Hablamos con el cantante de La Habitación Roja sobre la autobiografía que acaba de publicar en la editorial Plaza & Janés. El relato de una vida escindida entre la popularidad y el reconocimiento como músico en España y la existencia corriente y anónima en Molde, el pequeño pueblo noruego donde reside con su familia
VALÈNCIA. Jorge Martí lleva un par de semanas promocionando su autobiografía en España, titulada Canción de amor definitiva (Plaza & Janés, 2022). El largo y solitario ejercicio de autoanálisis que ha supuesto la escritura de este libro de más de 400 páginas ha dado paso a un periodo corto pero muy intenso de entrevistas y titulares. Casi todos hacen referencia al duro trasiego en el que vive el cantante y guitarrista de La Habitación Roja desde que decidió establecerse en Noruega hace diez años para formar una familia junto a su mujer, Ingrid. Todo el libro está impregnado por el juego de contrastes de una vida escindida entre los festivales de verano en España y los inviernos gélidos en el país escandinavo. Entre la vida de músico y el trabajo de enfermero. Entre la popularidad y el anonimato.
Este es un libro que habla de la niñez de Martí, de su etapa como futbolista en la cantera del Valencia CF, de sus primeros escarceos sexuales y de su iniciación en la música de la mano de su hermano Cristian -un dj magnífico que trabajó a finales de los ochenta en la cabina de la mítica discoteca Espiral. Inevitablemente, también habla mucho de la enfermedad. No solo de los periodos en los que Martí se dedicó a cuidar pacientes de Alzheimer y demencia, sino también del impacto súbito y permanente que supuso el diagnóstico de Ingrid con una encefalomielitis miálgica -patología más conocida como “síndrome de fatiga crónica”-, derivada de una reacción negativa a la vacuna de la gripe A, y del colapso que sufrió él mismo hace tres años debido a una tromboembolismo pulmonar.
Estos episodios vitales tan intensos pueden rastrearse en las letras de sus canciones, muchas de ellas melancólicas y reflexivas. El problema es que, al saltar del verso a la prosa autobiográfica, es muy fácil caer en la “tentación” de dibujar al autor como una especie de héroe. “No me gusta que se magnifiquen las historias que cuento en el libro. Son cosas que le pasan a muchísima otra gente. Tristemente, no hay nada de extraordinario en ellas. No tiene ningún mérito que tu mujer se ponga enferma o que me ingresen a mí en un hospital y luego lo supere. Se dice muchas veces que el tiempo lo cura todo, pero no es verdad. El tiempo nos conduce a la decadencia física, y eso hay que aceptarlo. He tratado de transmitir esa idea, pero también cuento muchísimas experiencias que son propias de un tipo muy afortunado”. “Esto no es un libro de autoayuda ni un equivalente a un filtro de Instagram -insiste-. No hay que maquillar las cosas, por eso hablo de la enfermedad o de los problemas de ansiedad y depresión que han tenido que atravesar algunos de mis compañeros de grupo. Ese empecinamiento en mostrar que somos felices todo el rato y que siempre nos va todo bien no me convence nada”.
Canción de amor definitiva no es la autobiografía de un músico de rock al uso. No hay relato de ascensión y caída en un contexto de lujos, adicciones y promiscuidad sexual. Y quizás es ahí donde reside el mayor interés de este libro; en la forma generosa y sin falsa modestia con la que Jorge Martí se muestra como un tipo normal y corriente, atenazado por dudas e inquietudes que no se le presuponen a un artista con más de 25 años de carrera. En este sentido, su testimonio sobre la evolución de La Habitación Roja resulta de mucha más utilidad a un grupo joven español que el que pueda proporcionar la historia de Mötley Crüe.
A ellos, a los grupos jóvenes que meten cabeza por primera vez en la industria de la música, Jorge Martí les lanza un consejo desde el prólogo: nunca firméis un contrato sin asesoramiento. “Me asombra lo confiados e infantiles que podemos llegar a ser los músicos -se lamenta-. El problema que hemos encontrado muchos grupos veteranos con la reconversión del mundo analógico al digital es que nos hemos despertado con unos contratos obsoletos con unos porcentajes de derechos pueden ser muy inferiores a lo que marcan los nuevos tiempos. Artistas y agentes de la industria somos complementarios. Nos necesitamos los unos a los otros, así que creo que hace falta gente con empatía y procesos más transparentes. No es que te engañen, pero no te cuentan todo. Y te llevas grandes chascos. La gente cree que nos hemos forrado con “Indestructibles” porque tenemos veinte millones de reproducciones en Spotify, pero nada más lejos de la realidad”.
