El asesinato de JFK sigue siendo un problema de seguridad nacional
El asesinato de JFK sigue siendo un problema de seguridad nacional
Más de un cuarto de siglo ha pasado desde que Oliver Stone firmó JFK, uno de los mejores thrillers políticos de la historia. Ahora, el director celebra la efeméride con un documental vibrante sobre el asesinato de Kennedy en el que insiste —con escaso éxito— en la teoría de la conspiración.
VALÈNCIA. Le ha costado, pero lo ha conseguido. Aunque JFK Caso revisado se estrenó en la pasada edición del festival de Cannes de 2021, no ha llegado a las carteleras hasta este fin de semana (prueba del escaso interés que despierta el tema a estas alturas). El último trabajo de Oliver Stone quizás sea el mejor de las docenas de documentales ‘definitivos’ sobre el asesinato de JFK —dos horas que se pasan volando—, pero con más trucos que una escopeta de feria y que, como sus predecesores (y los que vengan después), es más eficaz sembrando dudas sobre la versión oficial que aportando certezas sobre la alternativa.
Es evidente que nunca se podrá rechazar al 100% la posibilidad de una conspiración para matar a Kennedy, dada la incapacidad de demostrar que un hecho no ha ocurrido. Lo único que podemos hacer es evidenciar que algo sí tuvo lugar, y los defensores de la teoría de la conspiración están muy lejos de ese objetivo (hay una docena de hipótesis bastante contradictorias entre ellas y todas se han demostrado equivocadas).
Es cierto que la hipótesis de la conspiración no solo no es descabellada, sino que tiene coartada hasta que se acaben de desclasificar todos los documentos relativos al caso (no antes de 2029), aunque es difícil que vaya a aparecer algo relevante. Sesenta años después de aquel fatídico 22 de noviembre de 1963, la balanza se inclina (y mucho) a favor de la hipótesis de que Lee Harvey Oswald decidió matar al presidente de Estados Unidos por el que, paradójicamente, sentía cierta simpatía.
Uno de los problemas del debate sobre este caso es que es en blanco y negro (o existió o no existió) y se pierde una importante gama de grises: mentiras, engaños y desinformación ha habido en los dos lados. El caso más llamativo es el de la CIA, que acabó por reconocer oficialmente algunos de sus errores. Por lo que respecta a la Comisión Warren, el exdirector de la agencia Allen Dulles era miembro y vigiló que no se filtrara nada sobre los planes para asesinar a Fidel Castro que Robert Kennedy había avalado. Posteriormente, en el Comité Selecto de la Cámara sobre Asesinatos (HSCA), como recuerda el documental, la CIA nombró como enlace a George Joannides, que había controlado desde las sombras los ambientes anticastristas en los que Oswald se movía en Dallas, pero ocultó ese dato a los investigadores. Su currículum es secreto, está protegido por varias sentencias, y no verá nunca la luz hasta que la agencia lo decida. Más motivos para la sospecha. Por su parte, el futuro presidente Gerald Ford reconoció que actuó de topo del FBI.
También es un error pensar que todos los defensores de la teoría de la conspiración siempre han estado equivocados. Gracias a ellos (sobre todo, a alguien tan despreciable como el fiscal Jim Garrison) se supo de la relación de la CIA con los grupos anticastristas mucho antes de que la Comisión Church la pusiera negro sobre blanco en un informe oficial. Ni los defensores de la teoría oficial fueron santos ni los conspiranoicos, demonios.
Aunque es imposible abarcar todo el caso, aquí van algunas claves para entender la teoría oficial y por qué ha sobrevivido tan bien al paso de los años.
En general, para ponerse galones, los investigadores del caso siempre se han presentado como los buscadores de una verdad que el Gobierno quería ocultar y que el público rechazaba escuchar. Nada más falso: ni el Gobierno negó nunca la posibilidad de una conspiración (de hecho, es la tesis oficial) ni el público se negó a barajar esa posibilidad. No hay una sola encuesta realizada desde 1963 en la que los partidarios de la teoría del ‘lobo solitario’ superen a los defensores de la conspiración.
