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el callejero

Kim, una joven ucraniana que quiere vivir de sus viajes

Foto: KIKE TABERNER
5/05/2024 - 

Seis chicas están sentadas en unas banquetas frente a una mesa alta. Delante tienen una copa de vino que les ha soltado la lengua. Es un lunes cualquiera y este grupo de amigas ha decidido irse de cata a la Bodega Ruzafa, donde les atiende una chica con acento del este. Es Kim Chemeryk, una joven de rostro aniñado que les rellena las copas y las deja, algo achispadas, seguir con una conversación subida de tono. Al rato llega Jairo Calpe, que es su marido y carga con una jaula con un conejo dentro. La pareja tiene dos en casa: una se llama Coco y la otra Chanel.

La bodega es un trabajo temporal para ellos. Kim y Jairo planean acabar viviendo de su cuenta de Instagram (@jairokim_travel), que ya va por casi medio millón de seguidores. Su fuerte, los viajes en pareja. Ellos, con aire de modelos, vestidos conjuntados, todo perfecto, todo bonito, venden su imagen para hoteles y algunas marcas. Y sueñan ya con un futuro no muy lejano en el que partirán su vida entre Dubái, donde harían los negocios y los contactos importantes, y Bali, donde se echarían a la bartola, entre viaje y viaje, a disfrutar de su vida de ensueño.

Kim solo tiene 21 años, pero ya lleva seis viviendo fuera de casa. Desde adolescente fue una mujer echada para adelante que dejó su país, Ucrania, antes de intuir siquiera que vivían bajo la amenaza de una guerra con Rusia. Sus padres les inculcaron a ella y a su hermano, dos años menor, que la Tierra es muy grande. “Todos los padres tienen sus prioridades, y la de los míos era que viéramos mundo. Por eso siempre hemos hecho grandes viajes a lugares exóticos y remotos como Isla Mauricio, Fiji, Bora Bora, Costa Rica… Casi siempre a destinos de playa porque a mi madre le encanta el mar”.

Foto: KIKE TABERNER

Hace unos pocos años, en plena pandemia, buscaron un respiro en Ibiza. Kim subió una historia a Instagram, puso la ubicación y le salió a Jairo. Al valenciano, que ahora tiene 33 años, doce más que ella, le gustó lo que vio y le escribió por privado. Antes se ligaba en los bares. Ahora, en las redes sociales. Ella volaba al día siguiente y no suele quedar con el primero que llama a su puerta, así que le dio largas. En aquel momento, Kim ya vivía en València. Antes, con 15 años, esta joven rubia con un aire élfico dejó Rivne, al oeste de Ucrania, una ciudad media en la que también nació Serguei Lishchuk, aquel pívot que ganó dos veces la EuroCup con el Valencia Basket, y se marchó a Houston (Texas).

València, un refugio durante la guerra

Estados Unidos le gustó, pero aquella adolescente no supo cuidar la alimentación, se dejó llevar por la comida basura que puedes conseguir por todas partes y engordó 20 kilos. Houston, tenemos un problema. Por eso, en cuanto acabó la high school salió corriendo de Texas y se fue a vivir y a estudiar Turismo a València, en la Universidad Europea. Un poco antes, su padre empezó a olerse que las tensas relaciones con Rusia podían acabar con los misiles sobrevolando el cielo del este de Europa, y se dedicó a buscar un lugar, un país, donde huir si estallaba la guerra. Ese lugar, después de sopesar Barcelona, fue València, donde ese hombre dedicado a la banca compró un piso que, antes que refugio, se convirtió en el hogar de esta joven estudiante de Turismo en el tercer país de su vida.

Después de ese verano en Ibiza, ya en la ciudad, Jairo volvió a escribirle a Kim. Una noche le contó que estaba con unos amigos en Mya, la discoteca que hay en la Ciudad de las Artes y las Ciencias, por si le apetecía pasarse. Casualmente, la joven ucraniana estaba unos metros más arriba, en Umbracle, así que bajó y se conocieron. “Él siempre cuenta que se enamoró a primera vista, pero yo no soy así, yo no me enamoro tan rápido”, recuerda Kim.

Jairo es la tercera generación de una familia, los Calpe, que siempre se ha dedicado a la distribución de vinos por la Comunitat Valenciana. El primero, el que abrió el negocio, fue el abuelo, Pepito Calpe, luego vino Enrique y ahora, Jairo, que espera heredar la empresa cuando su padre se jubile dentro de un par de años. Hace cinco, por salirse de los dominios de su padre, que le vende vino a los restaurantes de Quique Dacosta, Ricard Camarena, Civera o Duna, el heredero decidió abrir una pequeña bodega en la calle Cádiz, en el corazón de la bulliciosa Ruzafa, para diversificar el negocio. Allí, donde antes había una casa de comidas para llevar, Jairo abrió Bodega Ruzafa en 2019, justo antes de la pandemia y justo antes de casarse con Kim.

No perdió tiempo el valenciano, que vio que su novia tenía que volver a Ucrania a renovar su pasaporte e hincó la rodilla. “Se iba el 2 de noviembre y el 1 le pedí matrimonio. Cuando me enteré que tenía que irse, me fui a la Joyería Rabat, en la calle Colón, compré un anillo, hablé con mis padres, lo preparé todo bonito en la Albufera y le pregunté si quería casarse conmigo”. Kim se ríe al recordarlo y añade: “Es que él y su familia son muy religiosos”. 

Tres meses antes de que estallara la guerra, se casaron en Ucrania, y dos más tarde, otra boda, ahora en España. “Un poco más y no nos hubiéramos podido casar allí”, celebra Kim, que tiene media familia, la paterna, en Ucrania, y la otra media, la materna, en Rusia. Total, que se conocieron en agosto de 2021, Jairo le pidió matrimonio en noviembre y se casaron en diciembre o enero.

