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It's the global value chain, stupid!

O algunos de los efectos inmediatos de una guerra comercial entre Estados Unidos y China

3/06/2018 - 

Arrancamos parafraseando a James Carville, uno de los más ingeniosos estrategas de la campaña de Bill Clinton, que le preparó esta frase memorable de “It’s the economy, stupid” para desprestigiar a su oponente republicano, George H.W. Bush. La frase se ha convertido en un recurso habitual en la campañas políticas norteamericanas, y es posible que al final proceda aplicársela también al presidente Trump.

En efecto, la escalada proteccionista generalmente impulsada por el presidente Trump tiene un manifestación del alto voltaje en lo que respecta a las relaciones con China y que puede desencadenar una guerra comercial en la que Estados Unidos podría perder más de lo que se ha podido calibrar. Así, el presidente Trump mantiene que China, a través de prácticas comerciales desleales desarrolladas durante décadas, ha conseguido un excedente comercial respecto de Estados Unidos que se sitúa actualmente en 200.000 millones de dólares. Desde la perspectiva del presidente norteamericano, para poder equilibrar esta situación se ha reclamado a China que compre productos americanos por un importe adicional a la mencionada cantidad. Para muchos expertos, esta cantidad no parece demasiado realista.

Estos últimos meses los acontecimientos se han desarrollado a una velocidad frenética. Es cierto que ya en su agresiva campaña electoral, el Sr. Trump fue mi crítico con China a este respecto. Así, desde abril de 2017, se instó al Departamento de Comercio a que investigase si las importaciones de acero de China (y también de otros países) podían suponer una amenaza contra la seguridad nacional de los Estados Unidos. Algo más tarde, en agosto de 2017, el Sr. Trump reiteró su acusación a China de prácticas comerciales desleales con un enfoque especial en los presuntos robos de propiedad intelectual por parte de los chinos. Aunque el final de 2017 se caracterizó por cierta tranquilidad mientras se trataba de establecer una relación de cercanía entre los líderes de ambos países, la tregua duró poco. 2018 iba ser un año en el que era probable que estas presiones terminasen en una guerra comercial entre ambos países. Y, por el momento, parece que esa es la tendencia que se está consolidando: en enero se anunció la aplicación de una tarifa del 30 % y del 20 % sobre los paneles fotovoltaicos y las lavadoras de fabricación china; asimismo, en febrero de 2018, el secretario de Comercio, Wilbur Ross, propuso unas tarifas adicionales del 24 % sobre el acero y del 7,7 % sobre el aluminio importados de China que serían aprobadas en marzo de 2018 por el presidente. México y Canadá estaban exentos.

Esta deriva ha motivado la reacción china, que no se ha dejado esperar, mediante la imposición de tarifas (donde más le dolía a la economía de Estados Unidos) a importaciones americanas por una cuantía cercana a los 3000 millones de dólares e incluyendo un 15 % de tarifa aplicable a 120 productos americanos, que comprenden frutas, frutos secos, vino y tuberías de acero, o del 25 % en otros 8 productos, como el aluminio reciclado y los productos derivados del cerdo. A esta decisión de las autoridades chinas, no menos de 24 horas después, el Sr. Trump respondió proponiendo la imposición de una nueva tarifa adicional del 25 % sobre cerca de 1300 productos chinos (desde aeroespacial a maquinaria e industrias médicas). Hace algo menos de quince días pareció que China y Estados Unidos, tras el anuncio del secretario del Tesoro, Stephen Mnuchin, habían alcanzado un acuerdo de mínimos que evitaría la guerra comercial. Este acuerdo suponía que tras la oferta de Pekín de comprar una cantidad suficiente de productos norteamericanos, Estados Unidos congelaría los aranceles impuestos a los productos chinos. Sin embargo, tan solo hace tres días, el Sr. Trump, con esa inconsistencia que es marca de la casa, acaba de volver a imponer incrementos de tarifas del 25 % a importaciones chinas por valor de 50.000 millones de dólares, con lo que ha reanudado las hostilidades e incrementado la probabilidad de que efectivamente la guerra comercial tenga lugar.

A pesar de la alta probabilidad de que se produzca la referida guerra comercial, parece que la Administración Trump está pasando por alto una cuestión esencial: que más o menos las dos terceras partes del comercio mundial tienen lugar a través de cadenas globales de valor o de suministro que no solo cruzan una frontera, sino muchas de ellas. Esto hace muy difícil que se pueda afirmar que un producto (sobre todo en el ámbito de cualquier industria con implantación internacional) sea de un solo país. Así, un producto que se importe en Estados Unidos y que, en principio, tenga la consideración de producto chino en muchas ocasiones tiene el valor añadido de que proviene no solo de China, sino de otros países diferentes que han contribuido decisivamente al resultado plasmado en ese producto.

De esta forma, el valor añadido a este producto lo aportarán empresas norteamericanas que producen en China. En este sentido, estas empresas serían las más golpeadas por la decisión del presidente Trump. Para acreditar esto es preciso tener en cuenta que los grupos extranjeros representan prácticamente el 43 % de las exportaciones chinas en el 2018 según información de las aduanas chinas referida por el Financial Times. Y, en lo que respecta a las específicas ventas de las filiales chinas de empresas norteamericanas, estas tienen en efecto mucho que perder con la guerra comercial. Así, la totalidad de las ventas de estas filiales alcanzó los 481.000 millones de dólares (según información del Departamento de Comercio de los Estados Unidos), una cifra muy cercana a las exportaciones totales de China ese año que ascendieron a la cantidad de 483.000 millones de dólares. Todo ello sin entrar en el impacto negativo que producirá en otros países tradicionalmente aliados de Estados Unidos en la región, como son Japón, Corea del Sur o Taiwán. En consecuencia, en el supuesto de una guerra comercial entre China y Estados Unidos habrá daños colaterales que afecten intensamente a empresas norteamericanas, pero también a terceras partes.

Pero no solo las empresas se verán golpeadas. Al final, los consumidores de Estados Unidos sentirán también el impacto de la guerra comercial. El efecto inmediato, en relación con productos de altísima demanda que exporta China a Estados Unidos, va a ser un incremento del precio de esos bienes o alteraciones relevantes de dichos bienes si se recurre a otros países diferentes de China para su suministro.

Por lo tanto, los argumentos económicos contrarios a una guerra comercial en un mundo globalizado son sólidos. El problema es que los intereses no son solo económicos, sino también políticos. En este sentido, el Sr. Trump está recabando el apoyo chino —por otro lado decisivo— en sus conversaciones con Corea del Norte a cambio de un acuerdo que evite la guerra comercial. Pero también tiene un electorado al que ha prometido medidas de esta naturaleza para los cuales el infierno son los otros (los chinos, los mexicanos, los europeos). A este electorado tendrá que contentarlo de alguna forma. Llegados a este punto, quizás una guerra comercial con Europa le resulte más conveniente, a pesar de que eso implique perjudicar a sus aliados.

En conclusión, no son buenas noticias para la estabilidad del mundo. Vivimos en un mundo raro y tan solo caber esperar que la volatilidad creada por el Sr. Trump y los cambios que pretende introducir resulten coyunturales y no estructurales.


Francisco Martínez Boluda es abogado de Uría Menéndez

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