VALÈNCIA. No existe emoción más complicada de describir que el amor. Se me antoja imposible explicarla con las palabras adecuadas, sin caer en ninguna de las trampas habituales. Si alguien me pidiese que contara qué es para mí el amor, le pondría el primer disco de Julee Cruise. Sus canciones me dicen que el amor es como un estado de éxtasis que te empuja a adentrarte en un bosque en medio de la noche. Se suele identificar al amor con estados luminosos, con una alegría libre de incertidumbres, pero yo creo más en la visión del amor que impregnaba Blue Velvet y cada rincón de las dos primeras temporadas de Twin Peaks. Un trance hipnótico que de una manera suave, arrastra a las personas hacia lo desconocido. David Lynch veía así el amor, como un milagro cubierto de espinas, y así lo plasmó gracias también a Julee Cruise. Su voz se convirtió en un elemento imprescindible para dichos relatos audiovisuales.
Hace tan sólo unos días, Julee Cruise abandonó para siempre este mundo, dejándonos su voz de ángel perdido en las tinieblas. Parte de su testamento son esas fabulosas canciones que Lynch y Angelo Badalamenti escribieron para que la escucháramos decir “cuando dijiste tu nombre me prendí fuego y ardí / estoy flotando, el amor ha incendiado nuestros corazones”. Julee Cruise no necesita ir al cielo, ella era el cielo y sus canciones son una versión sombría del edén. En Cabeza borradora, Lynch ya introdujo un embrión de lo que años más tarde sería la figura de Cruise, la mujer del radiador que canturreaba una y otra vez “en el paraíso todo está bien, tú tienes tus cosas buenas y yo tengo las mías”. Cuando el amor pasa a ser una versión retorcida del paraíso tradicional, entonces Lynch es su agrimensor y Cruise, su sacerdotisa. “Mysteries of love”, etérea ensoñación del enamoramiento como experiencia carente de más lógica que la inherente a sí misma, se convirtió en uno de los momentos clave de Blue velvet y con ella, Julee Cruise pasó a ser un elemento imprescindible en el mundo lynchiano que habría de desarrollarse durante los años siguientes.
En 1983, This Mortal Coil grabaron ”Song to the siren”, composición de Tim Buckley que Elizabeth Fraser convirtió en una nueva clase de hechizo. Lynch la quería para Blue velvet, pero Dino de Laurentiis le comunicó que ya llevaban mucho dinero invertido en la película, por lo que le era imposible pagar la cantidad que se exigía por los derechos para poder usarla. Lynch habló entonces con Badalamenti, compositor de la banda sonora, y le pidió que escribiera una canción similar. Este no solamente compuso lo que le pidieron, sino que además recomendó a la cantante idónea para interpretarlas. Así fue como Julee Cruise pasó a ser una pieza más del enmarañado acertijo de Lynch.
La voz de Julee Cruise emanaba candor. Tenía aspecto de chica típicamente americana, de rubia universitaria, y Lynch la convirtió en portavoz de las adolescentes femeninas que, tanto en Blue velvet como en Twin Peaks, se debaten entre la inocencia y la pasión, que asisten aterradas a la revelación de los horrores de un mundo que parecía ajeno a la maldad y al caos. Su primer álbum, Floating into the night, incluye varios de los temas que suenan en Twin Peaks, además del inevitable “Mysteries of love”, un cancionero con letra de Lynch y música de Badalamenti, en el que la dulzura de los grupos vocales femeninos de los primeros años sesenta es revivida a la vez que contaminada. O quizá no, quizá ya estaba contaminada –no olvidemos aquella letra, aquel título que en 1962 cantaban The Crystals: “He hit me and it felt like a kiss”, él me pegó y fue como un beso- pero no sabíamos o no queríamos verlo. Lynch nos muestra el reverso del amor también a través de unas canciones que solamente podían tener sentido si eran cantadas por Julee Cruise.
En Floating into the night, enamorarse es sinónimo de flotar dentro de la noche, igual que un espectro perdido. Una canción se titula Flotando y otra, Yo floto sola, trazando una sensual deriva que caracteriza cada una de las canciones de esta obra maestra publicada en 1990. Tres años después hubo otro disco fruto de la relación creativa con Lynch y Badalamenti, The voice of love, pero no alcanzaba el estado de gracia de su predecesor. Además, su publicación coincidió con el final de la lynchmanía: la segunda temporada de Twin Peaks se cerraba de manera demasiado confusa y el estreno de Fire walk with me no ayudaba a desentrañar el galimatías. Una etapa había concluido y Julee Cruise se quedó flotando en medio de la noche, sola, vigilada por lechuzas que nunca han sido lo que parecen. Cuando en 1993 Cindy Wilson abandonó temporalmente los B-52's para criar a su hija, la elegida para sustituirla fue Cruise, que se fue de gira con el grupo.
Durante los años siguientes colaboraría con los artistas más diversos. De todos ellos, quizá el más afín a ese mundo turbulento que ella ya había sobrevolado fue Khan, músico electrónico del underground neoyorquino que construyó sus primeros álbumes en torno al homoerotismo más carnal. Cuando en la década de los 2000 surgió la electrónica de salón de estar, Cruise cantó en un disco de los alemanes Pluramon. Su último álbum lo hizo junto DJ Dmitry, que fue miembro original de Deee Lite. Nunca faltará quien le otorgue a Cruise el diploma de inspiradora de ese subgénero conocido como dreampop. Es cierto que la etiqueta le sienta como un guante. Pop de ensoñación, la canción como fantasía romántica, mostrando el camino hacia un territorio inexplorado del que nunca volveremos siendo los mismos, esa cosa fascinante y perversa llamada amor.