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Inés Martín Rodrigo: "La ficción ha sido la herramienta más útil para reconciliarme conmigo misma"

De cubrir un evento para el periódico a protagonizarlo. La periodista cultural y también escritora Inés Martín Rodrigo se alzó hace unas semanas con el prestigioso Premio Nadal de Novela por su libro Las formas del querer (Ediciones Destino, 2022).

10/02/2022 - 

VALÈNCIA. Qué importante es pisar suelo firme cuando todo se desmorona. Eso mismo sintió Inés Martín Rodrigo durante la pandemia, momento en que la escritura de su última novela Las formas del querer (Ediciones Destino, 2022) se transformó por completo. «Lo que yo estaba viviendo en los peores momentos del confinamiento se filtró inevitablemente en la escritura», admite Martín Rodrigo a Culturplaza. La esencia de su historia no cambió, pero sí la forma de narrarla. 

Las formas del querer, reconocida con el prestigioso Premio Nadal de Novela hace apenas unas semanas, aterrizó el pasado 2 de febrero en librerías. Como consecuencia, Inés Martín Rodrigo vive un momento dulce, lleno de alegrías, tal como confirma cuando recibe nuestra llamada en la redacción del periódico ABC, donde trabaja en la sección de Cultura. Pero no todo ha sido sencillo en el proceso de su último libro. Y es que, para contar la historia de Noray, la protagonista de la novela, Martín Rodrigo tuvo que escarbar (que no «hurgar», puntualiza) en su pasado. De memoria, familia, pueblo, obstáculos y amor (sobre todo amor) habla Las formas del querer. 

-¿Cómo y por qué nace Las formas del querer? 
-La escritura de la novela empezó, aproximadamente, en marzo de 2019. Fueron pasando los meses y llegó la pandemia justo un año después. Y en ese momento la escritura se transformó totalmente. Lo que yo tenía entre manos seguía siendo la misma historia, pero esa historia se vio total y absolutamente volteada y transformada por lo que estaba pasando a mi alrededor. Y se notó, sobre todo, en la aparición de la primera persona.

Hasta ese momento, utilizaba un narrador en tercera persona, pero, a partir de ahí, se me reveló de una manera muy evidente, muy clara, muy emocional, muy intuitiva esa primera persona en la voz de Noray. La trama, el argumento, no cambió, pero sí la manera de contarlo, y lo hizo a través de esa primera persona que es Noray. Noray, pese a no ser yo, tiene muchas cosas en común conmigo, sobre todo en cuanto a vivencias durante la adolescencia, la infancia, etc.

-¿A qué crees que respondió ese cambio a la primera persona?
-Una vez que supe que había ganado el premio, y una vez la novela se fue aposentando y fue formando más parte de mí, he llegado a la conclusión de que todo lo que yo estaba viviendo en esos peores momentos del confinamiento (marzo, abril, mayo, principios de junio) se filtró inevitablemente en la escritura. Fue como una especie de ejercicio introspectivo. 

Me pasó igual con la lectura: leí unos libros muy determinados durante esa época. Incluso volví a libros que ya había leído antes. Necesitaba seguridad. Y con la escritura necesité agarrarme también de alguna manera. El suelo que habíamos pisado se había resquebrajado, así que necesitaba pisar suelo firme. Y ese suelo firme me lo dio la escritura, mis propias vivencias, esos recuerdos, esa memoria familiar… fui tirando del hilo y recordando muchas cosas que había olvidado. Y fue un proceso muy terapéutico; el saber que a la mañana siguiente a las seis de la mañana iba a volver a retomar la historia de Noray me hacía afrontar los días de otra manera, con ilusión. Días que eran muy difíciles de afrontar en aquel momento. 

Inés Martín Rodrígo © Lucía Faraig

-¿La escritura es sanadora?
-Para mí no ha sido sanadora. Mis heridas son muy profundas y están muy latentes todavía. Además, me he dado cuenta a raíz de escribir esta novela de que a esas heridas les queda mucho para cerrarse. Para mí no ha sido sanador desde luego, pero sí terapéutico. 

