad y hacerla dudar. ¿Recuerdan al protagonista de La red social? ¿Aquel Zuckerberg inmaduro que, espoleado por el rechazo de una mujer, crea Facebook y que, al final, solo, multimillonario y odioso, se dedica a darle obsesivamente a Alt F5 esperando la respuesta femenina que nunca llega?
En realidad, gran parte del cine de David Fincher podría estudiarse como un tratado de la masculinidad desconcertada, empezando por El club de la lucha y acabando por esta Mindhunter. En la serie, la inevitable división entre mujeres vivas y muertas y el tratamiento que se da a unas y a otras nos informa de ese desconcierto masculino frente a las mujeres. Las muertas, las asesinadas, más propiamente hablando, son las víctimas, y lo han sido por ser consideradas por los hombres como mujeres objeto, un tema recurrente en los diálogos. A ellas se contraponen los personajes femeninos vivos, principalmente dos, que son fuertes y rebeldes. Tenemos primero a la novia del protagonista, una mujer mucho más moderna que él, capaz de hacerle dudar tanto de sus capacidades sexuales como de su visión del mundo. Y, en segundo lugar, está el personaje interpretado por Anna Torv (basado en Ann Wolbert Burgess, pionera en el campo de la psicología forense), que desafía los límites impuestos a la mujer en aquellos años, tanto por su condición de científica y jefa, como por el hecho de ser lesbiana. En otra categoría, muy problemática, entran las madres, que parecen estar en el origen de los comportamientos criminales de los serial killers, hijos de padres ausentes y madres castradoras, bien a través de la sobreprotección o bien de la crueldad.
Frente a la realidad de todas esta mujeres, la pareja de investigadores intenta entender algo y poner orden en el caos. Ambos creen en la reflexión, en el poder de la palabra y en la psicología. El joven, inteligente y ansioso, va cayendo en la atracción hacia sus letales entrevistados al mismo tiempo que lo que va descubriendo, la naturaleza profundamente masculina y misógina de los crímenes, le obliga a, como hombre, plantearse su relación con las mujeres y su mirada hacia ellas. Por su parte, su compañero, el hombre maduro y agente ya experimentado (inspirado en el agente real del FBI Robert Ressler, quien acuñó por primera vez el término “asesino en serie”), es también un hombretón sensible (matices muy eficazmente expresados por el actor Holt McCallany), que duda de su capacidad como esposo y padre.
Ahora solo esperamos que, desde este punto de vista de este rápido análisis de género que hemos hecho, no se dediquen a poner en peligro a la novia del protagonista, ese cliché burdo tan molesto para las espectadoras, pero tan persistente. Aunque, vista esta primera temporada, absorbente y con personalidad propia, no parece que las cosas vayan a ir por ahí. Por favor.
Fue una serie británica de humor corrosivo y sin tabúes, se hablaba de sexo abiertamente y presentaba a unos personajes que no podían con la vida en plena crisis de los cuarenta. Lo gracioso es que diez años después sigue siendo perfectamente válida, porque las cosas no es que no hayan cambiado mucho, es que seguramente han empeorado