El escritor catalán participará el próximo 21 de diciembre en el ciclo de charlas sobre literatura y cultura pop que se celebra en la sala Martín y Soler del Palau de la Música de València. En esta conversación previa con Culturplaza, hemos hablado con Amat del oficio maratoniano de la novela, de política y clases sociales y, sobre todo, de su quinta y última novela, Antes del Huracán (Anagrama, 2018).
VALÈNCIA. “Es un mundo regido por la aleatoriedad, rodeado de vacío. Crueldad y violencia. Donde nada significa nada y los inocentes son aplastados. En un mundo así, solo puedes beber y enloquecer”. Al habla Curro, protagonista de Antes del Huracán (Anagrama, 2018). La quinta y última novela de Kiko Amat avanza desde dos líneas temporales (el presente y el pasado lejano) hacia un punto de colisión central; el momento en que una persona franquea definitivamente el umbral que separa la cordura de la locura. El punto misterioso en que una persona se rompe por dentro y se queda ahí instalada para siempre.
El escritor catalán trabaja con el fecundo material narrativo de la locura, pero su protagonista no se inscribe en la tradición de detectives frenopáticos al estilo de Los renglones torcidos de Dios o de comedias esperpénticas como El laberinto de las aceitunas. En Antes del Huracán hay tristeza, y risas, e incluso suspense. Pero estamos hablando de Kiko Amat, de modo que esto es, ante todo, una novela política. Sus 420 páginas transcurren en un barrio del extrarradio barcelonés. Estamos en Sant Boi del Llobregat, el lugar donde transcurrió la infancia del autor. Y de lo que nos habla no es tanto de los mecanismos internos de la bipolaridad y la esquizofrenia como del enclaustramiento literal y simbólico de la clase obrera dentro del aparato social.
- Vienes a Valencia a hablar de literatura y de pop. Pero, paradójicamente, tu última novela es la menos pop de todas las que has escrito hasta la fecha. Te desprendes, por ejemplo, de las referencias musicales y culturales. La historia de Antes del Huracán requería otras herramientas.
- Que se me asocie siempre a la cultura pop es una fortuna y una maldición al mismo tiempo. En mi educación hubo una vertiente muy importante callejera y oral, y otra muy pegada a ella que era tribal y subcultural. Otro pilar fundamental fueron los comic-books, sobre todo hasta los 22 años, que es cuando me puse a leer en serio. En otras palabras, la cultura pop fue mi instituto, mi universidad incluso, pero uno no se queda a vivir en la universidad. Abandoné la tribu hace muchos años. He trascendido lo subcultural, y mi ambición va hacia otro sitio en estos momentos.
- ¿Hacia dónde?
- Digamos que he ido pasando de curso, pero no he querido perder esa urgencia primaria. Mi motor sigue siendo la ira y el resentimiento social, mezclado con una vertiente cómica de humor triste. La diferencia es que ahora he ampliado metas, vocabulario y campos de visión. Mi primera novela la escribí con cuatro muelles y palas de juguete, como las que utilizan los niños en la arena. No tenía nada. Aprendí en público, como decía Paul Weller. Pero tuve la fortuna de que, debido a cuestiones relacionadas con mi extracción social y a mi exótico currículum, no publiqué hasta los 36 años. De modo que no se me vieron las costuras que sí se le ven a un tío que empieza a publicar a los veintipocos años.
- Escribir no deja de ser un arte, pero exige mucho oficio.
- El ingenio y el talento deben ser el motor primordial del escritor, pero no es suficiente. Hay una parte inevitablemente técnica. En cualquier caso, siempre preferiré a un escritor impreciso y con herramientas rudimentarias, pero lleno de rabia y energía, que a uno de técnica perfecta, pero cuyas vivencias no me dicen nada. Detesto a los escritores estilistas, buenos observadores y muy dados a las florituras, pero que carecen de violencia. Esos nunca me han interesado nada.
- ¿Qué opinión te merecen entonces los talleres de escritura creativa?