Ha sido difícil y doloroso también enfrentarse a ciertos momentos, a ciertas vivencias que atesoraba en esa parte oscura de nuestra mente; aquella en la que relegamos todo lo que evitamos recordar porque nos duele. Pero me he enfrentado a ella… y he salido un poquito mejor. Desde luego, estoy orgullosa de lo que he hecho. De haberlo afrontado. No me arrepiento. En este sentido, la escritura sí ha sido una terapia. 

-En el libro abordas algunas, pero ¿cuántas formas de querer existen?
-Creo que hay tantas formas de querer como personas, incluso iré más allá: hay tantas formas de querer como sensibilidades. Por supuesto, está el amor más convencional, idílico, o romántico, el que sientes hacia tu pareja; el amor fraternal, hacia tu familia; la amistad, que para mí es una de las formas de querer más importantes y bonitas; pero también el amor hacia los libros y hacia la literatura que en la novela está representado a través del personaje Filomena y también del personaje de Noray. En el momento en que todo le falla a Noray, cuando cree que es incapaz de seguir adelante, se aferra a esos libros: a la literatura, a la escritura, a esas palabras que siempre le cobijan. 

También está presente el amor hacia tus raíces y orígenes; y, por supuesto, ante todo y, sobre todo, el amor hacia uno mismo, que a veces es el más difícil o complicado. Porque igual que podemos querernos mucho a nosotros mismos, también podemos hacernos mucho daño. Y eso se ve claramente en el personaje de Noray.

-Tú misma dices que compartes vivencias con Noray, la protagonista. ¿Cómo ha sido trazar esa línea entre la autoficción y la ficción? 
-El libro es una novela. No hay absolutamente nada de autoficción. Lo que sí es cierto es que me he apropiado de la voz de Noray y la he usado para reconciliarme con ciertas partes de mi pasado, para escarbar en ellas (no «hurgar», que es un verbo muy feo), para reflexionar sobre lo que a mí me pasó. Y para eso he usado la escritura. Pero, en lugar de una memoria, un ensayo e incluso un diario, me he servido de la ficción.

¿Por qué? Porque, al hacerlo a través de la ficción, lograba mantener una distancia que me mantenía a salvo. Especialmente con una vivencia tan específica como la anorexia, que Noray padece en la novela, y que yo también sufrí hace un par de décadas. Eso ha sido catártico: me he enfrentado a ello por primera vez. La ficción se ha convertido en la herramienta más útil para reconciliarme conmigo misma. Y he salido indemne, por lo que estoy muy orgullosa. 

-Llama la atención el papel del pueblo en la novela, que se erige como un lugar sanador pese a todos los problemas que arrastran en la actualidad las zonas rurales.
-La novela es un viaje de ida y vuelta, a nivel personal y emocional, pero también de ida y vuelta del pueblo a la ciudad y viceversa. La presencia del mundo rural es muy importante en la novela: ese universo que representa el pueblo que, a su vez, supone un escenario de libertad para un niño, pues es cuando empieza hacer sus primeras correrías, sus primeros juegos, sus primeras invenciones, sus primeros cuentos… Ese escenario es perfecto para la imaginación. Donde más y mejor funciona la invención es cuando se es libre. Y la infancia en un pueblo es mucho más libre de lo que lo es en una ciudad.

Yo quería que el mundo rural, el pueblo, estuvieran presente también a modo de reivindicación, pero no una reivindicación de estas modas de ahora de «volvamos al campo» o «voy a alquilarme una casa una temporada en el pueblo»: más bien como una reivindicación de lo que siempre estuvo ahí (o de lo que para mí siempre ha estado ahí). 

