Algo más de diez años después de su muerte, se hace justicia con Anzo. Su obra cuelga en el IVAM. Para muchos va a significar una auténtica sorpresa descubrir cuánta modernidad fue capaz de crear entre 1967 y 1985 a través de sus aislamientos
Dice la voz popular que el tiempo pone a cada uno en su sitio. Es cierto, aunque para que eso suceda en algunos casos deba transcurrir más tiempo del esperado.
Muchos de los que durante los próximos meses acudan al IVAM para visitar la exposición dedicada a Anzo (José Iranzo Almonacid. 1931-2006) se van a llevar una inmensa sorpresa. También se preguntarán dónde estaba está obra, por qué ha tardado tanto tiempo en ser expuesta institucionalmente, cuál fue la causa para que durante tantos años nos hayamos perdido la oportunidad de recuperar a un artista de tanta pegada, coherencia y modernidad avanzada. Aunque sea un tópico, al fin se hace justicia con Anzo.
Conocí a Anzo de forma más cercana un 25 de junio de 1988. Ese día visité por primera vez su estudio. Me dedicó un catálogo de su exposición retrospectiva celebrada un año antes en la sala de exposiciones del Ayuntamiento de Valencia. En él estampó su firma, una dedicatoria y la fecha de nuestro encuentro. A partir de ahí mantuvimos una estrecha relación. Muchas horas y años de conversaciones, entrevistas, estrenos teatrales, regresos nocturnos desde el Principal y últimos paseos por el Jardín Botánico. Así fue hasta semanas antes de su muerte. Tuve la suerte de verlo pintar, pero no de crear esos aislamientos que lo llevaron a la cima y desarrolló cuando yo era todavía un adolescente o un aprendiz de periodista.
Por eso, reencontrarme ahora en el IVAM con toda esa obra que sólo conocí en su momento a través de libros y catálogos y algunos ejemplos físicos puntuales es un auténtico disfrute y una gran sorpresa hasta para mí.
“Aislamientos”, que es como así se ha titulado esta exposición retrospectiva muy bien diseñada y seleccionada por J. Ramón Escrivà, permite retroceder en el tiempo y repasar una etapa que discurre desde 1967 hasta 1985. Confirmará para otros tantos lo que alguien ya predijo en su día: “Anzo era un adelantado a su tiempo”. Pero en muchos aspectos. Desde el uso de materiales hasta el concepto en sí de la propia obra de arte o su mensaje: la máquina como elemento de globalización, alienación frente al trabajo; la soledad del hombre y su propio aislamiento intelectual y social hasta llegar a la soledad del ser humano en un mundo cada vez más mecánico, mecanizado e insolidario. Solitario.
Anzo, visto desde la perspectiva actual y el devenir del arte, no sólo fue un adelantado a su tiempo ni un perfeccionista como demostró entonces y más tarde en su etapa geométrica sino un artista que siempre defendía que lo suyo era pintar y no entrar en batallas mediocres e innecesarias que seguramente fueron las que le alejaron del ruido, el pasteleo y la ambición del simple éxito comercial. El mismo que en su día el galerista Leo Castelli le propuso. Él prefirió quedarse en casa y desarrollar su trabajo desde aquel sorprendente estudio de Xerea, hoy convertido en un complejo de apartamentos de alquiler pero desde el que profundizó en el arte a través de materiales inusuales en la época como fotolitos, aceros, plásticos, rodamientos o representaciones de circuitos integrales. Todo muy sobrio y conceptual, pero enérgico y único.
De personalidad discreta y serena, era amigo fiel de sus amigos. Siempre evitó esas envidias que quizás eclipsaron en cierto sentido su trabajo a favor de otras ligerezas y manipulaciones teóricas de quienes por entonces manejaban los entresijos del arte en un momento de auténtica renovación de la creación contemporánea valenciana a través de movimientos como Estampa Popular, de la que fue uno de sus impulsores, o sus paseos por el informalismo y el Pop Art. Hasta supo conducir con dignidad la humillación que para él supuso el traslado forzoso y por decisión política de una escultura monumental que creó para Alicante dedicada a la Libertad de Expresión -suyas fueron también las esculturas que durante año entregó la Unió de Periodistes como emblema de sus premios- y que se cambió de escenario caprichosamente con la entrada del nuevo gobierno conservador. Sin embargo, él ya había triunfado en muchos países gracias a su paso por las bienales de Venecia o Sao Paulo. No necesitaba más. Su obra ya había hablado por sí sola.
La exposición inaugurada en el IVAM ofrece más de medio centenar de grandes obras. También hay pequeñas, estudios, relecturas, películas documentales que explican conceptualmente muchas de esas ideas que anotaba en papeles sueltos y a veces dejaba leer o leía en voz alta.
Gran parte de su producción ha podido ahora ser recuperada gracias a la Fundación creada en su nombre, obras dispersas en el tiempo o en manos de coleccionistas. Han vuelto a las manos del entorno familiar y el grupo de amigos que velan modestamente por su memoria. La exposición permite recuperar a un gran artista que el tiempo podría haber dejando simplemente en el recuerdo de quienes le conocimos. Por fortuna ya no será así.
Repito. Va a ser para muchos una sorpresa. Además de un acto de justicia necesario. Sólo que llega diez años después de su despedida. De su aislamiento. Demasiado tiempo. Él nunca lo pidió, pero todos somos algo culpables de que ese gran reconocimiento no lo disfrutara plenamente en vida.
Al menos, sí es cierto que el tiempo pone a cada uno en su sitio. Y que la calidad, el rigor y la exigencia de un gran artista, cuando le llega el momento, es capaz de eclipsar tanta mediocridad que pese al ruido mediático o el interés espurio acaba pasando con el tiempo al olvido. Ya no será el caso. Colgadas en la Galería 7 del museo valenciano están las evidencias. Las verdaderas razones.