Lechuguino, melón, merluzo, papafrita… los insultos alimenticios son legión pero se digieren bien
En las redes, uno hizo humor negro sobre la desaparición de un niño sin importarle el daño que pudiera infligir a su entorno familiar. Otros amenazaron con partirle la cara al de los chistes, hijo de puta, te voy a matar, ten un poco de respeto. Por lo visto, el primero hizo los chistes para poner en evidencia la sensiblería e hipocresía reinantes, que utiliza el sufrimiento de una familia para salir bien en la foto, con el alma bien lustrosa y la infinita bondad enfocada.
El de los chistes les afeó sus fines bastardos, pasando por encima del dolor de la familia para así desenmascararlos. Los otros pidieron respeto amenazándolo, te voy a matar, hijo de puta, un poco de respeto, gilipollas.
Y así en insidioso bucle, una reducción al absurdo sin Pedro Ximénez ni nada.
ya que vivimos en la era hater, en que odiar y generar odio digital va camino de convertirse en profesión, al menos insultémonos bien
Y digo yo que, ya que vivimos en la era hater, en que odiar y generar odio digital va camino de convertirse en profesión, al menos insultémonos bien, y no adolescentemente. Echémosle un poco de imaginación y no nos limitemos a pasar de hijo de puta para cabreo estándar a hijo de la gran puta para cabreo XL.
Ni siquiera un académico como Pérez Reverte domina el arte del insulto, por más que pueda parecer su especialidad. Un usuario tildó de carcamales a los reales académicos lingüistas por la acepción sexta de la palabra républica “lugar donde reina el desorden”, y el macho Reverte respondió:
Estimado imbécil, eso sólo significa que la Academia recoge el uso que a la palabra "república" dieron algunos escritores, y por eso la RAE menciona su uso. El diccionario no juzga ni opina. Está para aclarar a los analfabetos como usted el uso que se hace o hizo de las palabras.
No, Señor Pérez, no son insultos dignos de un académico. Un poco de esplendor, de lustre, y menos fijación y manía persecutoria.
Nuestra lengua posee un cromático florilegio de insultos, ensanchemos pues nuestras fronteras léxicas a la hora de denigrar. Quien haya leído a Tintín sabe de qué hablo. El capitán Haddock desplegaba un maravilloso y colorido repertorio de insultos, y aunque echaba humo, aunque se lo llevaban los demonios, inspiraba cierto cariño. Se le disculpaba por su verborreica creatividad: gaznápiro, ornitorrinco, bebe-sin-sed, ectoplasma, macrocéfalo, anacoluto, especie de logaritmo, pedazo de calabacín, sietemesino con salsa tártara, residuo de lechuguino megalómano, caníbal vegetariano.
Entre mis insultos preferidos, sin duda los que se refieren a la comida porque son insultos blancos que se digieren bien, salvo el de caranchoa, claro, que se llevó una galleta y una demanda. Pero ¿quién en su sano juicio se enfada porque lo llamen membrillo, berzas o melón? ¿porque lo comparen con un alimento y de paso le abran el apetito?
Lechuguino, además de ser una lechuga pequeña antes de ser transplantada, como recoge la RAE, es un muchacho imberbe que se mete a galantear aparentando ser hombre hecho y derecho. Y también un jovenzuelo que sigue rigurosamente la moda. Te dicen lechuguino y no sientes deseos de matar, ni tampoco si te llaman cebollino.
Casi dan ganas de abrazar a quien te llama papafrita o rebañasandías
Y cuando te acusan de estar empanado, ¿puede haber algo más gráfico que esa inmovilizadora cobertura de huevo y pan?
Algunos de estos insultos, como pinchaúvas, se han aferrado al lenguaje por más que haya desparecido el sentido que les dio origen. Un pinchaúvas era aquel pillo que en los mercados se comía la uva desgranada que caía del racimo (curiosamente denominada granuja) pinchándola con un alfiler o un palillo.
Habahelá, merluzo, bacalao, verdulera, pulpo, algarrobo, carapán, huevo sin sal, la variedad es infinita.
Así que ya saben, si piensan seguir en las redes, mantengan una dieta rica y variada en insultos comestibles. Se digieren y se expulsan mucho mejor.