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Josefina Manresa, la guardiana del legado

20/02/2019 - 

VALÈNCIA. No siempre es cierto, no siempre detrás de un gran hombre hay una gran mujer. Sí lo fue en el caso de Josefina Manresa, esposa y viuda forzada de Miguel Hernández, el poeta al que dedicó toda su vida y cuyo legado sigue hoy más vigente que nunca. ¿Qué hubiera quedado del poeta sin Josefina? ¿Por qué su obra no ha sido defendida y ensalzada como debiera?

Josefina nació en el año 1916 en Quesada, provincia de Jaén. Era hija de un guardia civil que había sido destinado a este lugar. Sin embargo, toda la familia volvió a San Miguel de Salinas (Alicante) en 1927. Desde los 13 años y ya en Orihuela, Josefina empezará a trabajar como aprendiz en distintos talleres de costura y en una fábrica de seda. Durante los años 1928 y 1929 estudiará en el colegio de monjas de la Beneficencia. Sus padres pagan 5 pesetas mensuales por la formación de su hija. 

Josefina sería siempre definida por todos los biógrafos de Miguel como una mujer sencilla, muy católica, recatada y tradicional. En algunas de las cartas que recoge José María de la Torre en el volumen Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández (Ediciones de la Torre) Josefina contaría algunos detalles que dan buena cuenta de esta idea: “Era costumbre guardar lo mejor para el marido y a Miguel no le parecía nada bien eso”. Se refería, por supuesto, a su virginidad. Pero a Miguel le encandiló esa manera vitalista y alegre de enfrentarse a la vida. Solo con el tiempo y con las desgracias que fue acumulando, Josefina se volvió la mujer más triste y melancólica que conocemos todos por los libros. La superación de esa colección de muertes hizo de Josefina una mujer fuerte: al principio de la guerra, muere asesinado su padre; unos días después de su boda con Miguel, fallece su madre; en 1938 muere su primer hijo y, finalmente, por supuesto, la muerte cruel de Miguel en la prisión. 

La muerte inesperada de la madre obliga a Josefina a volver un mes después a Cox donde, ya embarazada, se queda con sus tres hermanas menores. Así se lo contaba Josefina a José Monleón en la revista Triunfo en 1974:

En Jaén estuve hasta el diecinueve de abril, en que yo regresé a Cox. Mi madre estaba muy enferma. Murió el veintidós y yo le mandé enseguida un telegrama a Miguel, que vino inmediatamente… […] Del mes y pico que estuvimos juntos en Jaén, me acuerdo que salíamos juntos muchas veces al campo y que Miguel se bañaba en una alberca que había allí. […] Yo me quedé aquí en Cox definitivamente. Aquí habíamos enterrado a mi madre, aquí tenía familia y el pueblo, muy tranquilo, le gustaba mucho a Miguel.

Aunque Josefina conoció a Miguel en 1933 no fue hasta 1934 cuando formalizaron un noviazgo que desembocó en boda en 1937. La relación entre el poeta y Josefina fue muy eminentemente epistolar, ya que vivieron muy poco tiempo juntos entre los viajes de Miguel por el mundo, su permanencia en el frente y después en la cárcel. Eso sí, no paso un día sin escribirle. 

El relato de Josefina siempre ha sido el relato de lo sutil, de lo pequeño y doméstico. Ella contó en muchas ocasiones la vergüenza que le daba no saber cocinar, cómo su abuela le enseñó a coser los bajos de los pantalones o por qué nunca pudo limpiar y borrar las manchas de la sangre y la pus que tenía Miguel en sus ropas, causadas por su tuberculosis. Muchas de estas anécdotas de las contó a su nuera Lucía Izquierdo en un libro que termina con esta frase:

Y así se fue Miguel al otro mundo: con todas sus ilusiones, con todos sus deseos, con toda su honradez y con toda su tristeza que solamente sé yo.

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