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mar abierto / OPINIÓN

(In) seguridad

1/02/2022 - 

Estaba pensando que pasa algo sorprendente con el término ‘Seguridad’. Aplicado a la persona, es un atributo positivo: ser seguro es confiable, equilibrado, convincente. Lo mismo en cuanto a cualquier acontecimiento: cierto, indudable, claro, inequívoco. Incluso cuando se trata de un lugar: resguardado, inexpugnable, sólido.

Seguro es, así mismo, lo que contratamos como garantía frente a los riesgos. Pero, además, ‘Seguridad’ es el sustantivo que conforta y consolida adjetivos importantes para la estabilidad y el desarrollo. Por eso todos consideramos que hay que favorecer la Seguridad Social, Ambiental, Económica, Jurídica o Laboral.

Sin embargo, hay un caso en que el calificativo que complementa a la palabra seguridad  se valora negativamente por algunos. Porque para la izquierda política, lo de la ‘Seguridad Ciudadana’, ya no tiene ese cariz beneficioso que se aprecia en todas las demás ‘seguridades’. Y la asocian a una exigencia perniciosa del centro derecha, la “mordaza”, la “patada en la puerta” e incluso la “violencia institucional”.

Así, de las pocas ocasiones en que el alcalde de Valencia, Joan Ribó, ha salido de su habitual letargo cada vez más agudizado, fue para posicionarse en contra de la Policía (atribuyéndoles “aumentar la crispación social de forma gratuita”), pero al lado de un multicondenado por agresiones, lesiones, coacciones, enaltecimiento del terrorismo, allanamiento de local, desobediencia y resistencia a la autoridad (Pablo Hasél).

Pero esos ‘argumentos’ son tan elocuentes como incoherentes: porque descalifican a quienes piden seguridad ciudadana, pero quieren tenerla cuando es su propiedad la ilegítimamente ‘okupada’ o su integridad física la que la inseguridad pone en peligro.

 El alcalde de València, Joan Ribó, durante una sesión plenaria en el Ayuntamiento. Foto: MARGA FERRER.Como es también incongruente clamar por la libertad e indemnidad sexual frente a las agresiones, mientras se acusa de “legislar en caliente” a quienes quieren evitarlas (incluidas las devastadas familias de las víctimas) penando los graves crímenes, a menudo asociados a esa agresiones, con Prisión Permanente Revisable, como se hace en tantas democracias occidentales. Medida de prevención que, por cierto, pese a recursos e insultos, ha sido ratificada por el Tribunal Constitucional.

Porque si algo debiera estar claro a estas alturas, es que el derecho a la seguridad no es un obstáculo ni un demérito. Es la garantía que posibilita que existan los otros derechos: la integridad física o psicológica, la mencionada indemnidad, el disfrute pacífico de la propiedad y hasta la vida.

Por eso se entiende que los vecinos de tantos barrios, cada vez más, estén saliendo a la calle para denunciar el aumento de robos en las viviendas, los atracos en los comercios o los asaltos en plena vía pública. Hay que escucharles porque no sólo dicen la verdad: es que la sufren y por eso claman soluciones. No embustes, parálisis, ineficacias y pretextos.

Que Valencia es, ahora, una ciudad insegura, lo denuncian los vecinos y lo evidencian los datos. Del Ministerio del Interior. Como que los robos con fuerza en domicilios se han disparado un 78,2% en solo un año. O que el crecimiento de la criminalidad en la ciudad ha sido del 36,5% frente al 8,5% de la media nacional. Cuatro veces más.

¿Y que ha hecho el gobierno de Compromís y PSPV? Pues reaccionar tarde y mal: primero negando la evidencia; luego admitiendo que no saben cómo combatirla; y en todo momento echando la culpa a otros, cuando tienen la responsabilidad de gobernar desde hace 7 años.

Hoy hay en Valencia 600 funcionaros más, pero 200 agentes menos que en 2015. Once barrios y 10 pedanías ya no tienen policía de barrio en uno de los turnos. El gobierno Ribó aumentó los tributos municipales para 2020, y no los ha bajado a pesar de la grave crisis generada por la pandemia, pero no dedica lo necesario -ni lo hace bien- a combatir la inseguridad.

Porque ven la seguridad desde el prejuicio y no como una prioridad. Y a quienes lo denuncian les llaman alarmistas. Pero a los vecinos que están sufriendo la violencia, los botellones, las agresiones, el miedo o la desazón por la desidia y la incompetencia, no les va a callar nadie.

Porque no hay libertad en el miedo a ser atracados, o a recibir palizas con asfixia e incluso quirófano, como están sufriendo, muy duramente, jóvenes en el corazón de nuestra ciudad. O en el de las mujeres que caminan por las calles, temiendo hasta a las sombras, y girando por si acaso, de cuando en cuando, la vista atrás.

El riesgo, el peligro o el miedo, son la antítesis del bienestar. Combatir la inseguridad no es solo contar con suficiente policía. Pero las fuerzas, que por algo se llaman de seguridad, son necesarias para salvaguardarla. Para evitar la indefensión. Para proteger  nuestros hogares. Para cuidar a nuestros hijos. Para amparar a nuestros mayores. Para vivir en Libertad.

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