- Me enfrento con reservas a los talleres de escritura. Es encomiable que la gente quiera obtener recursos, pero hay cosas que no se pueden enseñar. En Estados Unidos hay talleres con profesores de una talla que habría que ser un erizo de mar para no sacar algo en claro de ellos. Pero hay trampa implícita en el proceso. Un escritor de la medianía, incluso con el mejor profesor limando sus aristas, nunca pasará de tener una técnica y apariencia dignas. Pero la ira, ésa que tienen mis autores predilectos, no se puede impostar. Ya sabes, el típico escritor de clase media que va de maldito y se sumerge en los infiernos de la heroína… Nadie te puede enseñar de dónde sacar las historias. Y, lo siento, pero tampoco todas las vidas son novelables. Lo confesional no es válido en sí mismo. Me preguntan mucho por la primera persona [Amat es codirector del festival Primera Persona, cuyo eje temático son los creadores que basan su obra en su propia experiencia vital], pero resulta que hay algunas que me interesan, y otras me hacen salir huyendo. No todas las vidas son susceptibles de ser épicas. No funciona así.
- Hablemos de Antes del Huracán. Conocemos a Curro, el protagonista, desde dos ángulos distintos. El de su infancia, que nos lleva al pasado, y el de su día a día en un manicomio, un par de décadas después. Es un niño “raro”, con tics, fobias y problemas de adaptabilidad social, que se cría en una familia donde no encuentra asideros emocionales, económicos ni culturales. Parece gravitar la pregunta sobre si son realmente los factores epigenéticos -y más concretamente los relacionados con el extracto social- los que le abocan finalmente a la locura.
- Algunos de mis libros estaban llenos de certezas, pero quería que este fuese un libro de preguntas. Curro se mueve todo el tiempo entre la duda de si es una persona triste porque nació así, o si “le hicieron” así… La locura en su caso es el resultado de otras locuras previas: el miedo, la tristeza, las telarañas de mentiras, la sucesión de errores de los que nadie le rescata. Pero, al mismo tiempo, en la novela entiendes también a los personajes negativos, como el padre y la madre, porque son víctimas de las circunstancias. Es obvio que la lectura de cualquier obra tiene que hacerse desde la mirada de clase, y esta no es una excepción. Pero todavía hay mucha gente que considera que hablar de clase social es de mala educación. Crea más incomodidad que subirte a la mesa de la fiesta y pedorrear en el ponche. Se suele cambiar de tema casi al momento, o hacen mofa de ello, como si fuera una excentricidad de anarquista loco.
- Es curioso que el colegio donde transcurrió la infancia de Curro y el manicomio donde acaba encerrado -y donde también terminó sus días su abuelo-, estén solo separados por una verja. Resulta un juego especular que funciona muy bien literariamente. Y además parecer profundizar en esa idea de callejón sin salida sobre las dificultades de escapar a tu destino, dependiendo de las circunstancias en las que hayas nacido.
- Sí, pero la realidad es que, en mi pueblo, el colegio estaba separado del manicomio y el cementerio por un callejón de barro el cementerio. Junto a un descampado gigantesco. Mi madre trabajaba en el un pabellón del manicomio, y saludaba desde la ventana a mi hermana mayor cuando estaba en el patio (ríe).
- Hay que decir que evitas barnizar la imagen de los barrios obreros con una pátina de nobleza y solidaridad de clase sin grietas. El retrato es más complejo. El que trabaja de peón mira mal al vecino que tiene una droguería, por poner un ejemplo.
- Me interesaba mucho más hablar de esos micro-odios entre pobres, que sobre la lucha entre pobres y ricos. Es una tragedia, pero es así: normalmente atacas a tu competidor más cercano. Me irrita la mirada purista sobre las clases populares. Esa forma de verla como un mundo noblote de trabajadores que siempre se ayudan entre sí. Me he cansado de esos discursos, que suelen venir de una clase media bienintencionada. El desamparo inherente a los de abajo empeora muchas cosas. No hay cojín alguno. No hay red. Es el salvaje oeste. A mí me interesa más, por ejemplo, saber qué le pasa por la cabeza al esquirol para no querer responder ante una injusticia. En esta novela he querido retratar también esa rabia inane de escalera de vecinos. Esas microescaleras absurdas dentro de la clase existen, por estúpidas y autoerigidas que sean.
