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LOS ESCRITORES Y SUS CIUDADES (V)

Karen Blixen en un perdido pueblo danés

30/08/2017 - 

VALÈNCIA. Es habitual asociar la figura de Hans Christian Andersen o del filósofo Søren Kierkegaard a Dinamarca. Ellos dos, junto a la menos conocida Karen Blixen, forman la tríada por excelencia de las letras danesas. Unas que vivieron su máximo esplendor en el año 2005 cuando se conmemoraron al mismo tiempo el segundo centenario del nacimiento de Andersen, el 150 aniversario del fallecimiento de Kierkegaard y el 120 del nacimiento de Karen Blixen. En esta última vamos a fijar nuestra atención y para ello, nos deberemos alejar un poco de Copenhaguen, capital danesa. Marcharemos hacia el norte, concretamente, a Rungsted. Allí nació la escritora Karen Blixen, hija de un militar y parlamentario que se suicidó tras no aceptar que padecía sífilis, una enfermedad que estigmatizaba a quienes la padecían alrededor de 1895, justo en los años que iban a separar el siglo XIX del XX. Whilhelm Dinesen dejó a su mujer, Ingeborg Westenholz, con cinco hijos. La economía familiar no era un problema y Karen pudo educarse en notables instituciones escolares suizas. Ya desde muy pequeña sintió un importante afecto por las artes, sobre todo, por la pintura y la literatura.

Un hogar roto

Esa casa en la que nació Blixen, ese hogar roto desde casi su misma inauguración, es ahora un precioso museo cerca del mar, repleto de árboles. Allí descasan los restos de Blixen y allí, por supuesto, es visita obligada el Karen Blixen Museet. Las noticias más antiguas que conocemos de Rungstedlund datan del año 1680, cuando era una posada con una granja adyacente. Allí acudieron algunos escritores daneses de la época como Johannes Ewald para curarse de ciertos males como la artritis. Aquí se inspiró y escribió algunos de sus poemas más conocidos como Las alegrías de Rungsted, un canto a la naturaleza más pura. Tras un período en el que Rungsted sobrevivió únicamente como granja y con fines agrícolas, en 1879 el padre de Karen Blixen compró la propiedad.

La casa privada de Karen Blixen está abierta al público. Las habitaciones están casi exactamente como Karen Blixen las dejó a su muerte en 1962: el mismo decorado e idéntico arreglo de sus preciadas flores dan buena cuenta de cómo sería su día a día en la casa. Algunos de los muebles provenían de la granja que tuvo en África. Su pasión por aquel continente llegó desde muy pequeña, cuando se enamoró de su primo Hans. Sus padres, sin embargo, quisieron que se casaran con el hermano de éste, el barón Bror Blixen-Finecke. Tras la boda emprendieron nueva vida en Kenia donde fundaron una plantación de café. Tras seis años de matrimonio y múltiples infidelidades por parte del barón que incluso le contagiaron la temida sífilis a Karen, se separaron. La escritora decidió quedarse en África. Justo ahí comenzó su particular historia de amor con todo un continente, lo que dio lugar a su obra más conocida, Memorias de África, que sería llevada al cine en el año 1986 con Robert Redford y Meryl Streep como protagonistas.

Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas de Ngong. El ecuador atravesaba aquellas tierras altas a un centenar de millas al norte, y la granja se asentaba a una altura de unos seis mil pies. Durante el día te sentías a una gran altitud, cerca del sol, las primeras horas de la mañana y las tardes eran límpidas y sosegadas, y las noches frías.

Memorias de África (1937)

Karen escribió aquel libro pero también los otros (Siete cuentos góticos o Cuentos de invierno) con el seudónimo de Isak Dinesen. En un pequeño habitáculo de la casa de Rungsted puede verse todavía una galería de retratos de Blixen en África. En el espacio contiguo, un comedor enorme con una chimenea en el centro, Blixen debutó en la radio. Corría el año 1938 y se convirtió en narradora de un programa en el que hablaba de cultura africana para la radio danesa. El periodista y escritor Karl Held Bjarnhof creó el espacio Aftenpassiar (algo así como “Conversaciones en la noche junto a la chimenea”); se trataba de escuchar la voz y reflexiones de la escritora con las historias que contaba y las entrevistas que concedía. 

El refugio y los amigos

Blixen volvió a la casa familiar tras la muerte de Finch Hatton, un cazador británico afincado en Kenia del que se enamoró perdidamente. Hatton falleció en un accidente de avión y tras no poder superar los problemas en la plantación de café que regentaba, Blixen decidió volver a esta mansión del siglo XVI al borde de un mar confuso. Allí viviría primero con su madre y después sola. Rungsted tiene 14 acres, es decir, alrededor de 57.000 kilómetros cuadrados. Una de sus particularidades es su santuario de aves, una suerte de reserva natural a la que llegan aves migratorias en su camino a Escandinavia.

Una de las visitas más recordadas a esta casa fue la de Truman Capote. En Música para camaleones recuerda que Karen era “una auténtica seductora, una seductora por conversación. ¡Ah!, qué fascinante era, sentada a la chimenea de su preciosa casa, en un pueblo danés al lado del mar...”. Allí decía que Blixen pesaba como una pluma. Era cierto, apenas 35 kilos sostenían el cuerpo de la baronesa que había pasado por un cáncer de estómago.

El tiempo ha refinado a esta leyenda que ha vivido las aventuras de un hombre con nervios de acero: ha matado leones que embestían y búfalos enfurecidos, ha trabajado en una granja africana, ha sobrevolado el Kilimanjaro en los primeros aviones, tan peligrosos, ha curado a los masai.

Contaba Capote que en aquella época, Karen se alimentaba a base de fresas y champán. Cuando visitó Nueva York en 1959, cenó con la novelista Carson McCullers y le pidió como gran deseo que le presentara a Marilyn Monroe. La estrella del cine acudió con Arthur Miller y la foto quedará para la posteridad.

Marilyn Monroe y Karen Blixen (Foto: Karen Blixen)
Otro escritor, Javier Marías, explicaba en su libro Vidas escritas que a Karen Blixen le gustaba tratar con cierta crueldad a una de sus parejas, el poeta Thorkild Bjornvig. Una noches, después de una estupenda cena, Karen se ausentó un momento y volvió con un revólver, lo levantó y apuntó con él a la cabeza del poeta que, lejos de tener miedo, se fascinó con la iniciativa de Blixen.

Otra de las manías o particularidades de la autora tenía que ver con su querida África. Dicen que cada noche, antes de irse a la cama, paseaba por algunas habitaciones de la casa y abría la puerta que daba al sur, hacia África. Volvía a salón para ver la galería de imágenes y los objetos que habían sido esenciales en su estancia en África: cofres, lanzas, escudos... Detrás de la casa y como broche final a esta visita hay un enorme árbol, una haya concretamente. A sus pies reposan los restos de “la hermana leona”, como le llamaban sus amigos, los aborígenes africanos.


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