No estamos en lo que deberíamos estar. Nos suben los impuestos para liquidar deudas que no nos deberían corresponder. Esta sociedad está llena de hipotecas, como bien nos ha recordado la Sindicatura de Cuentas. Pero nadie quiere asumirlas. Sobran esqueletos de edificios y proyectos inútiles. Somos una sociedad a medias
Tengo un amigo que se declara enormemente feliz. Ha comprado una segunda residencia. A bajo precio, advirtió en su día. Fue a través de la Sareb, aunque sus posibilidades sean las justas. El está más que contento porque, según cuenta, la vivienda se encuentra en medio de la nada y muy próxima a la costa. Así que nadie le molesta. No quiso darme en su momento más detalles. Me invitó a descubrir sus idílicas y paradisíacas razones. En estos días familiares animó a descubrirlas.
Por sus indicaciones iniciales creí entender que estaba en el centro de un paraje natural, un espacio bucólico, un paraíso cercano a la playa. Pero no. Su nueva vivienda está en medio de un PAI que uno de esos pequeños municipios costeros reconvirtió de suelo rústico a urbanizable, o sea, pelotazo. Al abrir las ventanas de su bonito ático comprendí su interpretación de la nada. Su edifico está aislado, eso sí, parcelado, con sus calles, avenidas, farolas y hasta bancos vacíos y ya deteriorados. Vamos, solares sin más que la crisis dejó a su suerte o a su muerte. A lo lejos se divisan tres carcasas, edificios que sólo cuentan con su estructura inicial. No tienen grúa que anuncie un inminente futuro. Están abandonados. Muertos. Cuenta que nadie conoce su titularidad porque los bancos se los quedaron a saco en prenda y que todos desconocen qué ocurrirá con ellos en el futuro. Muy al horizonte se divisa una corta línea de mar. Tiene mucha luz. Ya es algo más que añadir a su raquítica inversión.
Cuando nos convertimos en autonomía nuestros primeros políticos hablaban de la urgente necesidad de vertebrar la Comunitat. Y para ello crearon algunas autopistas, de peaje por supuesto, o una televisión autonómica. Los peajes se concedieron durante décadas a empresas privadas para que las explotasen pese a haber estado financiadas con dinero público; la televisión autonómica acabó fundida a negro, que se dice en el argot y es muy fino, por su elevado coste y despilfarro descerebrado en su gestión según iban avanzado los años. Ahora estamos invertebrados de nuevo.
En la actualidad y el futuro, los valencianos/españoles vamos a tener que asumir el coste y mantenimiento de un buen número de autopistas de imposible peaje así como otros elementos urbanos y arquitectónicos fiados a la empresa privada después de una financiación pública pero fracasados hasta tal extremo que de nuevo hemos de salir a su rescate. En resumen: no sirven para nada. Nadie circula por allí. Pobres madrileños, los ahora estafados. Así nos han gestionado.
Ahora ya no sólo seguimos siendo una sociedad invertebrada, sino que además inacabada. Pero lo peor es que no sabemos cuánto tiempo tardaremos en poder concluir lo iniciado y después abandonado a su más triste y desconocido destino. Ni cuantas generaciones tendrán que pasar hasta que los PAIS y proyectos megalómanos y absurdos puedan ser útiles o tengan vida. La Sindicatura de Cuentas dice en su último informe que debemos tres presupuestos de la Generalitat.
Pero cada población, por muy pequeña que sea, tiene su propio regalo: desde una piscina pública de agua templada, hasta un pabellón de deportes para una población de trescientos habitantes, entonces supuesta envidia de varias comarcas cercanas y en la actualidad expoliado, saqueado y de imposible recuperación.
No hace falta irse muy lejos para entenderlo. Bien cerca tenemos un campo de fútbol esquelético, edificios a medio construir, carísimos emblemas como el Ágora sin todavía posibilidad de uso, devaluado y con problemas en su interior aunque bendecido en su día por el poder más inconsecuente. Y también PAIS sucumbidos. Incluso complejos deportivos como Nou Moles. Más que parado, arrinconado. En Alicante disponemos de una Ciudad de la Luz o del cine, apagada y sobre el que su propietario, esto es la Generalitat, navega entre recursos, sentencias, deudas heredadas, pleitos con los propietarios de los terrenos expropiados en du día, la lupa de Bruselas y la certeza de que nunca la Administración autonómica podrá ser tutora en sí de sus instalaciones como gran productora cinematográfica. Si recuperan las instalaciones ya será más que importante, aunque también lleve añadida su deuda. En Alicante no dicen ni pío.