Por hacerlo sencillo, consideremos las dos investigaciones oficiales sobre el caso. La primera, la famosa, fue la llamada Comisión Warren (1964) que concluyó que Lee Harvey Oswald actuó solo, pero en ningún momento descartó la posibilidad de una conspiración. El informe dice literalmente:
«[…] la posibilidad de que otras personas estén complicadas con Oswald o con Ruby no puede rechazarse categóricamente, pero en el caso de existir alguna prueba de ello, ha escapado a todos los organismos y recursos de la investigación policial de los Estados Unidos y no se ha sometido al examen de la Comisión».
Aunque el informe de la Comisión Warren es más sólido de lo que se piensa, no consiguió acabar con unas sospechas que con los años fueron a más. La culpa (en parte) la tuvo el Senate Select Committee on Intelligence (o Comité Church) de 1976, que sacó a la luz las trapisondas de la CIA a nivel internacional y, sobre todo, que se hizo pública la famosa cinta Zapruder en la que se ve el asesinato de Kennedy. En ella, da la sensación de que la bala mortal ha sido disparada desde delante del presidente. La consecuencia fue la creación del Comité Selecto de la Cámara sobre Asesinatos (HSCA) cuyas conclusiones, anunciadas en 1979, aseguraban que:
«El comité cree, en base a la evidencia disponible, que el presidente John F. Kennedy probablemente fue asesinado como resultado de una conspiración. El Comité ha sido incapaz de identificar al otro tirador o el alcance de la conspiración».
Y que:
«La Comisión Warren falló a la hora de investigar adecuadamente la posibilidad de una conspiración para asesinar al presidente. Esa deficiencia se puede atribuir en parte al fallo de la Comisión a la hora de recibir toda la información relevante que estaba en posesión de otras agencias y departamentos del Gobierno».
La conclusión del HSCA se tomó en el último momento. El 17 de septiembre de 1997, Robert Blakey (presidente del comité) se citó con un grupo autobautizado como el Assassination Information Bureau, que reunía a lo más granado de los investigadores partidarios de la conspiración (Sylvia Meagher, Joshia Thompson, Mary Ferrell, Peter Dale Scott…). El AIB fue quien reveló la existencia de una cinta de audio de la Policía de Dallas en la que la HSCA se basó para elaborar su dictamen de que hubo un segundo tirador. Aunque, con los años, la prueba se demostró equivocada, ese dato (y hay más ejemplos) desmiente además que no se tuvieran en cuenta las opiniones de los críticos de la versión oficial.
Si la mafia, la CIA, el servicio secreto, el complejo militar-industrial, los anticastristas, el FBI… quisieron matar a JFK les resultó imposible buscar un plan peor: tres o cuatro equipos de tres o cuatro personas, más un tonto útil, disparando todos a la vez desde distintos ángulos a un blanco en movimiento en una plaza con varios cientos de personas de testigo. De hecho, la comitiva presidencial cerró su recorrido por Dallas en la plaza Dealey precisamente por su capacidad para acoger el mayor número posible de espectadores. Las probabilidades de que el plan saliera mal —matar a un inocente, que alguien viera a los asesinos y diera la voz de alarma…— son casi infinitas. Pero no solo eso, sino que el plan incluía convencer a la gente de que solo hubo un magnicida, que disparó desde el sexto piso de un edificio concreto y alcanzó al presidente por detrás cuando las balas que lo mataron (a decir de los negacionistas de la versión oficial) se dispararon desde delante y desde su derecha.
Así, para engañar a los médicos —otro paso necesario para consumar el engaño— hubo que suplantar el cadáver de JFK por el de un señor que se parecía a él como dos gotas de agua, y que debió haber sido asesinado de tal manera que las heridas encajaran con las de la ‘versión oficial’. Luego tocó intercambiar los cadáveres en el vuelo de Dallas a Washington, después de que el fiambre ya hubiera sido estudiado por un equipo de médicos, galenos a los que hubo que silenciar o hacer pasar por tontos.
