VALÈNCIA. Pocos detalles se pueden dar en esta columna del contenido argumental de In (Norma, 2022) porque la sorpresa del desarrollo central que presenta la historia es importante para su asimilación. Digamos que todo gira en torno a un personaje, el autor, que tiene problemas de comunicación. Aunque quizá, desde nuestra óptica, la de un país mediterráneo, la forma de comunicarse de este protagonista resulte problemática y en la esfera anglosajona sea más corriente. Cabe recordar eso que se decía de las novelas de Nick Horby, cuyos personajes estaban limitados por sus dificultades para expresar sus sentimientos. Aquí el protagonista también se llama Nick. Es consciente de su problema y la vida le va a poner a prueba. Y no por casualidad, el autor, Will McPhail, es también británico. Escocés, para más señas.
Entre actos, sí que hay una crítica sin paliativos a las ciudades gentrificadas y sus cafés. Ridiculiza lo que venden, los precios que cobran, sus horteradas y cursilerías. No es una imagen negativa gratuita. Va en sintonía con el aislamiento autoinfligido del protagonista, que solo es capaz de deambular por esos lugares banales y caros y, luego en casa, masturbarse de forma compulsiva viendo porno en su portátil. En contraposición, los viajes que se mete en su mente conforme empieza a abrirse al mundo, ya sea a base de amor, ya sea a base de golpes, parecen mucho más auténticos que lo que experimenta en la gran urbe entre sofisticados cafés con leche de cactus.
Podrían pensar ustedes que se trata de la típica autobiografía lastimera en la que un dibujante con complejos explora sus inseguridades, nada de eso. La novela gráfica es demoledora. Cualquiera que haya pasado por lo mismo que pasa el protagonista, sentirá en lo más profundo lo que ocurre. Aparte, es algo que llega sin esperarlo y por sorpresa, y se transmite tanto con extraordinario realismo como por una apuesta valiente por las viñetas oníricas o del subconsciente.
Sin saber nada de McPhail, es difícil no llorar al acabar el volumen porque todo parece indicar que se trata de una obra autobiográfica. En realidad, no es así. Todo es ficción. Lo único que tiene que ver con el autor es el sentido del humor, que es el suyo y su forma de ver el mundo y también una forma de reírse de sí mismo. La mirada que se burla de las cafeterías hipster es también sobre él mismo, porque siempre ha estado en ellas, así como los vaciles que le meten, que en el fondo se los está metiendo él a sí mismo.
Tan solo hay un detalle escrupulosamente autobiográfico, que es la teoría que tiene el protagonista, de niño, sobre los toboganes de los parques acuáticos. Explica que le encantaba llegar al final de uno en el que, por unos segundos, se quedaba completamente solo en una especie de vaguada. Le gustaba ese aislamiento, esos segundos de libertad en los que nadie le veía. Por eso, tal vez, por esa confesión tan íntima y tan real, luego es fácil caer en la trampa y pensar que toda la obra se basa en unas memorias.
El origen de la idea a partir de la que se desarrolla la trama de In estaba en la magia de las palabras. Como explicó en una entrevista en Comic Beat: "Siempre me ha fascinado la mecánica de las conversaciones y cómo ciertas combinaciones de palabras o incluso letras, si se establecen en el orden correcto, en el momento adecuado, con la cadencia correcta, pueden cambiar el funcionamiento de la conversación y pueden convertir lo que se siente como una actuación en algo completamente diferente, donde desaparece el papel que se interpreta y solo quedáis tú y esa otra persona siendo completamente honestos el uno con el otro".
McPhail es famoso por su trabajo en el New Yorker, donde emplea mucho los dibujos de animales, no en vano, estudió zoología en Glasgow, pero generalmente lleva una línea que habla de las miserias del cosmopolita de nuestro tiempo. El problema es que estaba trabajando de humorista gráfico con una sola viñeta y quería expandirse más. De hecho, In es la primera obra de más de cuatro páginas que ha publicado y para él fue una experiencia completamente liberadora en lo formal, pero también en lo vital, porque la dibujó durante la pandemia. Quizá, posiblemente por eso, su desenlace sea tan triste, aunque McPhail asegura que ya la tenía escrita antes de que llegase el coronavirus y las limitaciones a nuestras vidas.
También puede que se trate por el segundo disco de Phoebe Bridgers. Este autor es de los que ignora cualquier tipo de obra del mismo género para no verse influida por ella, dice que es algo que teme. Por eso, busca la creatividad para sus viñetas en el cine y en la música. De todos modos, lo que sí que es cierto es que todo este trabajo al menos le sirvió para lidiar con el confinamiento en Reino Unido.
En aquellos días de no saber qué hacer o hacer el tonto, él al menos tuvo una razón para levantarse por las mañanas temprano: "Más que afectar a la novela gráfica, diría que fue la novela gráfica lo que me ayudó a lidiar con la pandemia de muchas maneras. Todos mis amigos y gente conocida, cuando estábamos encerrados, todos sufrimos esa desorientación, de no saber ni qué día era ni qué hacer. Mientras que yo tenía que terminar esto y sabía cómo hacerlo, así que tenía ese objetivo que perseguir. Lo normal es que me hubiera quedado sin rumbo con el encierro, pero sentí que el libro me ayudó a lidiar con eso y no al revés". Ese espíritu está muy presente en las páginas, donde, con una calidad artística extraordinaria, se invita a reflexionar sobre las prioridades que tenemos en nuestra vida.