"Eres de centro, de centro comercial", "Ente autosuficiente, en pijama y zapatillas, por el centro comercial". Son versos de Lendakaris Muertos que para las nuevas generaciones pronto sonarán a pleistoceno. Los centros comerciales han iniciado su declive. De una época en la que se iba a ellos a pasar el sábado, ahora parecen cementerios. Eso refleja Jasper Mall, un documental estadounidense sobre un centro comercial de Alabama en las últimas, al que ya solo acuden ancianos y vagabundos
VALÈNCIA. Cuando a mi barrio llegaron los supermercados, la galería de alimentación, el mercado de toda la vida, sufrió una lenta agonía hasta el cierre. Llegó un momento en el que atravesarlo era tétrico. Lejos quedaban los días en que hasta el bar que había dentro tenía una multitud de gente frente a la barra. Había recuerdos que se iban. De niños, jugábamos a tirarnos por la rampa que pusieron en las escaleras para los carritos, íbamos a ver cuántas jeringuillas había en los baños del mercado, un pasillo angosto con iluminación amarillenta que ahora lo recuerdas y era escalofriante. También había comerciantes que se aprovechaban de su situación y vendían pescado al borde de la putrefacción y otros desmanes que ya se han olvidado. Ahora los mercados tradicionales son comunes en los barrios en auge, llenos de profesionales jóvenes, esto es, consumidores voraces, y todo brilla en ellos. Es la vida.
En Estados Unidos el centro comercial ha articulado la vida de muchas poblaciones durante muchos años. Ir a deambular por el centro comercial durante horas sin nada que hacer era lo único que hacían muchos adolescentes antes de obtener un trabajo, darse a la droga o irse a la guerra. Sin embargo, la sociedad nunca deja de avanzar o, mejor dicho, sus relaciones productivas y comerciales, y estamos en una etapa en la que la compra presencial va de capa caída. Con el 6G seguramente vuelva a despegar, pero en modo virtual. Ahora, toca ver morir al modelo hegemónico durante los últimos cuarenta años.
Conscientes de ello, Bradford Thomason y Brett Whitcomb, han inmortalizado en Jasper Mall la vida en un centro comercial que está al borde de la quiebra. El hilo conductor es el gerente del lugar. Antes trabajaba en un zoológico y dice: "Ahora trabajo en la jungla". Por las mañanas, cuenta que abre antes las puertas para que entren las personas sin hogar, pues hace mucho frío fuera. Dice que no le importa. Más disgusto muestra cuando explica que alguien ha ido al servicio y ha defecado en mitad del suelo. Sigue impactado desde que lo vio. Reflexiona cándido ante la cámara: ¿Cómo puede fallar alguien con lo grande que es el inodoro?".
El lugar se inauguró en 1981. En los 80 y 90, estuvo siempre a reventar, con el parking lleno. Ahora el gran drama es que no se vaya Angel Secret. Los rumores tienen en un sin vivir al gerente. Es a través de las palabras y los quehaceres de este hombre que el documental va presentado los comercios en crisis que hay en el centro comercial. La de la floristería comenta que su trabajo es bonito, menos cuando hace las coronas para el entierro de un familiar. El joyero dice que está facturando 24 dólares al día. A veces, 14 dólares. Antes el centro comercial estaba siempre hasta arriba, ahora solo hay ancianos.
Juegan a las cartas, al dominó, hacen alguna pequeña compra. Es muy raro ver gente joven como antiguamente. El festival anual de southern gospel y bluegrass que celebra el centro reúne a un público por encima de los 70 años. Solo hay jóvenes en un establecimiento que permanece a tope de actividad: la oficina de reclutamiento del ejército. Está bastante bien también la escena de la tienda de armas. El dueño habla con un cliente del auge del lanzamiento de cuchillos.
Los documentales anteriores de estos directores iban sobre pioneros de la música electrónica, mujeres de la lucha libre (Las chicas con las chicas, lo tituló Telecinco en los 90) o Rock-afire, un grupo de música ochentero de animatrónica para niños. Siempre han estado interesados en la nostalgia y, en esta ocasión, han manifestado que estos centros comerciales de la cadena Jasper Mall anclados aún en su estética de los años ochenta eran un objetivo perfecto para un documental.
Thomason, como tantos estadounidenses, echó media vida en uno de ellos: "Una vez que teníamos la edad suficiente para ir solos, nos dejaban en el centro comercial y pasábamos todo el día allí con amigos. Brett y yo fuimos a los centros comerciales de Alelda y Baybrook en Houston, Texas. Para nosotros, no había más que los pinball y el castillo de Aladdin". Igual que su socio Whitcomb: "Crecí en los 90 yendo al Baybrook Mall en Clear Lake City, Texas. Siempre conseguía que mi madre me dejara allí durante horas viendo una película, comiendo pizza o, si tenía suficiente dinero, comía en Luby´s y jugaba a los videojuegos en el castillo de Aladdin, también compraba cedés en Sam Goodie o miraba en los escaparates las Reebok Pump que quería desesperadamente para antes de que empezaran las clases".
Lo que nunca imagina uno que va a escuchar, lo dicen ellos. Para Bradford, la pérdida del centro comercial supondrá dejar atrás "el sentimiento de comunidad que proviene de comprar en un espacio interior". Hay muchos sentimientos y sensibilidades, esta se me escapaba. Personalmente, recuerdo de niño los centros comerciales como un lugar de lujo, casi un parque de atracciones. Había multicine, McDonald´s y Wendy, que no eran fáciles de encontrar por todas partes, vendían gofres de los buenos, no de los de plástico que había en el súper y las máquinas recreativas eran último modelo, como las de disparar a la pantalla o las que tenían cuatro mandos, por ejemplo la de los Simpson. Ir ahí era un día de fiesta en el que te gastabas la friolera de mil pesetas porque estabas que lo tirabas , algo que solo ocurría dos veces al año. Poco después, los centros comerciales me parecían lugares insufribles donde hacía calor en invierno y frío en verano.
En Estados Unidos ya están sucediendo fenómenos que pronto serán aquí habituales. Uno sería este, otro el del desinterés de los jóvenes por los deportes tradicionales. Ya irán llegando mientras hacemos aspavientos. Mi única reflexión al respecto es que dios guarde muchos años a los que dentro de unas décadas monten un centro comercial como algo vintage, kitsch y por supuesto chic para una nueva generación de profesionales jóvenes rompedores deseosos de pautas de consumo exclusivas que les distingan de las masas. Hacerse viejo tiene estos riesgos.