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CULTURA

Julio Bustamante, la juventud como estado mental 

Hablar de música popular en València es hablar de Bustamante. Catorce discos en una carrera de más de cuarenta años señalan la trayectoria de este artista de largo recorrido, autor de algunas de las canciones más bellas de nuestro pop, miembro de una familia en la que la música tradicionalmente lo fue casi todo

| 14/10/2022 | 14 min, 10 seg

VALÈNCIA. Le pregunto a Julio Balanzá (València, 1951) —que es el nombre que figura en el documento de identidad de a quien todo el mundo conoce como Julio Bustamante— si es un compositor de inspiración sencilla, fácil y fluida. Se lo digo porque tengo la sensación de que no necesita grandes viajes ni experiencias extremas para dar con material para sus canciones. De que le basta con observar la realidad desde el tranquilo barrio valenciano de Marxalenes, en el que reside desde hace dos décadas. Sosegadamente, desde la terraza de cualquier bar, como la que acoge esta charla, antes de un inoportuno chaparrón, me contesta que «es la vida la que ya te depara esas experiencias extremas».

 Al principio no termino de entenderlo, pero luego me lo explica: esta última no ha sido una época fácil para la gente de su entorno. Su hijo, el bajista Lucas Balanzá, quien forma parte de su banda, perdió a su madre. Su hermano, Puchi Balanzá (exbatería de Video, entre muchos otros proyectos), sufrió un aneurisma que a punto estuvo de mandarlo al otro barrio. Dice que vive de milagro. Su mánager, José Antonio Rivas 'Commandant', también ha estado estas últimas temporadas delicado de salud, entrando y saliendo del hospital. Pasa el tiempo y el cerco se estrecha. Quizá sea ley de vida, pero los casi dos años pandémicos no han llegado precisamente cargados de salud ni de buenas noticias para el planeta Bustamante. Aunque él se mantiene igual que siempre. Delgado, afable, sencillo y frugal en el vestir. Y jovial en espíritu. Creativamente inquieto y eternamente joven.

La vida es sueño

La excusa para nuestro encuentro es la publicación del artesanal Sueños emisarios (El Volcán, 2022), el álbum número catorce de su carrera y prácticamente el que coincide (lo rebasa en un año) con el cuarenta aniversario del inicio de su obra en solitario: cuatro décadas han pasado desde aquel emblemático Cambrers (Anec, 1981) que sentó los pilares del llamado pop mediterráneo, junto a los debuts de Remigi Palmero y Pep Laguarda. Los tres fueron el eslabón entre el rock progresivo, el folk y la cançó valenciana de los años setenta y la modernidad que auguraban aquellos ochenta de nueva ola, pospunk y pop electrónico.

Si no recuerdo mal, es la cuarta vez en los últimos dieciséis años que entrevisto a Bustamante, pero es en esta cuando más y mejor le he entendido, cuando más he empatizado a todos los niveles. Su filosofía vital puede parecer naïf, pero se antoja la opción más sensata en tiempos como los que vivimos. Resulta algo frustrante que siempre que hablamos de él lo hagamos reiteradamente en unos términos que, la mayoría de las veces, se quedan en la superficie, a veces directamente en el tópico: que si es como un eterno niño grande, que si la sencillez de la cotidianidad, que si esa mirada pura, hedonista y mediterránea de la vida es lo que le caracteriza… nada de eso es irreal, lo que ocurre es que hay una carga de profundidad, tanto en su obra como en su forma de manejarse por la vida, a la que solo se accede si se rasca un poco, poniendo las luces largas y escuchando con atención: «Vivimos en una sociedad esclavista, porque el norte sigue teniendo esclavizado al sur, porque no hemos salido aún del colonialismo, siempre con guerras para hacer grandes negocios, y este es un sistema que esclaviza a sus propios súbditos, un modo de vida que ha ido a más, y es triste», me suelta a bocajarro poco antes de reconocerme que su temprana opción de dedicarse en cuerpo y alma a la música, desde bien joven, fue para él «una forma de salirme de lo establecido, de salir del sistema todo lo que pudiera y de estar en contacto con ella porque es medicina pura: para el que la hace, para el que la escucha y para el que la baila; para todo el mundo». Ahí queda eso.

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¿Quién necesita ser práctico?

Todo esto surge a raíz de una de las canciones más significativas de su nuevo disco, Hombres prácticos, que habla literalmente de esos tipos que «hacen una compra enorme para toda la semana, llenan el depósito a tope y se incorporan luego a la autopista los sábados por la tarde, y el dilema sobre si sus vidas se llenan de sentido o no parece preocuparles poco, viendo cómo te miran cuando pasas a su lado». Eso dice su letra. Son esos tipos que van de duros y que miran con desdén, por encima del hombro, al resto de la humanidad. Su letra procede de un poema de Karmelo Iribarren, pero la podría haber firmado él, punto por punto y coma por coma: «Habla sobre esa gente que hace de menos a los demás, y de hecho le gusta mucho al hijo pequeño de unos amigos, quien dice que es así como los mayores miran a los niños, con ese desdén, y es también como los jóvenes miran a los mayores, añado yo», dice.

