“Cuando vi los olivos en su entorno me dejaron sobrecogida”, asegura la directora; este viernes preestrena en los cines ABC… El Saler y el sábado en Sant Mateu su nueva película El olivo, que llegará a los cines el 6 de mayo
VALENCIA. Los olivos son un árbol sagrado en Palestina, recordaba este jueves Icíar Bollain (Madrid, 1967). La savia de los olivos es sangre de nuestra sangre, dicen los palestinos. Forman parte de la historia del Mediterráneo desde hace milenios. En tiempos del Imperio Romano se plantaban encima de las tumbas de los patricios. Rezuman historia, memoria, pasado. Algunos de ellos existían antes de que nadie supiera cómo era el planeta, si plano o esférico; otros nacieron cuando el mundo era tan reciente que las cosas no se nombraban sino se señalaban, que diría García Márquez. No son árboles. Son templos. Mirarlos es asomarse al corazón de la tierra.
Bollain admite que no fue consciente de la trascendencia de los olivos y su belleza hasta que su marido, el guionista Paul Laverty (Mi nombre es Joe, El viento que agita la cebada), hizo que se fijara en ellos. “Estaban ahí, pero no los veía”. Era verano. Laverty leyó un artículo en prensa sobre un olivo centenario que viajaba al norte de Europa y algo en su cabeza de escritor se activó. Aquella historia tenía un carácter simbólico que la hacía especial y Laverty la llevó a su baúl secreto, donde almacena las semillas de sus guiones. “Él recorta muchas cosas, guarda muchas noticias de prensa en carpetas”, explica Bollain en conversación con Valencia Plaza. Ésta era una más de ellas y durante un tiempo parecía destinada a dormir en letargo, “hasta que de repente volvió”, explica Bollain. Y de que manera.
En este caso la espera, en torno a un año según recuerda la cineasta, no se debió sólo a que Laverty quisiera guardar distancias con la historia, a que la dejara madurar. “Estaba muy ocupado, tenía mucha faena y hasta que no acabó lo que estaba haciendo no pudo retomarla”, admite entre risas. Y en cuanto lo hizo, le descubrió a Bollain un mundo que no esperaba y que le impactó cuando se le encontró. “Me sorprendieron los árboles; había visto alguno, lo típico, en una rotonda, pero cuando vi los olivos en su entorno me dejaron sobrecogida”, comenta la directora de películas como Te doy mis ojos o También la lluvia.
Este viernes los cines ABC… El Saler de Valencia acogen un preestreno muy especial. Se presenta en esta ciudad El olivo, la película resultado de ese viaje emocional, un largometraje que es un cuento y un poema a un tiempo, una puesta en valor y una mirada a la vida, y que ha supuesto el regreso de Bollain como directora de largometrajes de ficción cuatro años después de que se estrenara Katmandú, un espejo en el cielo.
Si la nueva película de Bollain hace prólogo en Valencia antes de iniciar su gira oficial por España es por muchos motivos. En primer lugar, porque fue en la Comunidad Valenciana donde se rodó. Concretamente, tuvo su corazón neurálgico en Sant Mateu, localidad donde se filmó buena parte de la película y donde estuvieron alojados casi todo el equipo, con Bollain y Laverty a la cabeza. A este municipio castellonense volverán este sábado 30 de abril parte del equipo de la película para realizar la segunda proyección con público en la Plaza Mayor, antes del preestreno oficial que se celebrará en Madrid, en un acto que está previsto que acuda el presidente de la Generalitat, Ximo Puig. El largometraje llegará a las salas comerciales de toda España el próximo viernes 6 de mayo.
Pero también, además de esas razones de vinculación profesional, se pueden entrever las sentimentales. Cuando Laverty y Bollain comenzaron la investigación para realizar la película, encontraron en la zona de Sant Mateu en particular, y en la Comunidad Valenciana, en general, una notable sensibilidad por parte colectivos y sindicatos como la Unió de Llauradors que han hecho de la defensa de los olivos y árboles centenarios una lucha constante. Fue precisamente por su presión que se aprobó en la Comunidad Valenciana la única ley en España que protege a estos testigos de nuestra historia. Y si bien la desidia de los Consells del PP hizo que nunca se aplicara en su integridad, su mera existencia sirvió para frenar el expolio de manera harto significativa. Ahora el nuevo Consell la quiere reactivar para que no sea sólo una norma, sino que tenga incidencia en la vida real. En esto, por una vez, la Comunidad Valenciana sí está a la vanguardia.