A Kim le gusta hablar y contar su vida. Jairo es más reservado y solo quiere contar cosas relacionadas con su negocio. A la segunda pregunta de la entrevista, ha cortado la conversación para saber si podía volver el fotógrafo y hacerle unas fotos con las clientas. Un rato después, impaciente ante tanta cháchara, pregunta cuántos folios va a tener el reportaje. Y cuando él se tiene que ir a atender a las seis chicas que hay en la bodega, al ver que su mujer, que está de espaldas, no para de contar cosas, le hace un gesto, mirándole al espejo que tiene delante, como si se cortara el cuello para que se calle. 

En cuanto puede vuelve y se pone a hablar por encima de Kim: “Aquí organizamos eventos privados y esto funciona como un club enófilo. Los socios tienen algunos beneficios, como visitas a las bodegas. En cinco años he conseguido 2.400 clientes”. Luego contará, orgulloso, que durante la pandemia, en ese tramo de la calle Cádiz, solo abrían él, un supermercado y la farmacia. “También hacía catas online y la gente se conectaba a la videollamada en pijama para probar los vinos. Fue muy divertido”.

Los padres huyeron de Ucrania

Jairo estudió Administración y Finanzas, y Comercio Exterior y Marketing. Él cuenta que se ha dedicado a expandir la empresa de su padre y durante la conversación, por un comentario de Kim, se deduce que tiene otros negocios. Él es más desconfiado y duda, incluso, si contar que antes de cumplir los 18 años ya probaba los vinos. Como si no hubiera chavales haciendo botellón con 16 o 17 años. Ahora es todo un sumiller que, solo en la bodega, conoce y trabaja con cerca de 150 referencias.

Cuando empezó la guerra, la madre de Kim se vino a València. Poco después, su padre pudo escapar de Ucrania y empezó a comprar plantas bajas en la ciudad para hacer apartamentos turísticos. “Compra un local donde no hay nada, hace una vivienda y la alquila. Tiene varios por zonas diferentes. Es una inversión y en unos años espera vivir de esto. Mientras, mi hermano, que es más pequeño que yo, pero que es muy inteligente, le ayuda”.

Una de las primeras decisiones que tomó este matrimonio fue potenciar una cuenta en común, de pareja, en detrimento de las particulares. Después de un par de fotos con coches de lujo, su primer post juntos es del 18 de febrero de 2022. “Empecemos… nuestros mejores recuerdos del viaje a Formentera”, un breve reel donde ya comienzan a salir vestidos a juego. Apenas 800 likes, una cifra que se multiplica por diez en un par de años, cuando ya tienen detrás una comunidad de 476.000 seguidores que es la que les permite pensar en vivir de la cuenta de Instagram. “Él tenía miedo al principio. Su mentalidad le hacía tenerlo todo más cerrado porque tenía miedo de que la gente pudiera interponerse entre nosotros. Hay muchas parejas que se rompen por las redes sociales. Pero confiamos el uno en el otro y es bonito hacer esto juntos. Esto te puede abrir muchas puertas y en España no hay mucha competencia con cuentas de parejas”.

Ella siempre tuvo gusto para hacer las fotos, editarlas y subirlas. La ciencia del community manager. Su primer viaje fue la luna de miel: un recorrido por Dubái y las islas Seychelles. El primero de trabajo les llevó hasta Bali y Kuala Lumpur. Kim empieza a contar que les tocó ir por Singapur por un problema con su visado, pero entonces él vuelve a cortarle. “No hace falta que cuentes tanto…”.

La conversación se complica un poco porque Jairo ha ido y ha llevado a la mesa de las chicas unos ‘gintonics’. Al segundo trago se han puesto a hablar a gritos y Kim tiene que subir la voz para explicar cómo plantean el negocio de los viajes. “Medio año antes, pensamos el destino y empezamos a hablar con los hoteles para ver si quieren colaborar. Si es un hotel muy lujoso ya entendemos que basta con un intercambio de estancia por contenido, pero si no lo es tanto, ya podemos pedirles dinero. A veces también nos contactan ellos. Es más complejo que ir a un sitio y hacer una foto bonita. La gente solo ve eso, pero haces 200 o 300 fotos, a veces con la ayuda de un dron, y le enviamos al hotel un contenido con todo montado”.

Su último viaje les llevó por un Nueva York helado, Miami, Costa Rica y Tulum, en México. Casi un mes fuera de casa. Luego, además de los viajes, está una categoría menor que ellos llaman escapada, como la que hicieron hace unos días a Marbella y Sevilla, a la Feria de Abril. El próximo viaje será a Polsitano y la costa Amalfitana. Con tanto trajín, cuesta imaginar que puedan mantener abierta la bodega. Entonces cuentan que la familia de Jairo les ayuda y que cuando están fuera abren solo los viernes y los sábados. A cambio, no pueden moverse de València ni en Fallas ni en Navidad. 

Jairo duda entre abrir más bodegas por otros barrios o dejar esta en manos de alguien de confianza y lanzarse a explotar los viajes. “La hostelería te ata mucho”, advierte Jairo, que además de empresario es sumiller. Y ella apostilla: “La bodega te da estabilidad, pero tiene unas limitaciones. El negocio de los viajes es ilimitado, y lo más importante es conseguir libertad financiera y libertad de localización, vivir donde quieras”.

Las chicas están brindando y riéndose a carcajadas. Jairo acaba con la entrevista en cuanto puede y Kim simplemente encoge los hombros. Tienen que atender el negocio. Que viajar está muy bien, pero hoy tienen que agasajar a seis mujeres con ganas de beber y pasarlo bien.

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