«yo no pienso en discos, pienso en canciones y no digo ''voy a hacer un disco así o asá'', lo que pasa es que luego todo se junta»

Por eso lo material tiene tan poco valor para Julio Bustamante. Por eso es la música, la escritura, lo poético, lo que nos quedará cuando ya no nos quede prácticamente nada de lo otro. Por eso le gusta decir que «no es oro todo lo que reluce, al revés: el oro puede ser una trampa mortal». Y por eso cuando le comento que hay una evidente merma en la valoración pública de todo conocimiento no aplicado a consecuencias prácticas —la Filosofía, por ejemplo, tan aparentemente inservible en este nuevo mundo–, me dice que son precisamente «la Filosofía y la espiritualidad» lo que acabará salvándonos, que son «lo que al final conservas», y que «cuanto antes lo sepamos, mejor». Y lanza un mensaje sobre nuestra propia estupidez como especie: «Hay gente que dice que vamos a matar el planeta. ¿Pero qué estáis diciendo, si el planeta se ha regenerado millones de veces? Con lo que vamos a acabar es con nuestra especie, porque los árboles están siempre, son como nuestros bisabuelos: sin ellos, no podríamos respirar; yo estoy al aire libre siempre que puedo, hasta que me mata el frío en invierno», afirma. ¿No es todo esto una filosofía vital de gran calado, más allá de las canciones, los artículos y los libros que ha escrito? ¿No es toda una declaración de principios que trasciende el arte? 

Pocos músicos en València despiertan mayor consenso que él. En la última década, el ritmo de sus reconocimientos se ha acelerado: premio de La Cartelera del diario Levante EMV (1998), premio de la Cartelera Turia (2014) y premio de honor de la música valenciana en 2020. Y sendos conciertos de homenaje, en 2011 en Barcelona y en 2012 en València; con Fred i Son, Doble Pletina o Joan Colomo en la primera cita o con Tórtel, Maronda, Néstor Mir o La Gran Alianza en la segunda. Músicos mucho más jóvenes, a veces incluso más que su propio hijo, que le han rendido tributo y que han colaborado en muchos de sus discos. «Me siento muy afortunado de haber participado con músicos mucho más jóvenes, y con el talento de Caio (Bellveser) y Xema (Fuertes), por ejemplo, en Maderita, porque podría no haber salido bien pero conectamos, y era muy liberador dejar de ser Julio Bustamante para pasar solo a formar parte de un grupo», comenta acerca de aquel proyecto, Maderita, junto a miembros de Ciudadano (también Jorge Pérez 'Tórtel'), que nos dejó el precioso disco Vivir para creer (El Volcán, 2010). «Siempre he estado muy abierto a todo lo que pasara», dice. Llegó a compatibilizar tres proyectos distintos hace una década, ya con 61 años. Pocos lo pueden decir. 

El jazz de Casa Balanzá

De hecho, si una cosa heredó Julio Bustamante de su padre fue el gusto por la música desde una perspectiva amplia. Porque si por algo destacó Antonio Balanzá (1924-1988) es por su papel como propagador del jazz en València. Fue el dueño de la céntrica Casa Balanzá, la histórica cafetería ubicada en la confluencia entre la calle Ribera, el paseo de Russafa y la plaza del Ayuntamiento, justo (en aquella época) enfrente de la cafetería Lauria, que había heredado a su vez de su padre, el abuelo de Julio. Pero, sobre todo, impulsó conciertos de jazz en la València de las décadas de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado. Tocaba la batería por afición y tenía una enorme colección de discos, muchos de ellos de pizarra, de la que sus tres hijos podían disfrutar en casa, en el séptimo piso del mismo edificio que albergaba aquel local de restauración que es recordado por varias generaciones. Los tres acabarían dedicándose a la música: también Tico, el mayor de ellos, a quien no habíamos nombrado, batería en varios grupos, técnico de sonido e integrante, junto a Julio y Remigi Palmero, de aquel inolvidable y efímero trío de principios de los ochenta que fue In Fraganti. 

Por eso lo material tiene tan poco valor para Julio Bustamante. Por eso es la música, la escritura, lo poético, lo que nos quedará cuando ya no nos quede prácticamente nada de lo otro. Por eso le gusta decir que «no es oro todo lo que reluce, al revés: el oro puede ser una trampa mortal». Y por eso cuando le comento que hay una evidente merma en la valoración pública de todo conocimiento no aplicado a consecuencias prácticas —la Filosofía, por ejemplo, tan aparentemente inservible en este nuevo mundo–, me dice que son precisamente «la Filosofía y la espiritualidad» lo que acabará salvándonos, que son «lo que al final conservas», y que «cuanto antes lo sepamos, mejor». Y lanza un mensaje sobre nuestra propia estupidez como especie: «Hay gente que dice que vamos a matar el planeta. ¿Pero qué estáis diciendo, si el planeta se ha regenerado millones de veces? Con lo que vamos a acabar es con nuestra especie, porque los árboles están siempre, son como nuestros bisabuelos: sin ellos, no podríamos respirar; yo estoy al aire libre siempre que puedo, hasta que me mata el frío en invierno», afirma. ¿No es todo esto una filosofía vital de gran calado, más allá de las canciones, los artículos y los libros que ha escrito? ¿No es toda una declaración de principios que trasciende el arte?