Había formas mucho más fáciles de deshacerse de JFK (como poner una bomba en el avión y atribuirlo a un accidente). Pero dado que la ‘teoría unificada de la conspiración’ exige que el médico personal de JFK, George Buckley, formara parte de la conspiración, este podría haber aprovechado las múltiples enfermedades de su paciente para deshacerse de él dejando avanzar la enfermedad o acelerando su muerte... No hubiera sido difícil forzar un envenenamiento con fármacos o una sobredosis, teniendo en cuenta que el presidente era una farmacia ambulante, como explicó Robert Dallek en su libro An Unfinished Life: John F. Kennedy, 1917-1963. Además de hormonas, tomaba antiespasmódicos, antibióticos, antihistamínicos, estimulantes, barbitúricos… y eso es lo que se sabe, porque el médico de las estrellas Max Jacobson (a.k.a. el doctor Feelgood), mitad doctor mitad camello, destruyó sus archivos cuando su cliente fue asesinado por Lee Harvey Oswald.
Una de las grandes dudas del caso Kennedy es el de la llamada ‘bala mágica’, la segunda de las tres que disparó Oswald y que, según la versión oficial, atravesó la garganta del presidente, entró por la espalda del gobernador John Connally, le astilló una costilla, le atravesó el pecho, le destrozó la muñeca y se alojó en su pierna. El gobernador de Texas, por cierto, nunca aceptó la teoría de la bala mágica. Y no es el único. La cuestión fue tan peliaguda que la comisión solo pudo concluir que «probablemente» una única bala hiriera a la vez a las dos víctimas. Por cierto, de los aspectos más interesantes del documental es cuando cuestiona la cadena de custodia de la ‘bala mágica’.
Pese a todo, aunque sea difícil de creer, los hechos seguramente ocurrieron como cuenta la versión oficial y probablemente sea cierto que el famoso proyectil apareció horas después en una camilla del hospital de Parkland, ligeramente dañado. Demasiado rebuscado, teniendo en cuenta que el plan hubiera sido más sencillo de ejecutar y de vender al público si los conspiradores hubieran recuperado la bala en el Ford Lincoln del presidente, custodiado en esos momentos por los servicios secretos (que se supone que estaban en el ajo).
Pero ahí no acaba la incapacidad de los conspiradores para crear un relato mínimamente sostenible. De las tres balas que Oswald disparó, una falló y se estrelló contra el suelo a más de cien metros del coche (ya es fallar), y provocó que una esquirla saliera volando e hiciera una pequeña herida en la mejilla de un espectador, James Tague. Los conspiradores, una vez más, parecen optar por la opción más difícil: en lugar de olvidarse de Tague y decir que las tres balas habían alcanzado sus objetivos (la primera hirió a Kennedy, la segunda a Connally y que la tercera fue la que mató al presidente), admiten que la primera bala falló, lo que les obligaba a recurrir a la hipótesis de una bala mágica que provocó siete heridas distintas en dos personas. ¿Si iban a mentir por qué no elegir la versión más sencilla y aferrarse al relato de tres balas, tres blancos?
No se puede decir que resulte gratuito sospechar que el asesinato de JFK fue algo más que el delirio de un loco. Pero si además alguien asesina al asesino, todo resulta mucho más bizarro. Sin embargo, y pese a lo que se ha escrito, la teoría oficial es bastante convincente a la hora de señalar que Jack Ruby era otro loco y que también actuó solo. El asesino de Oswald era un empresario de ocio nocturno de Dallas, propietario del Carousel Club, con contactos con la mafia y la policía local. Más casualidades que echaron leña al fuego.
Desde luego, tanto si Oswald formó parte del plan para acabar con JFK como si era un patsy (un tonto útil) suena lógico que los conspiradores decidieran deshacerse de él para evitar que hablara, y cuanto antes mejor. Así, ‘suicidarlo’ la primera noche que pasa detenido parece la mejor opción, pero no solo no lo hacen sino que se preocupan de impedirlo (dos policías se encargan de vigilarlo para que no se quite la vida, aunque se supone que la Policía de Dallas estaba en el ajo) y, de regalo, le permiten participar en una rueda de prensa para el día siguiente.
Sobre mediodía del sábado, la policía escolta a Oswald desde el tercer piso del edificio, en el que se le custodia, al primero, donde va a tener lugar el encuentro con los periodistas. El presunto magnicida pasa junto a Ruby, que lleva su colt cargado en un bolsillo, pero este lo deja pasar. Tras la rueda de prensa se presenta su segunda oportunidad de deshacerse de él, y tampoco lo hace. Eso significa darle a Oswald veinticuatro horas más para delatar a quien sea. De todas formas, no parece que tenga muchas ganas de hablar: aunque dice que se le ha negado su derecho a un abogado, lo cierto es que ha rechazado las ofertas de la Asociación Americana de Libertades Civiles (ACLU) para encargarse de su asistencia legal.
