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LOS DÍAS DE LOS OTROS

Ismael Kadaré: 'Diario de Kosovo'

21/02/2018 - 

VALÈNCIA. Siempre me ha perecido una osadía, un auténtico gesto de liberación en mitad de la desesperación absoluta. Me refiero, naturalmente, al hecho de escribir un diario en mitad de una guerra. Todavía más: en multitud de ocasiones, desde que llevo escribiendo esta serie de artículos de diarios para Cultur Plaza, me he preguntado cuándo y cómo emerge la imperiosa necesidad de escribir un diario. A veces he encontrado respuestas. Otras no. Cuando lo hago, invariablemente, me predispongo a una lectura más alterada de lo habitual. Más concienzuda tal vez. El caso de hoy es de estos últimos:

"La idea de tomar estas notas en forma de diario acerca de Kosovo me surgió, por lo que parece, de regreso de Nueva York, una noche de comienzos de enero de 1999, mientras sobrevolaba el océano Atlántico."

Esta idea es de Ismael Kadaré, Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2009, que se refleja en Diario de Kosovo, la obra publicada por la editorial Siruela en 2007 y que supone una de las obras más personales del autor albanés. Kadaré se erige aquí como testigo de excepción de la tragedia de Kosovo, del desalojo de los albaneses, los bombardeos posteriores de la OTAN, sus artículos, debates, sus entrevistas con intelectuales y presidentes de gobiernos. Pero Diario de Kosovo es, ante todo, una disección absoluta del dolor albanés:

"(…) De este modo contemplaron cómo dicho pueblo era golpeado con el hacha, cómo era desarraigado, derribado, y luego conseguía volver a levantarse para escapar de aquella abominación." 

Kadaré define su libro como “un drama fragmentado”, como una suerte de edificio erigido con piedras sueltas que el lector debe unir. Y es, qué duda cabe, un trabajo arduo. Son 87 notas de un diario que va desde enero hasta la mitad de octubre de 1999. El volumen lo completan tres cartas dirigidas a tres presidentes que escribió en el año 1991. Esos hombres eran François Mitterrand, presidente de la República Francesa entre 1981 y 1995; Václav Havel, último presidente de Checoslovaquia y el primer Presidente de la República Checa y George Bush, Presidente de los Estados Unidos entre 1989 y 1993.

El diario comienzo el 3 de enero de 1999, cuando el escritor acaba de volver de Nueva York:

"Acabo de llegar de Nueva York. La inquietud que se percibí allí a propósito de Kosovo era más intensa que en cualquier otro lugar. En esa ciudad se tiene siempre la sensación de que el bien y el mal son más palpables que en ninguna otra parte del mundo." 

 Algo estaba sucediendo ya en esa Albania que Kadaré percibe “inquieta, efervescente, nerviosa y amenazante”. No tanto para los demás, sino para ella misma. La historia de Kadaré entronca con la de su propio país. El escritor tuvo que exiliarse en septiembre de 1990 y desde entonces vivió entre Tirana y París. Estos son los dos grandes escenarios de este libro. Kadaré es, sin duda, el escritor albanés más conocido de todos los tiempos y su obra es la de un refugiado que analiza a su país en una mesa de disección forense. ¿Qué ocurrió con Kosovo? ¿Por qué fue utilizada con arma arrojadiza, como herida constantemente supurante? Los “gran-serbios” se apoderaron de Kosovo en 1913 e hicieron todos los esfuerzos posibles para disolver al pueblo albanés.

Uno de los momentos interesantes del diario sucede cuando Madeleine Albright, secretaria de Estado de EEUU, acude al castillo Rambouillet donde logra sentar en una misma mesa a serbios y albanokosovares. Con estas palabras describe Kadaré algunos de los momentos de la cumbre:

"Kosovo entretanto, abandonado a merced del destino, se tambalea. La bestia serbia lo tiene aferrado por la garganta y lo estrangula."


 "Lo que me entristece más es que los signos de esa enfermedad pueden observarse por todas partes, tanto en Albania como en Kosovo."


"¿Qué puede hacerse aún? El tiempo que queda no puede ser más escaso. Es preciso intentar algo de urgencia."

El acuerdo no se firma pero se evita el desastre y Kadaré lo celebra. El pulso narrativo de estas páginas del encuentro en Rambouillet es vertiginoso, lleno de ímpetu, entusiasmo y tristeza. Todo a la vez se va alternando en el ánimo de Kadaré que asiste como testigo excepcional al posible debacle de su nación. El escritor va viajando por países europeos (Italia o Francia, entre otros) para dar conferencias, para asistir a debates que versan sobre la situación de Kosovo. El 23 de marzo, un español es el portador de las peores noticias:

 "Con el rostro conmovido y una voz que me parece adelgazada, Javier Solana anuncia haber dado la orden de bombardear Yugoslavia. Luego, no sin una visible emoción, se abraza de forma sorprendente a una persona que se encuentra a su lado." 

El libro avanza conforme el conflicto se recrudece. Kadaré comenta cada nuevo episodio como si se tratara de una narración novelesca. Habla de la “entrada supuestamente triunfal” de las tropas rusas es Pristina como un acto “repugnante, un simulacro falsario, inmoral y sórdido”. También se recoge en el libro los encuentros del escritor con personalidades con el presidente Chirac, encuentros en la casa de Heinrich Böll con intelectuales como Günter Grass, Herta Müller o Vesna Pesic.

Diario de Kosovo incluye también algunos artículos de Kadaré publicados en medios como Le Monde. Allí Kadaré muestra su lado más pasional en este conflicto que le toca íntimamente como individuo; no duda en tomar partido y decisiones radicales. Este es un fragmento de su artículo Al regreso de Kosovo, escrito en Le Monde el 14 de diciembre de 1999:

"¿Hay venganza albanesa en Kosovo? Sin duda alguna, sí. ¿Es preciso condenar esos actos de venganza? Sí, absolutamente. Sin la menor reserva. ¿Deben ser detenidos? Sin ninguna vacilación, a cualquier precio."

Algunos mensajes desgarrados pueden leerse en este diario político de honda reflexión. Así, por ejemplo, el escritor insta a aquellos que se ocupan de Kosovo que “para calmar el odio entre los pueblos enemistados cieguen las fuentes de ese odio”. De esta manera, la consigna de Kosovo se convierte en una reflexión universal, para cualquier guerra.

Este volumen -íntimo, desesperado y reivindicativo a partes iguales- se cierra con tres cartas dirigidas a hombres de Estado que fueron cruciales para resolver el enconamiento. A George Bush le pide “una modificación de principios en la actitud hacia el pueblo albanés”. A Mitterrand le ruega que “tome en consideración esta advertencia, esta llamada de socorro, antes de que sea demasiado tarde y la tragedia se haya consumado”. A Václav Havel, por último, le explica cómo mientras la “mitad de la nación albanesa ha logrado liberarse de la dictadura comunista interior, la otra mitad continúa languideciendo bajo una de las dictaduras más brutales que ha conocido nuestro mundo, la violencia serbia”. Es un final crudo para un libro seco y reflexivo que conviene leer despacio.


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