El thriller psicológico de Amazon Prime Video es de visionado rápido, al tratarse de episodios de treinta minutos. Destaca por los homenajes al cine de suspense y el uso de bandas sonoras de películas clásicas, con una impecable dirección de Sam Esmail. La interpretación de Julia Roberts y del resto de elenco, especialmente Bobby Cannavalle y Shea Wigham, redondean una delas mejores series del año
VALÈNCIA. Suena una composición de la banda sonora de Vestida para matar de Brian de Palma sobre el plano de una pecera. Por el estilo de la sintonía, parece hilo musical. En travelling, la cámara se desplaza hasta una mesa donde se sitúa en plano cenital. El escritorio está perfectamente ordenado, menos un bolígrafo. Vemos unas manos que recolocan el utensilio. La cámara entonces panea para mostrarnos a Julia Roberts sentada en un despacho aséptico.
Alguien llama a la puerta. Ella automáticamente muestra una sonrisa fingida, de esas que mostramos en nuestros trabajos. Y de esas que la gran estrella de Hollywood ha enseñado en decenas de películas. La visita entra en la sala. Es el soldado Walter Cruz y ella es Heidi Bergman, terapeuta. Heidi comienza ese día un tratamiento con un grupo de combatientes con síndrome de estrés postraumático. Les ayuda a prepararse para su regreso a la vida civil. Están en las instalaciones de un centro llamado Homecoming, como el título de la serie. Mientras Heidi y Walter charlan por primera vez, la música de Vestida para matar invade totalmente la escena. Salimos con la cámara al exterior del edificio, desierto, donde un pelícano camina a sus anchas. El ave suelta un graznido.
Cambiamos a un plano recortado en formato 1:1. La cámara se abre desde un cuadro hortera de una playa hasta mostrar el interior de una cafetería infecta. Se desarrolla una escena típica entre clientela y personal del bar. Una de las camareras es, de nuevo, Heidi Bergman, con un pelo distinto y cara de cansada. La sonrisa típica de Julia Roberts ha desaparecido. Heidi, de súbito, recibe a un cliente inesperado: Thomas Carrasco, del departamento de Defensa. Quiere hacerle unas preguntas sobre su etapa como empleada en Homecoming cuatro años atrás. Han recibido una queja sobre aquel proceso terapéutico.
En escasos cinco minutos y con suma maestría, Sam Esmail (Mr. Robot), director de la serie, nos ha mostrado el planteamiento, el tono y el estilo de Homecoming. Dos narraciones en paralelo con cuatro años de diferencia pero con el mismo personaje: Heidi Bergman, que tiempo atrás fue terapeuta militar y ahora es camarera en un antro de mala muerte. Está siendo interrogada por un funcionario de Defensa que quiere saber qué pasó en aquel centro. Eso mismo queremos saber nosotros: ¿qué pasó?, ¿por qué dejó ese trabajo claramente mejor?, ¿hubo algún problema durante aquella terapia?, ¿qué oculta Heidi Bergman?, ¿y por qué vimos un pelícano frente a un edificio solitario?
En primer lugar, si algo caracteriza a Homecoming es su virtuoso estilo cinematográfico. Un planteamiento visual impecable. La serie homenajea a Hithcock, a Brian de Palma, a Kubrick, a todos los grandes. No se esconde tampoco por utilizar extractos de bandas sonoras de otras películas clásicas. No sólo escuchamos los primeros compases de Vestida para matar, con los que arranca la nueva serie de Amazon Prime Video. Durante los diez episodios suenan piezas de Todos los hombres del presidente, Marathon Man, Vértigo, Klute, Carros de fuego, Carrie, Fuego en el cuerpo, La conversación, Copycat, The Thing y muchas más. La banda sonora lógicamente es impresionante. Sam Esmail pidió expresamente poder utilizar esas piezas, con el sobrecoste de derechos que supone, pero con un resultado sobrecogedor.
Luego está Julia Roberts, sobresaliente en su papel doble: la joven y correcta terapeuta de sonrisa encantadora, por un lado; la cascada camarera seria, años después, por el otro. El resto de elenco es igual de magnífico. Bobby Cannavale como despreciable y grimoso jefe de Heidi en la extraña corporación; Sissy Spacek, que es más bien una aparición estelar, como madre de la susodicha; y Shea Wigham en un papelazo memorable, con el que ojalá coseche un Emmy a Mejor actor de reparto. Su sutil interpretación del agente Thomas Carrasco demuestra que se trata de un actor de primera. Un gris funcionario, lento y algo mediocre, que se rebela ante el inmovilismo institucional a golpe de silencios, miradas al infinito y escenas con toques absurdos. Súmenle momentos de comedia y hasta de ternura, como si su personaje hubiera sido escrito por los hermanos Coen para la cuarta temporada de Fargo.
La duración de los capítulos es otra característica que diferencia este drama de intriga con respecto a la mayoría de series del mismo género. Los diez episodios no duran más de media hora cada uno, así que en cinco horas se verán la temporada. Si son de los que les aterran los noventa minutos por episodio del otro estreno de la plataforma de Jeff Bezos, The Romanoffs, esta es su serie.
Según la revista cultural Vulture, Amazon ha logrado dar con su particular Stranger Things. En cierta forma están en lo cierto. Ambas obras beben de los homenajes cinematográficos y, por tanto, de los guiños nostálgicos, aunque Homecoming lo hace de forma más sincera (en el caso de las músicas basándose exactamente en las sintonías de películas clásicas). En segundo lugar, las dos producciones recurren a una estrella de Hollywood (Winona Ryder y Julia Roberts). Sin embargo, la serie de Amazon va dirigida a un público más complejo. Principalmente porque contiene un gran tema que subyace: desconfía de las grandes corporaciones, desconfía de las buenas intenciones de tu jefe. La serie pone en duda la ética empresarial y gubernamental, como ya ocurría en Mr. Robot.
Basada en un podcast de Eli Horowitz y Micah Bloomberg, Homecoming es uno de los mejores títulos del año. Probablemente no logre el éxito viral que Stranger Things, pero no cabe duda de que algún premio, más que merecido, le llegará.
Fue una serie británica de humor corrosivo y sin tabúes, se hablaba de sexo abiertamente y presentaba a unos personajes que no podían con la vida en plena crisis de los cuarenta. Lo gracioso es que diez años después sigue siendo perfectamente válida, porque las cosas no es que no hayan cambiado mucho, es que seguramente han empeorado