«Siempre me ha gustado todo tipo de música», comenta Julio, y lo cierto es que no cuesta nada creerle porque en sus discos se han dado cita el pop, el rock, el folk, la bossa nova y algunos efluvios de jazz, vehiculados en castellano, en valenciano y hasta (alguna vez) en francés. Lo que hace grande a Bustamante, en realidad, es eso: su estilo es el no estilo. O, mejor dicho, que su estilo es el 'bustamanterismo'. La RAE debería aceptar el término. El jazz siempre le ha gustado, aunque «no lo haya dominado». Y explica que siempre ha sido «muy del día a día, pese a que hayan pasado cuarenta años desde mi debut, aunque yo sí que sabía que me iba a dedicar a la música como forma de vida desde muy pronto». Me contesta eso cuando le pregunto si alguna vez se imaginó con más de setenta años viviendo de esto tan complicado. Al respecto, me comenta que «como una vez dijo Pessoa: ''ser poeta no es mi ambición, es una forma de que me dejen tranquilo''». Y se ríe, claro. 


Son las canciones, no los discos

«la música era una forma de salirme de lo establecido, de salir del sistema todo lo que pudiera»

También le pregunto cuáles son los discos de los que se siente más satisfecho. Su obra ha sido muy regular y constante, sin grandes altibajos. Pero hay cierto consenso en señalar Cambrers (Anec, 1981) y Entusiastas (Virgin/Chewaka, 1998) como sus dos mejores trabajos. Reconocidos ambos entre lo mejor de la música popular española de las últimas décadas por medios como Efe Eme o Rockdelux. Si esperas a que él te señale que está de acuerdo, pincharás en hueso: «No pienso en discos, pienso en canciones; yo no digo: ''voy a hacer un disco así o asá'', lo que pasa es que luego todo se junta, pero no tengo una idea tan clara como la que tiene la gente sobre mis discos», recalca. Digamos que Bustamante es más de canciones. Así que insistamos, de lo general a lo particular: ¿cuáles son sus favoritas? «Estoy más contento de canciones que de discos, de algunas como Sur del corazón, Mundo sereno, Hablando de Van Morrison o Avions, por ejemplo». ¿Son las que considera las mejores de su repertorio? «Sí que me he quedado alguna vez flasheado con canciones mías, como con las letras de Mundo sereno o Hablando de Van Morrison, que las escucho y me digo ''¿cómo coño he escrito yo esto?''». La clave se la dio el propio Van Morrison en esas dos canciones: «sin ningún tipo de prejuicio o de vergüenza me puse a imitarle, porque es que no hay otra: si no, me quedaba demasiado sofisticado». El músico valenciano siempre fue humilde, pero también realista. 

València no s’acaba mai

Julio Bustamante guarda una relación con València que no es precisamente de amor y odio. Es solo de ida, no de vuelta. Pocos cancioneros brindan más referencias a la ciudad de València y a sus barrios que el suyo. Y enlazando con la sonoridad del jazz que tanto le gustaba a su padre, y que bien puede ser transversal a cualquier música local como un acento propio, más que como un género, él también está de acuerdo con una cosa que me dijo hace meses Vicente Fabuel: que el músico valenciano tiene una liviandad especial, independientemente del género que practique. «El artista valenciano es muy creativo, le da un toque muy personal a todo lo que hace, lo que ocurre es que va por libre, es muy individualista», afirma. 

Tampoco ha tenido nunca dudas sobre dónde residir. Aunque vivió una temporada entre Madrid y València. «Desde que tuve claro que quería dedicarme a la música, también tuve claro que quería seguir viviendo en València: ya el tener aquí a mi hijo y a su madre eran razones suficientes, pero es que, además, me siento igual de valorado aquí que fuera, y estar en València forma parte de mi manera de vivir». Ante eso, no hay mucho más que añadir. La vieja maldición del profeta y su tierra, tan frecuente aquí, no va con él. Al menos, él no lo ve así. Y se muestra encantado de llevar ya veinte años en Marxalenes, justo desde que falleció su madre: «Vivía en el centro de la ciudad, pero me compré una casa aquí y me gusta porque está lleno de parques, de árboles, es tranquilo, está bien comunicado y hay gente llegada de todo el mundo: portugueses, andaluces, africanos, pakistaníes, hindúes, chinos… el mundo siempre ha crecido así, mezclando gente de todos los sitios». 

* Este artículo se publicó íntegramente en el número 96 (octubre 2022) de la revista Plaza

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