El otro día, martes pasado para ser más exacto, se entretenían nuestros senadores en una de esas sesiones que denominan control al Gobierno. Lanzaban preguntas y justificaban sueldo y prebendas. Muchos de ellos miraban el reloj, pese a que era primera hora de la tarde. Otros, simplemente, aplaudían entre bostezos y gestos de apoyo fraternal al ministro/a de turno o al amado líder. Algo tenían que hacer. Del sí al no con la cabeza, según el protocolo político. En fin, cobran y funcionan como atrezo. El problema es que lo hacían frente a todos los españoles, aquellos capaces de aguantar algo tan soporífero como una retransmisión en la residual cadena pública estatal de una sesión que no conduce a nada, salvo al aburrimiento previo a la siesta del borrego.
Casualmente, hablaban del incremento salvaje del recibo de la luz y del gasto de autónomos al borde del desastre. Entre ellos, para el PP, incluso de la peluquera que corta el pelo a una senadora a la que puso como ejemplo del desmán de esa factura que nos acojona a todos. Y ahí que se tiraron un buen rato con ímpetu y frenesí a retratarse como grandes gestores públicos. Discutían aquellos que quisieron poner un impuesto al sol y se iban de vacaciones pagadas, como los que permiten que sus afiliados a cambio de un puesto en una empresa eléctrica sean capaces de vender su alma al diablo y hasta su libreta de principios en plena contradicción ideológica y personal.
Pero lo que a uno le llamaba la atención no era el debate lánguido y hasta de formas, que al parecer es lo de menos y no sirve para nada, sino la cantidad de luz que iluminaba a sus señorías y la gran estancia que les daba cobijo y la buena temperatura que disfrutaban. Hablaban de luz, sí, pero bajo una intensidad potentísima que a buen seguro con esas subidas y bajadas de precio le saldrá a esa cámara tan rancia como cara, a unos costes que la ciudadanía desconoce pero, a buen seguro, se irán por las nubes en próximos recibos. Esa es una de las grandes contradicciones de un sistema que no mira por todos sino que salva o protege a unos cuantos bendecidos. Sobre todo a señorías y colocados a dedo que no apagan la luz de sus despachos vacíos, y menos la regleta del ordenador o la impresora. Sólo hace falta darse una vuelta por nuestras instituciones cualquier día para comprobar que las facturas de luz no van con ellos. Al contrario.
A un servidor, por ejemplo, le gustaría saber, qué medidas han adoptado nuestros gobiernos del tipo que sean en buscar alguna forma de ahorro en esas subidas de tarifas eléctricas que abonamos cada tarde a precio de bogavante fresco.
Porque, entre tanto debate social, mediático, popular y político aún no hemos escuchado de qué forma nuestras instituciones se han apretado el cinturón. Me explico. Nos dan la leña cerebral explicando de qué forma debemos ahorrar para que nuestra factura unipersonal no se incremente por encima de las necesidades; nos dan lecciones de ahorro y consumo, pero quienes han de dar ejemplo de austeridad y ahorro lo primero que hacen es no cumplir con ninguna de las medidas que nos proponen. Al contrario, están en darse mucha luz. La que haga falta.
La cuestión es que la Cámara de nuestros senadores, esos que pasan el tiempo por allí viviendo del debate de sobremesa, no aplican el mismo rasero humano y menos urbano. No nos dan ejemplo. Ni cierran la puerta al salir, ni apagan la luz. Seguro que muchos dejan el aire acondicionado en marcha para que cuando regresen al despachito lo tengan caldeado a su temperatura deseada y sobre todo bien iluminado, no sea que tropiecen con alguna silla antes de dejarse caer sobre el mullido sofá con síntomas de agotamiento intelectual.
Hace unos años un presidente de cámara autonómica, en este caso la nuestra, que ya está para el cambio de tarjeta de ahorro, se gastó un buen dinerito cambiando la iluminación de su despacho con la justificación de que quería ofrecer garantías para que los mass media que pudieran entrevistarlo en su hábitat gubernamental gozaran de iluminación estelar. Y se quedo tal cual, esto es, muy bien iluminado. Y no es que aparezca mucho por las televisiones, ni que le pidan opinión de casi nada. Es fachada. Como el MuVIM nuestro de cada día y Diputación provincial mediante que lleva semanas sin exposiciones que ver, aunque continúa iluminado a tope.
Esto de los debates políticos no ha cambiado con la que nos ha caído pese a las exigencias a las que someten a los contribuyentes, por mucha supuesta solidaridad `política que nos vendan. Son estatuas museológicas.
A ver si no. En nuestra calles cada vez hay menos luz, los servicios de limpieza y jardinería de mantenimiento decaen por falta de interés y compromiso o el tráfico cada vez se hace más insoportable, según ilustra la encuesta municipal de vecindad, mientras nos cobran un elevado impuesto de circulación o tasas de aparcamiento, cada vez más nos impiden hacer uso de nuestros automóviles y los servicios esenciales de transporte decrecen o se ponen en huelga para hartazgo social. Eso es lo de menos.
Si por alguna de aquellas conociéramos el gasto en luz de nuestras instituciones oficiales y la ausencia de ahorro en tiempos de crisis energética realmente saldríamos a la calle. Pero esto no va con todos. Menos con quienes no pagan ni uno pero cobran al día y gastan como el primero en asesores, luces y mantecaos. Empezando por ese Senado de iluminadas/os/es y derivados.
¿Será por dinero, fondo de armario y ocurrencias innecesarias que vender en las mismas redes sociales que satisfacen vanidades con un simple like en horas de trabajo? Vivimos en un estado social decadente. No es República o caos. No. Simplemente, lógica y austeridad. La misma que nos exigen, pero no todos se aplican. Menos aún quienes no pagan ni ahorran en lo público siendo servidores públicos. O así se definen. Será que no va con ellos. Son realmente admirables. Están bien iluminados. Para algo se definen faro espiritual y político, aunque sobren un buen montón, qué digo, una montaña de la cordillera del Himalaya. ¡Pues no íbamos a ahorrar para abonar ocurrencias electoralistas!