El domingo, las autoridades tienen previsto llevar a Oswald a las 10:00 de la mañana a la cárcel local. Pero el plan falla a última hora: la idea era la de utilizar un coche blindado, pero acaban desechando esa idea y el traslado se retrasa. Si Ruby tenía pensado matar a Oswald no parecía tener prisa: a las 10:20 está en casa y todavía no se ha vestido.
Mientras, en el cuartel de la Policía de Dallas las cosas van un poco más lentas de lo previsto. A las 9:30 han vuelto a interrogar a Oswald hasta casi las 11:00. Luego, el traslado se vuelve a retrasar unos minutos: primero, porque el detenido pide cambiarse de ropa (la decisión se toma sobre las 11:10) y, luego, porque se descarta usar el camión blindado. Estos pequeños detalles retrasan el operativo y son los que sellan el futuro de Oswald.
Según el documental, Ruby murió al poco tiempo por causa de un cáncer que se desarrolló anormalmente rápido, insinuando que quisieron silenciarlo
A las 10:19 Ruby, que aún no ha salido de casa, atiende la llamada de una de sus bailarinas —Karen Little Lynn— pidiéndole dinero. El mafioso de medio pelo mete a sus perros en el coche y se desplaza hasta una oficina de la Western Union que está enfrente de la estación de Policía. A las 11:17 hace el envío.
A las 11:18, justo cuando van a bajar a Oswald desde el cuatro piso al sótano, un nuevo retraso: una llamada del alcalde Earle Cabell a los encargados del traslado suma un nuevo aplazamiento; apenas un par de minutos, pero son los que permiten que Ruby entre a tiempo en el sótano para matar a Oswald. Si uno solo de esos hechos casuales y sin importancia no hubiera tenido lugar, el asesino de JFK se hubiera sentado delante de un juez y la historia sería otra.
Según el documental, Ruby murió al poco tiempo por causa de un cáncer que se desarrolló anormalmente rápido, insinuando que quisieron silenciarlo. Falso. En el juicio, el mafioso estuvo representado por Melvin Belli, uno de los mejores abogados del país (también lo fue de Muhammad Ali, Errol Flynn, Tony Curtis…). El asesino de Oswald fue condenado a muerte, pero su siguiente abogado apeló y, en 1966, la sentencia fue anulada y la nueva vista fijada para 1967. Por lo visto, no había tanta prisa por quitarle de en medio como dicen algunos. Poco después, acudió al médico a tratarse de una neumonía y le detectó un triple cáncer muy avanzado. Su muerte fue rápida. Es curioso que Stone nunca se acuerde de estos detallitos.
¿Y para qué matar a Kennedy? Básicamente, porque quería retirarse de Vietnam y rebajar el clima de tensión de la Guerra Fría. Lo de Vietnam tiene un poco de verdad y un poco de mito. JFK, partidario de llegar a acuerdos con la Unión Soviética para relajar la tensión de la Guerra Fría, heredó el conflicto de Eisenhower pero, durante sus escasos tres años de mandato, el número de asesores militares pasó de novecientos a dieciséis mil.
Además, por mucho que Stone intente reinterpretar los más que conocidos documentos NSAM 263 y NSAM 273 —el excelente análisis que les dedicó Noam Chomsky en Rethinking Camelot sigue plenamente vigente—, el presidente confiaba en una retirada progresiva de los asesores (a medida que fuera mejorando la capacidad de combate de las tropas de Vietnam del sur) que concluiría en 1965, sin descartar nunca que un cambio del statu quo pudiera traducirse incluso en el envío de tropas (como acabó ocurriendo con Lyndon Johnson).
En noviembre de 1963, la intención era retirar a mil asesores antes de fin de año, pero más con el objetivo de dar un toque de atención al presidente Ngo Dinh Diem, cuya sanguinaria política contra su pueblo se había convertido en el mejor banderín de enganche del Gobierno de Vietnam del norte. Al final Diem fue asesinado por la CIA y los asesores no salieron.
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