- Tiene que quedar claro que este es un libro donde también te ríes mucho. Especialmente con la relación de Curro con su “mayordomo” dentro de la institución mental. Es curioso que, en su delirio, que no deja de ser un mecanismo de defensa, el protagonista fabula ser un aristócrata de maneras elegantes y verbo erudito.
- Bueno es que el orgullo de clase tiene mucho de hacer del defecto virtud. Porque es un lugar en el que nadie quiere quedarse. En cuanto tienes la oportunidad, pones los pies en polvorosa. Solo se llenan la boca hablando del gueto los que no lo han vivido. El hecho de que Curro, en su delirio, se convierta en una especie de baronete inglés con mayordomo, es un guiño a Wodehouse, uno de mis autores preferidos.
- Siguiendo con los símiles de la locura… ¿Podría ser la novela un bosque en el que es fácil perderse y no saber encontrar el camino de vuelta?
- Hay mucho ingenio menor en Twitter, y es relativamente fácil encontrar artículos vigorosos, bien construidos, con fondo. Pero escribir una novela requiere un arrojo, una disciplina, un estado mental y una regularidad que no tiene nada que ver con escribir artículos o poemas. Es un lugar de completa incerteza, al que solo puedes enfrentarte con disciplina férrea. Yo escribo cinco horas al día, seis días a la semana. Esté inspirado o no; me duela la cabeza o no. Y no hay reacción inmediata. Son años en los que nadie te dice si mola lo que estás haciendo o no. Es una ocupación que requiere un tipo de estamina y voluntad, mezclada con una humildad muy bizarra y al mismo tiempo una seguridad en ti mismo también delirante. Es el trabajo más solitario que hay, junto con el de farero y pastor de ovejas.
- En tu caso, ¿evolucionar como escritor ha tenido más que ver con acertar más rápido, o con tener más agallas para destruir mucho de lo que escribes?
- Llega un momento en que sabes que casi todo lo que escribas durante los primeros cinco meses será una mierda. Sabes que vas a tirar el setenta por ciento de lo que has hecho, y aun así seguirás adelante. Escribir una novela es hacer mierda y mierda hasta el día en que empiezas a vislumbrar que una de las voces destaca y puede llevarte al buen camino. Lo importante es avanzar. Ya no me preocupa tanto destruir como encontrar un ritmo y una voz. Annie Dillard, que es una autora que me gusta mucho, habla del proceso de escritura de una novela como alguien que se está haciendo una casa y tiene que echar abajo pilares. Llega un día en que te das cuenta con terror de que la pared que tienes que derribar es la pared maestra, aquella razón por la que empezaste el libro en primer lugar. Esto me pasó en Antes del Huracán. Tuve que tirar casi todo. Pero uno de los signos de que has madurado como escritor es cuando te das cuenta de que aceptas esa “tragedia” con gran rapidez. Ahora solo necesito un par de mañanas para darme cuenta. Antes podía pasarme dos meses torturándome.
- Estás preparando tu sexta novela. ¿Algo que puedas adelantar?-- Tenía una espina clavada hace tiempo, y es el hecho de que, aunque mis personajes siempre son antihéroes, seres imperfectos, en realidad siempre los dejo en el lado bueno de la verja. En mis libros acabarías salvando incluso a los personajes más negativos. Pero en esta nueva novela, que ya estoy acabando, he decidido cambiar. He querido meterme en la cabeza de los malos de verdad. Y ha resultado ser increíblemente fácil. Si eres alguien de mi catadura, con traumas irresolubles y muchos golpes por devolver, es fácil deslizarte hacia la revancha por las cosas que te han hecho y te han sucedido en la vida. ¡Me lo estoy pasando en grande!.