Como cada Navidad y con independencia de la afinidad, severidad o cumplimiento de la ortodoxia religiosa, unos y otros cantaremos villancicos, brindaremos por estar y honraremos al ausente, sufriremos sin los hielos, y entraremos en las tiendas a comprar algún juguete. Dicen los expertos que este año en el sector -el sector de los juguetes, por supuesto- hay quienes esperan un alza de dos puntos respecto a las ventas del pasado año. Muchos catalogan el fenómeno del kidult como clave en la tendencia al alza de las ventas. "¿Alguien sabe qué es un kidult?", preguntaba el otro día en una mesa. Nadie supo responder y, en el fondo, todos poseíamos los requisitos para serlo.
Kidult -término resultante de la combinación de niño (kid) y adulto (adult)- se corresponde con un cliente -principalmente varón- perteneciente a la Generación X (nacidos entre 1969 y 1980), que más allá de los 18 años sigue comprando juguetes -evidentemente orientados al propio goce- y cuyo consumo representa para algunas empresas jugueteras hasta el 25% de su facturación. A pesar de que su aparición coincide con la madurez de los Xistas, el kidult no tiene por qué haber superado la barrera de los 40 y el adulto over 18 puede ser considerado kidult si persigue como otros la figura Lego de Darth Vader o el conjunto Aston Martin de Playmobil. Los hay que justifican su comportamiento en base a una mayor independencia y naturalidad en su conducta. Los hay que consideran a estos tipos como ejemplos del rebelde ante lo ignoto del futuro. Dicen que son libres, rupturistas y con miedo a envejecer, pero el hecho -y esto es lo importante- es que el kidult es un adulto con comportamiento infantil.
No verás a ninguno desmadrarse como un Gremlin, ni tampoco ensuciarse la camisa cuando come chocolate, pero no podemos ignorar que este fenómeno se expande más allá de los parámetros correspondientes a los consumos de juguetes, que actualmente vivimos con personas que aparentan ser adultos y que obran como niños, que si la población de veinte a cincuenta y cuatro años suma veinticuatro millones y medio de personas en España, el fenómeno del kidult en su aspecto societal puede haber dejado de ser gracioso o anecdótico, y que si la industria del juguete lo agradece, el que vive -y convive- con un kidult ha sufrido o sufrirá en algún momento las consecuencias de tratar a un niño de tamaño XL.
Tanto niños como kidults no manejan los conceptos, se resguardan en los hechos y confunden la verdad con la mentira y viceversa. Ni lo bello, ni lo ético, ni lo culto forman parte de su esquema racional. No hay cultura, ni belleza, ni ética, sólo imposición o argumento intencionado. El sí es no y el no es sí, y tanto el uno como el otro son las dos opciones que ambos reconocen porque ambos son maniqueos, y uno es bueno o malo en función de lo que han decidido que así sea, y el respeto es sólo una opción, pero lo es igual o menos válida que la agresión, porque el kidult no respeta al otro, no discute, sólo grita, insulta o se vale del instinto más atávico para imponer su parecer, y además no lo hace tanto para establecer su propio criterio sino por la necesidad de humillar al adversario. No asimila la derrota, igual que no asimila la victoria, se empecina en demostrar al mundo que él es víctima y jamás verdugo, siempre desde una hipótesis no conceptual. Todo es intuitivo para el niño: el placer, la herida, el amigo, el enemigo, lo bueno, lo malo, el ladrón, el asesino, el superior o el inferior, el subyugado, el que ejecuta, el gracioso, inteligente o aburrido, el nihilista transversal o el hacedor. Todo es virtual y relativo, y lo ético no es tal, pues no existen los principios, ni lo bello está basado en un canon, ni lo culto que es quimera, porque no hay kidult inculto, como mucho acultural. Nunca ejercen la autocrítica, se reafirman en el grupo y se muestran orgullosos o inseguros (blanco o negro, bueno o malo) más allá de lo que no se identifica como suyo, "yo soy yo y también los otros", nunca una persona en sociedad, la comunidad es accesoria, como ocurre con el loco o el sociópata. El deseo constituye la única meta del infante y lo que odia o no le gusta lo desecha, para qué, ni siquiera es necesario dar motivos, hasta nunca. Milan Kundera decía que "los niños no son el futuro porque algún día vayan a ser mayores, sino porque la humanidad se acercará cada vez más a ellos".
Las empresas jugueteras comenzaron a apostar por el fenómeno del kidult a través de lo que el cursi llama mercadotecnia. Según ellos -los factótums del mercado- este actor se interesa por artículos que le recuerdan a su niñez, y de ahí las estrategias de la empresa que recurren normalmente a la nostalgia para conectar con los impulsos del cliente.
En el ámbito social, el kidult es igual de respaldado, ayudado o promocionado que su homólogo el consumidor, y lo es mientras que él mismo no se revele como el malo o el macarra, que hasta que alguien no resulte herido todo es positivo para el que haya de arreglarlo, que los kidult se entretienen entre ellos, que se aman, se pelean y se dicen cuatro cosas que no implica más que a ellos. Para rebelarse contra el padre -dijo Freud- hacen falta todavía algunos años, mientras tanto los que viven por encima de los kidult -profesor y encauzador según Foucault, o poder público en la mayoría de los casos- se entretienen con el circo.