Pinceladas de historia y tiza

Jerez: una oda al remontao

En ocasiones vemos recuerdos. De viejunos y viejismos, de los que saben envejecer con guapura

| 29/03/2019 | 3 min, 47 seg

La de aquel primer Sanlúcar donde aprendimos que las noches son pardillas y hedonistas y que algunos vinos tienen más vidas que un gatito. Donde el jerez se hace mayor, muy y más mejor.

Vinos viejos sí, pero los buenos, que son unos cuantos, pero no tantos los que tuvieron la suerte de nacer con el suelo preciso o la viña ideal. Y de dar con las personas que saben cómo hacer las cosas para repartir felicidad, volviendo la vista a las tradiciones con sabiduría de mayeto entre dibujos de tiza y paisaje. Porque sí, parece una real realidad que cada pago, cada planta, tiene mucho que decir en el futuro del vino y de eso va la cata de hoy, de barajuelas, antehojuelas y lentejuelas. Miel sobre hojuelas. Así, sin más vueltas que darle nos ponemos en manos del gran Ramiro Ibáñez para dar un paseo entre la estructura de Macharnudo y la delicadeza de Balbaína, pasando por la finura de Carrascal, tal cual. Abriendo botellas de los años 50 a los 70, que aquí se viene a eso, a beber y a vivir, que son dos días.

Dos días, ocho vinos y para empezar la Manzanilla Señorita Olorosa (Manuel de Argüeso). Desde al pago Carranza aparece como joven volatinera de cuerpecillo oxidativo y mirada audaz. Atontada de tanta cabriola y brocha en ristre, da locas pinceladas con las que esboza el plato que le hará compañía, un caldillo de perro y a correr, vida mía.  

Entre El Carrascal (que no Carrascal) y El Hornillo nos topamos de topetón con la Manzanilla Pasada San León (Herederos de Argüeso). Marmolina y alcalina desvela que las grandes edades se traducen en frescor eterno. Con alborozo afila bien el lápiz, que tiene que escribir 100 veces que le queda mucha vida. Hoy y por delante con un arroz con muergos. Avante.

Avanzamos con el Coquinero (Osborne), amontillado con finura de sensillamente sensasional que viene de Balbaína a imponer su seriedad. Disparo de pólvora tras un pajar lleno de frutos secos y alguna ramita de apio. Un amigo imperturbable que se sincera a golpe de pluma para rebelar que tras la apariencia, en realidad hay alegría, y una alboronía de caballas caleteras.

Ahora sí, nos plantamos en el sanluqueño Carrascal para conocer a un distinguido señor, el Tío Pepe (González Byass). Un maduro con cuerpazo del bueno que conquista sin tonterías. Potencia y perfección firmada con puño firme. Espejuelo con casi de todo y junto a una berza de resurrección, que esto resucita a un muerto, ohú.

Entre jamelgos, guapos y mimosos

Desde Los Cuadrados lo cuadra el Amontillado Napoleón (La Gitana). Jamelgo jabelgante y elegante. Frescales y estructurado se arranca con el rodillo, que toca escalar y encalar. Valiente y sin miramientos mira hacia arriba, porque no hay dolor y sabe lo que le espera. El descanso a pequeños sorbos y una de arranque roteño.

El Oloroso Emilio Hidalgo (Emilio Hidalgo) despliega cartulinas de mil colores por su Carrascal natal. Aromas desmesurados, sin vergüenza ni sonrojo, que es bello y bien lo sabe. Asoleos soleados y un poquito ahumados dispuestos a dar el alma, con calma y dando buena cuenta de  un potaje de cardillos.

Nos asomamos a Macharnudo para saborear despacito el Vino de la Raza (Pedro Domecq). Racial oloroso que pasa de bestia a mimoso sin inmutarse. Igual te da un zarpazo que un abrazo, pero siempre con un fondo dulce de los que se te quedan dentro para siempre. Trazos de fuerza abocada que nos comemos con un menudo de choco. A lo loco.

Ponemos el punto y seguido en El Maestre con el Vino de Naranja (Bodegas García Monge). De nuevo oloroso, pero esta vez con naranjas, que mira que nos gustan los bosquejos de mirindismo. Retorno a los orígenes de verdad verdadera con su golosito bien medido y una bandeja de panizas meladas. 

Marchamos acaramelados y sonrientes con un hasta luego y agradecimientos a los que regalan tan festivos momentos, que serán Cuatrogatos, pero valen como cuatrocientos. Así terminamos, escribiendo una oda con lagrimita por las botellas que se acaban. Y a remontar al remontao, ronti, que anda que no queda por disfrutar.

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