el muro / OPINIÓN

Inquisidores

Si la censura entra en nuestras vidas para quedarse, estamos en peligro. Se llama doble moral. Artículo 20 de la Constitución. Estos “demócratas” de pico la pisotean.

4/03/2018 - 

Cuando alguien sufre censura siente derrota. Pero después su autoestima se refuerza. Mi firma, por ejemplo, desapareció de los paneles informativos sobre la recuperación del Monasterio de la Valldigna —templo espiritual de los valencianos, según el Estatuto de Autonomía— aunque se mantuvieron textos, titulares y fotografías. Estaban muy bien situados. En grande. Pregunté la causa. Alegaron error. No me lo creí. El resto de artículos de otros cronistas sí estaban firmados. Luego me explicaron que modificar el panel resultaba muy caro. Mis artículos eran amables. Al parecer, mi firma resultaba incómoda. Aunque fuera el periodista que más tiempo había dedicado a informar sobre la rehabilitación del monasterio.

Hace unos días una joven promesa de la política me preguntó opinión sobre los últimos ejemplos de censura que ha vivido este país: libros, arte, canciones, noticias en medios públicos… Le intenté explicar mis razones como, por ejemplo, la pérdida de calidad democrática cuando se legisla para “contentar” al poder, no porque se hubiera actuado en contra de nuestra Constitución o se menospreciará el sexo, la religión, las raíces étnicas o se insultara con alegría, que sí es delito. No. Simplemente por ser plebeyo.

La reciente retirada de unas fotografías en la última feria de ARCO por parte de Clemente González Soler, responsable de Ifema, ha supuesto un sonrojo a nuestra sociedad y una fotografía fiel de nuestra realidad. No es un asunto nuevo desde que la Ley Mordaza entró en vigor a saco. En este país, según esa misma norma, una reunión de amigos a las puertas de un bar y con aire sospechoso representa multitud, peligro a la vista. Son leyes redactadas desde una mirada estalinista/fascista.

Esto de la censura comienza a dar miedo. Sobre todo si es tan continuado en el tiempo. Es una forma de coartar libertades e ir arrinconando conciencias. La censura siempre parte de aquellos que creen que las instituciones son suyas. Son los peores. Buscan quedar bien con el superior. Una nueva forma de ser cortesanos. La ignorancia en el poder da mucho miedo. Creen que todo es suyo.

A mediados de los noventa nuestro ayuntamiento popular decidió cancelar una exposición de una joven fotógrafa que quiso mostrar su mirada generacional: hijos, abuelos, nietos. Una metáfora de la realidad, el paso del tiempo, la nueva vida. Los fotografió desnudos. Lo considerarían pornografía, digo yo. ¿Qué ocuparía la mente de la edil que adoptó la decisión? Seguramente, culpabilidad, deseo o frustración, según las tesis de Freud.

En 2010, la libertad de expresión sufrió un nuevo ataque cuando la Diputación de Valencia, gobernada por muchos de los que ahora están sentados en el banquillo o a punto después de presuntamente robar todo lo posible, consideraron que los fotoperiodistas no podían ser incómodos y menos aún retratar un poder descompuesto y borracho de autoridad. Pero ellos continuaron con mando en plaza hasta que la sociedad los tiró a la calle por inútiles, o presuntos sinvergüenzas.

No quiero entrar a valorar si las fotografías censuradas este último ARCO de Santiago Sierra, al que no sigo, fueran o no una provocación premeditada. Da igual. El arte siempre ha sido provocación. Quien no lo entienda peca de ignorancia. Estamos en sus manos. Pero se están dando ya demasiados casos en los que nuestros derechos están siendo pisoteados por decisión política, o para contentar al de turno.

El censurador de Ifema, un empresario que se dedica al aluminio y ha conseguido la poltrona por designación política se quedaría extasiado con su decisión, a la espera de un ligero golpe en el lomo por muchas disculpas que ofreciera después. Hoy cualquiera con una pequeña parcelita de poder puede decidir lo que es correcto o políticamente incorrecto.

Estamos derivando a nuestra sociedad a tiempos de oscuridad con esa mirada retrógrada. Luego, se esconden. Pero todos son culpables de la merma de nuestra democracia. Ellos y quienes callan, otorgan o no quieren mancharse de tarquín.  

No sé cómo no retiran de nuestros museos el barroco por su crueldad estética, o a Goya del Prado por sus eróticas majas, los desnudos del propio Sorolla, tan de moda entre nuestros gobernantes, o de Pinazo. De Rubens ya ni hablamos. Puro porno o lesbianismo, creerían algunos frente a sus Tres Gracias. Tan “pornográfico” como el Nacimiento de Venus, según sus luces. Como es para Facebook -ya no quiero pensar para nuestro Estado- El origen del mundo, la obra de Coubert que muestra en primer plano el sexo de una mujer, el que da paso a la vida. Y a Weston, Clarck, Clergue, Saudek, Avedon, Mapplethorpe…. A ese paso no quedaría nada de escultura antigua, y los antiguos griegos o romanos serían considerados profundos viciosos. Es la doble moral que cuesta entender y conduce a la caverna de Platón, la fábula sobre la otra realidad. Incluso se clausurarían catedrales y espacios históricos repletos de frisos, capiteles o gárgolas más que provocadoras y rebeldes.

Y luego preguntan por qué. Pues por esto. Por la infamia que significa intentar manipular nuestras conciencias o el deseo obsceno de querer manejarnos. Lo peor es el silencio y la complicidad de quienes dan balidos. Lo que ellos llaman el pueblo. Ese que cuanto más inculto, sumiso y manejable es todavía mejor porque será considerado patriota.

Joan Miró por su tríptico dedicado a Puig Antich sería hoy, visto lo visto, un proscrito. El problema está en la cabeza. Algunos lo definen como falsa moral. Pues también. Me veo en la hoguera por hereje. Pero no por corrupto. Eso es tolerable. Por algo fue  reconocido deporte nacional.

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