Es una realidad. Y una lección para las nuevas generaciones. Más aún debería serlo para las actuales, aunque aún muchos prefieran dormir con antifaz. Pero todavía la gran mayoría de esos proyectos no son motivo de bofetadas múltiples a quienes nos metieron en la bancarrota con alegría de nuevo rico, o mientras aún sablean hasta un modesto premio de lotería convertido inicialmente en felicidad llevadera. El ministro Cristóbal Montoro sólo piensa en utilizar las arcas públicas como garrote vil y de paso hacer política bananera o usurera.
Por tener, hasta tenemos olvidado un paseo de estrellas en la propia Malvarrosa -mal alineado, por cierto- y que debía rendir homenaje a las figuras de un festival de cine -Mostra de Valencia- que fue humillado y terminó sirviendo simplemente para “rascar” comisiones, por no hablar de otros proyectos culturales mancillados para el mismo fin desde las instancias públicas municipales, como fue el propio Ayuntamiento de Valencia, con algarabía, nocturnidad y presunta delincuencia. Como si estuviéramos en Los Ángeles, pero de San Rafael.
Mientras tanto, y sin posibilidad de rechistar, nos han subido de nuevo los impuestos para que seamos solidarios con tanto inútil y aprovechado al que le dimos la confianza a fin de que hagamos frente unitario a todos esos proyectos fantasiosos y surrealistas gracias a nuestros ahorros o nóminas: carreteras, ciudades del circo, estaciones de esquí al borde del Mediterráneo o balnearios utópicos, plazas de la fantasía y amor libre... ¡Hasta discotecas para el pueblo! Añadan, añadan. Elaboremos una lista. Es un buen tema para debatir.
Por eso llama la atención que algunos políticos aún nos continúen sugiriendo nuevos emplazamientos públicos cuando no saben si quiera qué hacer con los heredados. Algo así como sugerir que los Docks se conviertan en nuevos espacios culturales cuando muchos inmuebles públicos están sin vida, llevan muchos meses cerrados y nadie parece saber de qué forma convertirlos en algo útil, o sin saber con qué dotar al monasterio de Sant Vicent de la Roqueta cuya rehabilitación, afortunadamente, avanza a la carrera. Será ausencia de imaginación o dogma de improvisación
Lo que todavía se echa de menos es una nueva reflexión seria sobre lo que realmente somos y queremos ser. O una explicación. Un debate global y amplio, una coordinación interinstitucional lógica y con sentido de efectividad y coherencia; un gesto de humildad y racionalidad. Sólo conocemos globos sonda, como esa idea de unificar la gestión del Palau de la Música, las Naves o el Musical pero desde una mera idea económica. Nos falta una reorganización de espacios y una vertebración real de nuestra auténtica realidad, local, autonómica y territorial. Lo demás son simplemente sueños innecesarios e imposibles. Como los de ese alcalde muy reciente que una mañana, al estilo de Martin Luther King, se levantó de la cama y dijo haber tenido un sueño. Así que decidió poner banderas en una de esas innumerables rotondas de entrada o salida que acompañan a los municipios. Ya se las han robado varias veces. El dice no entender la razón. Yo sí. Mira que es de poca lógica poner a estas alturas banderas de colores en una rotonda que a lo peor no está ni iluminada o en un pueblo donde los socavones forman parte del paisaje urbano. Será parte del patriotismo local, nacional y europeo, aunque muy rancio. Ya lo cantaba Serrat.
“Gloria a Dios en las alturas,
recogieron las basuras
de mi calle, ayer a oscuras
y hoy sembrada de bombillas.
Y colgaron de un cordel
de esquina a esquina un cartel
y banderas de papel
verdes, rojas y amarillas…”
Mi amigo tiene suerte, según considera él. Pero va a estar en la nada hasta después del reparto de su legado. Y lo peor, pagando hipotecas, gastos de mantenimiento e insoportables impuestos ya no sólo municipales sino en cada una de las facturas que cada semana le van a ir llegando aunque no haga uso de los servicios contratados. Mientras tanto, la Seguridad Social se anima a embargar a un autónomo valenciano por deber un céntimo, como bien desnudaba en estas mismas páginas Dani Valero. Eso se llama salero gubernamental, respeto social, ecuanimidad, buena gestión.
Mi amigo es feliz, que es lo importante a estas alturas de nuestras personales películas. Y lo mejor, nadie le va a molestar durante lustros, salvo cuando el fin de semana abra el buzón o revise su raquítica cuenta corriente. Entonces comprenderá que está doblemente fichado. Y que, además de muy vigilado, sus herederos aún deberán un buen pico. Pero que lo disfrute.