El olivo, pese a su aspecto de historia sencilla, modesta, ha tenido un presupuesto considerable para los estándares que maneja actualmente el cine español. En total ha contado con 4,3 millones de euros, que dan fe del mimo que se ha tenido a la hora de rodar una historia que viaja de la Comunidad Valenciana a Düsseldorf, a lomos de un olivo de ocho metros de diámetro. El coste ha incluido tanto los viajes como gastos como reproducir a tamaño real el olivo eje de la historia.
Protagonizada por Javier Gutiérrez, Anna Castillo, Pep Ambrós, Manuel Cucala y Miguel Ángel Aladrén, la película se inspira en hechos reales, la venta de olivos centenarios y milenarios como elemento ornamental que ha vaciado las zonas rurales de España de uno de sus patrimonios más singulares. En la película una chica, Alma, se obsesiona con que recuperando el olivo de su abuelo podrá recuperarle a él, que se halla sumido en una extraña melancolía y que no hace más que llenar con piedras el agujero donde estaba el árbol, que fue cambiado por un dinero que sólo sirvió para sobornar al alcalde.
Fueron ocho semanas de rodaje, tiempo que Bollain consideraba preciso para poder filmar en condiciones la historia y darles cierta holgura y tranquilidad a los actores más inexpertos del plantel. Tras ello, varios meses de postproducción antes de dar forma a una película que, como matiza Bollain, más que reivindicar la preservación de estos árboles y su cuidado quiere “ponerlos en valor”, hacer que la sociedad los miré como Laverty le enseñó a ella a mirarlos. Y es que El olivo habla de cuidar la Naturaleza, de preservar el entorno, de “cosas que sabemos”, en palabras de la directora, pero que muchas veces se olvidan. Y lo hace desde las tripas, desde el alma y las emociones, y no desde preceptos de salón. Y aunque es una película de sentimientos, de lo más real del ser humano, no descuida el humor.
En paralelo a la historia principal, al tronco, El olivo también despliega sus ramas con algunos frutos hermosos al tratar otros temas igualmente metafóricos y contemporáneos. Muy especialmente, destaca la historia de la relación del abuelo con la nieta, que tiene una gran relevancia en el desarrollo de la trama y se convierte en el nexo emocional más inmediato entre el espectador y la historia, homenaje sin duda, a una generación que se ha devenido en sostén fundamental de la sociedad durante esta larga crisis.
E igualmente sirve para radiografiar los años de la especulación urbanística, los excesos de esta era del ladrillo en la que la sociedad se subió a la cresta de la ola de la especulación y renunció a la ética y la dignidad. Con el olivo familiar como metáfora, la película aspira a ser un espejo de parte de un tiempo de engaños, corrupción, mediocridad, dinero fácil y negación de las emociones. Arrancados y enviados a rotondas de autovías vacías, campos de golf, empresas (la ciudad del Banco Santander en Madrid tiene unos 500) o a casas de pudientes en Alemania, Francia, o los Emiratos Árabes, los olivos trasplantados, vendidos como meros ornamentos y dejados morir (el 50% no han durado ni dos años en sus nuevos emplazamientos; se estima que en torno al 85% mueren antes de 15 años) no son sólo patrimonio natural perdido; son también huellas de nuestra vergüenza.
De ahí que El olivo parezca pues nacida para hacer reflexionar a la sociedad, a sus espectadores, despertar conciencias, si bien el objetivo final no es sólo influir; al menos no por parte de Bollain. “Si se puede influir en la gente, fantástico”, comenta, pero lo importante para ella es señalar, parar, contemplar lo que realmente importa. “Es bueno parar. Hay mucho ruido. A veces quiero quedarme quieta y mirar las cosas”. Eso es, en cierta medida, lo que hizo Laverty cuando decidió recortar aquella noticia. Paró. Y entonces los dos miraron donde nadie lo hacía. Ahora, el fruto, es una película.