Yo me crié en un pueblo, y mi infancia fue como la de Noray. A lo largo de los años que llevo viviendo en Madrid (que ya son 25), he atravesado muchas fases en esa relación con el pueblo. Ha habido momentos en los que renegaba de ello, o trataba de evitarlo; en cambio, ahora, en esta novela también me he reconciliado con esa Inés que viene de ahí. Me he dado cuenta de que solo volviendo a mis raíces puedo saber hacia dónde quiero ir. Por tanto, sí hay una reivindicación muy consciente de la importancia de ese suelo que pisamos cuando somos muy pequeños, el único que no se va a resquebrajar nunca y que siempre se mantiene siempre firme. 

-Una parte del libro cuenta la historia del abuelo y la abuela de la protagonista, incluso cuando ya han alcanzado la vejez. ¿Debemos mirar con otros ojos a las personas mayores y pararnos a escuchar lo que nos tienen que contar?
-Totalmente. Nuestros mayores han sido los que más han sufrido no solo durante la pandemia, sino la pandemia en sí. Esas imágenes de las residencias, de la soledad, del abandono. Siempre he tenido muy claro que mis referentes son mis mayores, porque en ellos está la sabiduría, la experiencia: un espejo en el que yo siempre he buscado mirarme porque sabía que el reflejo que me devolviera no me iba a engañar. Escuchándolos, dejándome guiar por ellos, iba a ser la Inés que yo quería ser.

En la novela hay una reivindicación del papel que nuestros mayores deben tener en nuestras vidas. No les olvidemos, no les dejemos de lado; ojalá tuvieran una parte más activa en nuestra sociedad, porque realmente son las generaciones que más han sufrido en la historia reciente de nuestro país. La generación que sobrevivió a la guerra, a la posguerra, que sacó adelante este país en los peores momentos, y lo convirtió en un lugar próspero y moderno. Pasaron de un país en blanco y negro a un país con los colores de la democracia. Y ahora, al final de sus días, se han tenido que enfrentar a una pandemia terrorífica que les ha relegado y condenado a la absoluta soledad. Por favor, pensemos en ellos. No nos olvidemos de nuestros mayores.

-La salud mental es otro de los temas que aparecen en Las formas del querer. Aunque parece que avanzamos (ya se ha aprobado la primera estrategia de salud mental en España en muchos años), ¿crees que lo estamos haciendo al ritmo que tocaría?  
-Vamos muy por detrás. Y, si me preguntas si lo estamos abordando con la velocidad que debemos… no. Pero no solo eso. El problema es que, probablemente, lo estamos haciendo desde una perspectiva equivocada teniendo en cuenta los exabruptos; los exabruptos que tenemos escuchar, por ejemplo, en el Congreso de los Diputados, donde se ha frivolizado o bromeado sobre la salud mental. A mí se me ponen los pelos de punta cuando veo esas imágenes o escucho esas palabras. 

La salud mental es tan importante, o más, que la salud física, y debemos cuidarla igual (recuerdo que Filomena tiene una frase así en la novela). Ojalá llegue un momento en el que este tema esté presente en el debate público y político con la seriedad, profundidad e importancia que requiere. La vida nos va en ello. 

-La propia protagonista tiene idealizada la carrera de Periodismo hasta que la empieza y se da de bruces con la realidad. El periodismo ahora, y el periodismo cultural concretamente, ¿gozan de buena salud actualmente? 
-Digamos que tiene anemia ferropénica [ríe]. Tiene una anemia severa. Creo que necesitaba un tratamiento de hierro bastante prolongado. Con eso lo digo todo.

Fuera de la simbología, de la metáfora, el periodismo cultural probablemente no pase por su mejor momento, pero casi como cualquier otra faceta periodística. Pero, por otro lado, en este momento yo estoy viviendo algo tan bonito, una experiencia tan maravillosa, que prefiero quedarme con lo bueno y lo positivo, y eso que soy bastante pesimista por naturaleza. Miremos por ejemplo los datos de la pandemia en cuanto a la cultura. La cultura ha sido nuestro salvavidas en los peores momentos del confinamiento. Los índices de la lectura han subido de una manera espectacular, y la venta de libros experimentó el año pasado un crecimiento en torno al 17%. Son los mejores datos de la última década. Quedémonos con eso y todo se andará.

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