La Habitación Roja no surgió en ningún arrabal, sino en el contexto apacible de un pueblo con urbanizaciones de clase media. El grupo formado en L’Eliana en 1994 por Jorge Martí y el batería Jose Marco -al que se unirían poco después el guitarrista Pau Roca y Juanjo Espinosa al bajo- suscitó interés mediático muy pronto. Ganaron una buena base de seguidores y se posicionaron como uno de los grupos más prometedores de la llamada “escena indie”. Ahí siguen, aunque la sensación de pisar terreno inestable nunca les ha abandonado del todo.
A muchos seguidores de LHR les sorprenderá descubrir que un grupo con más de una decena de discos publicados, algunos de ellos encaramados algún año entre los más vendidos del país, no siempre ha generado suficiente dinero como para que todos sus miembros se dedicaran únicamente a la música. Descubrirán también que, aunque actúes delante de 15.000 personas en un festival en España y hagas giras por Latinoamérica, alguna vez toca tragarse hoteles cutres y conciertos ante cien espectadores. Que las curas de humildad son constantes aunque seas un grupo conocido, de los que pinchan en las emisoras de radios nacionales y protagonizan portadas de la prensa especializada. Jorge Martí comparte muchas anécdotas internas del grupo y al final concluye que ninguna de las decepciones que ha encontrado por el camino ha hecho sombra a los buenos momentos, que también han sido muchos. Entre ellos, la experiencia de grabar dos discos en Chicago junto a Steve Albini, o hacerlo en los estudios Rockfield de Gales, por donde han pasado bandas como Oasis y Pixies.
“Habitualmente, los grupos enseñamos el producto final; la película ya retocada y montada, pero no las bambalinas de lo que ocurre. Con este libro he querido romper con esa visión estereotipada. Creo que LHR hemos vivido momentos de mucho glamour y otros muy freaks, de esos en los que crees que tocas fondo y nos inunda la sensación de que esto no es lo que nos habían vendido. Mi conclusión es que, ni eres tan grande como te crees cuando vienen bien dadas, ni eres tan poco cuando las cosas van mal. Es una lucha constante contra los elementos”.
“Cuanto mejor te va y más progresas, más consciente eres de lo mucho que te queda por aprender y de lo desconocido que eres. Subes un peldaño y te das cuenta de que por arriba la escalera sube y sube de manera infinita hasta perderse en las nubes del éxito. Suficiente nunca parece bastante, pero la insatisfacción es nociva y letal”, leemos en el libro.
Martí explica el mal trago que pasó el grupo cuando, después del éxito de Nuevos Tiempos (2005), rompieron su progresión ascendente de ventas de discos con la publicación de Cuando ya no quede nada (2007). Tuvo un buen recibimiento por parte de la crítica, pero no tenía “hits”. La situación generó un clima de tensión y desconfianza con su agencia de contratación (Artica) y su sello, Mushroom Pillow. “Os da miedo triunfar de verdad”, se les ha criticado más de una vez. “En realidad no se trata de miedo a triunfar. Nuestro miedo siempre ha sido a perder el control sobre nuestra música. A veces a los grupos se les pide que hagan determinadas cosas para promocionarse. Como hacer un playback, por poner un ejemplo. Por la misma razón, tampoco hemos querido caer en la esclavitud de estar siempre vendiéndonos en las redes sociales. Son cosas con las que no nos sentimos cómodos y nos generan cierto pudor. Y a veces se ha interpretado como que nos da miedo ser grandes”.
A veces, desde la industria se ve como una debilidad el hecho de que un grupo se mueva siguiendo instintos meramente artísticos, pero yo lo veo como todo lo contrario. Ellos te dicen: “Oye, sacad una canción como esa otra que hicisteis hace un tiempo y funcionó tan bien”. Pero un grupo como LHR no ha durado 26 años a base de coger atajos. Hemos conseguido mantenernos porque tenemos unos seguidores que nos siguen a corazón abierto y porque hemos hecho siempre lo que hemos querido. No hemos sido muy buenos compaginando arte y negocio, pero hemos sido honestos. Veo que ahora las nuevas generaciones tienen una ambición de la que carecían los grupos de nuestra época. Para nosotros, conseguir grabar en un estudio y editar un disco ya era increíble”.
“La vida tiene matices, y la música no se divide entre grupos mataos y bandas como Coldplay -añade el músico de L’Eliana-. Se puede ser profesional sin petarlo del todo y constantemente, como parece que nos marca el mercado y el capitalismo. Mi camino ha sido otro: he intentado tener un proyecto de vida y profesional sostenible”, concluye.
Pasados los peores momentos de la pandemia (esperemos), la agenda de La Habitación Roja se ha vuelto a llenar de compromisos. Actuarán en festivales como el FIB, el Low y el de Jardines de Viveros. Además, Canción de amor definitiva (disponible en librerías desde el pasado 10 de febrero) también será un disco. Es un proyecto en ciernes compuesto por 25 canciones; una por cada capítulo. “Es algo íntimo y muy bonito. Un disco sobre mi maravillosa historia de amor con mi mujer, mis hijas y la música”.