LA CIUDAD Y SUS VICIOS

Joan Monleón, revival: por qué debimos tomárnoslo más en serio

Reverdece la figura de un hombre hecho espectáculo a sí mismo. Monleón después del obituario, elevado a algo más que a un pompón folclórico

9/01/2016 - 

VALENCIA. Para los valencianos, ellos, nosotros, Joan Monleón fue una especie de pompón colorido movido festivamente para alborozo colectivo. Sólo una agitación inofensiva llamada a sonsacar una sonrisa que olvidar en poco tiempo. Para una mayoría fue el mayor ejemplo de la coentor propia, un vedette capaz de entusiasmar a abuelas y nietos. Tan travieso, ay, tan escatólogico. Canal Nou acabaría tallando su figura de fiera y mito capaz de hilar pueblo con pueblo. Para la izquierda más divina Monleón era lo grotesco, la vergonya del folclore. “Yo era horchatero y era muy feliz”, solía sentenciar.

Qué pasa con Monleón. Hace pocas fechas hace seis años que él murió, justo el días de los inocentes, jugando con la broma hasta el límite. “El 2016 80 años del nacimiento de Joan Monleón. Estaría bien que asumiéramos que con Monle no hemos sido inocentes, sino injustos. Haría falta reivindicarlo”, escribió el periodista y realizador Francesc Felipe. Ese día Canyot, popular cuenta Youtube valenciana, una suerte de hangar de vídeos de aquí, recordaba una de las entrevistas en las que más se descubrió. “Cuando Canal 9 dejó de emitir el Show de Joan Monleón yo todavía no había tomado la comunión. En mi casa siempre se ha hablado mucho de él. Puede ser influya el hecho de que a mi padre le tocara un coche en la Paella Rusa”, cuenta Canyot. La entrevista en cuestión corresponde al programa Identitats, en 1988, sometido al interrogatorio sutil de Josep María Espinàs.

- “Tú puede que seas una persona triste…”

- “En el fondo sí. Cuando tienes que ironizar de muchas cosas de la vida te das cuenta de todas las cosas que te hacen ponerte triste”.

Aparece inesperado. Está ahí, se recurre a él tal que si Monle hubiera sido elegido mascota oficial en los juegos olímpicos de la valencanía. “Y eso que Álvarez de Toledo no fue niña en Valencia y tuvo que ver a Joan Monléon pintado de Baltasar. Yo eso tampoco lo perdonaré jamás”, tuiteaba el día de Reyes el periodista Borja Ventura.

Y entre tanto se desliza la impresión de que además de fuente de cuchufletas, Monleón, un paso por delante, estaba colando subterráneamente pegamento social mientras hacía como que nos movía el pompón y giraba la paella. Su figura reverdece entre quienes creen que quiso popularizar valores que obviábamos, extender verdades, fomentar un colectivismo a partir de lo propio. “Quizá los valencianos no le damos importancia a nuestras cosas, las tenemos ahí, como si nada…”, adelantaba en 1988 este alquimista de la clòtxina. “La gente ha tenido que montar una pose para no mostrarse cada uno como es, cada pueblo como es”.

Quizá este tipo -al ver las películas de Fellini sentía haber vivido ya esas escenas en las calles del Carmen- estaba hablando bien en serio, comprometido por su vocación, más allá de sus papeles de obispo. “Me molesta que me encasillen”, anunciaba.

“La mayoría de la gente nos hemos quedado con lo superficial, con el Monleón de La Paella Rusa y el a guanyar diners, pero sospecho que el personaje da bastante más de sí o quizá nadie le supo sacar provecho durante sus años en la tele…”, me dice el realizador César Sabater. “Aportó un descocamiento en lo formal. En cierta manera era un avant-garde de lo cafre, de la provocación, pero de una provocación muy valenciana, muy escatológica, ruidosa, de la que te explota en la cara. Era un sainete hecho carne. Culturalmente es un icono de los 90 para muchos, entre los que me incluyo”.

Las fiestas, decía Monle, son el mejor reflejo del pueblo. En una de ellas, actuando en una localidad no revelada, estaba cantando la canción de Sant Antoni de Gavarda (“que hace los milagros al revés”). Viéndosela venir le pidió a Sant Antoni que el escenario no se cayera. “Y nada más decirlo se hundió. Todo el mundo se pensaba que me había muerto pero me levanté y dije: que siga el espectáculo”. Pues que siga.

Una de las últimas entrevistas se la hizo el periodista Julio Gómez en el entorno del festival l’Inquiet de Picassent. “Su paso por l’Inquet creo que fue una especie de poción mágica que hizo revivir del imaginario colectivo a una persona que había quedado en el recuerdo, en un recuerdo muy lejano, recuperó y reforzó su valía como pregonero de nuestra cultura y de las raíces más populares. Monleón no quería ningún reconocimiento, incluso se intentó que fuera la personalidad homenajeada del festival, pero él no quería. Se le veía resignado. Pero después lo vivió todo con una ilusión inusitada (...) hizo lo que mejor sabía hacer: de la normalidad, hacer cosas extraordinarias. Fue una noche en la que nos confesó que había vuelto a sentir el aprecio de los suyos. Se le veía feliz y sobre todo se sentía, débil por su estado de salud, pero inmensamente satisfecho porque su nombre había vuelto a emerger como artista y como valenciano”.

Tras la explosividad (“su brillo te desarmaba”, deja César Sabater), la búsqueda de la normalidad, comenta Julio Gómez. “Creo que al discurso valenciano lo que realmente le aportó Monleón es normalidad. Él a través de nuestras cosas cotidianas, y muchas veces a través de las que más sentimos, le daba una vertiente folclórica, muy ligada a su carácter, pero a la vez didáctico y vertebrador. No era un manual de estilo, ni un repartidor de lecciones de patriotismo, pero sí tenía clara una cosa: con la normalidad, con el valenciano, con la tradición y canciones populares, con incluso la llamada ‘coentor’, se podía articular un discurso que llegara a todo el mundo (abrazaba a muchísimo estrato de gente) y promover la cultura audiovisual sin complejos”.

En la última parte de la entrevista de Josep María Espinàs, y antes de que la música de Paquito el Chocolatero sellara la conversación, Monleón, para muchos sólo un pompón, enuncia a modo de epílogo: “se han perdido muchos años en Valencia de discusiones absurdas, se tienen que dar cuenta que Valencia es un pueblo como otro y lo único que vale es trabajar y conocer bien tu tierra y tu gente, no pensar si eres mejor o peor que otros. Conociendo tu tierra, tus raíces y tu identidad tienes muchas ventajas”. Era 1988 y a Monleón le quedaban 21 años de vida y un show por presentar.