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SILLÓN OREJERO

'Krazy Kat', metáforas de amor prohibido y racismo en el cómic más influyente del siglo XX

Su creador, George Herriman, era mulato y fingió ser blanco toda su vida. Utilizaba sombrero incluso en interiores para ocultar el color de su piel, de lo contrario, difícilmente habría publicado con William Randolph Hearst, que estaba enamorado de sus dibujos. Krazy Kat trataba de un perro, un gato y un ratón, pero tenía muchas más lecturas, un punto anarquista del ratón, otro de tierno masoquismo del gato enamorado de él y un perro que protegía siempre al gato, aunque estuviese loco. O por eso

19/02/2024 - 

VALÈNCIA. Algo bonito del pasado es encontrar que, entre lo desfasado, pasado de moda, olvidado y alejando por completo de las agendas actuales de consumo, puede estar tan bien e incluso resultar más rompedor que las obras más puestas al día. A mí me pasa con los novelones decimonónicos, en Balzac, por ejemplo, habrá quien piense que son tostones de obras, pero yo encuentro hilarante comedia en cada frase; comedia sutil e inteligente como pocas. 

Lo mismo ocurre con el cine mudo, una vez que entiendes el lenguaje visual, las obras no son ni mucho menos menores. Estas prospecciones en el pasado en las que puedes conectar con autores con los que no compartes, a priori, prácticamente nada, son muy gratificantes. Te ayudan a ver que no estás solo ni atrapado en el tiempo. 

El cómic de esta semana, Krazy Kat. Páginas dominicales 1916-1917 (La Cúpula) es un buen ejemplo. El protagonista, un gato o una gata, no se sabe a ciencia cierta, si me lo presentaran aislado, me dijeran que es la última ocurrencia de un autor de la Generación Z que viene pegando fuerte, me lo creería. 

¿Por qué? Porque rompe la pauta. Se trata de un personaje que está lleno de amor. Persigue a un ratón, Ignatz, como en los dibujos animados que hemos visto una y otra vez, pero no se lo quiere comer. Al revés, le quiere mucho. Lo quiere achuchar. Es de una ternura infinita y se hace raro encontrar algo así incluso hoy. 

Sobre todo por la ingenuidad. Ignatz lo que hace cada vez que ve al felino es tirarle un ladrillo, una señal que este interpreta como un gesto de amor. El triángulo amoroso lo completa el perro, que es policía y trata de encarcelar a Ignatz cada vez que agrede a su otro amigo. 

Este pequeño esquema de relaciones ha hecho correr ríos de tinta durante años. Lo que a mí me puede parecer un divertido cuento surrealista, para los académicos estadounidenses ha estado cargado de significados. Se ha comprado a Ignatz (anarquista y antisocial) con Mickey Mouse (individualista y manipulador), se ha tratado de entender el papel de Bull Pupp, el perro, que protege al gato, aunque delire, y se lleva al ratón agresor preso, lo que… apena al gato. Es un protector de los inocentes, especialmente cuando estos están locos. 

Aunque Krazy Kat puede estar a buenas con el perro, no está enamorada de él, solo tiene ojitos para el ratón, que la maltrata. Lo que se ha analizado muchas veces como las complejidades del amor, lo irracional de los flechazos. Aquí se me ocurre citar a König, que decía en alguno de sus álbumes que, ante la duda entre cerebro  y corazón, hacer caso siempre a la entrepierna, que nunca se equivocaba. 

Y por otro lado están los sentimientos del ratón, incapaz de amar. Solo puede lanzar ladrillos y por eso lo adora el gato, quien los recibe. Todo ello en el condado de Coconino, aparentemente ficticio, pero que tenía un referente en una zona de Arizona. 

Hay una poesía muy profunda en unas relaciones tan básicas entre unos personajes que, a priori, el ratón, el gato y el perro, serían clichés básicos. En muchas ocasiones se ha querido ver una evocación de la homosexualidad en estas historietas, en otras una cuestión de racismo. Para mí, el amor tan irracional y profundo que profesa este gato nos conecta con nuestro niño más íntimo e insobornable. 


Su autor, George Herriman, era mulato y, como se ve en esta cuidada edición de La Cúpula, iba siempre con sombrero, incluso en interiores, para que no se viera el color de su piel. En caso contrario, difícilmente hubiera publicado. Y tan bien se ocultó, que  hasta los años 70 todo el mundo se pensaba que había sido blanco (murió en 1944)

Herriman procedía de Nueva Orleans, del barrio de Treme que se hizo popular en todo el mundo por la serie de HBO del mismo nombre, y tuvo una vida singular, como mínimo. Amante de los animales, en 1934 tenía cinco perros y trece gatos y era vegetariano. Estaba tan comprometido con sus ideales pacifistas, que cuando Henry Ford manifestó sus ideas de que el consumismo era una herramienta clave para la paz mundial, Herriman solo compró coches Ford. En realidad, su arte tuvo un gran protector, el infame William Randolph Hearst, que estaba enamorado de sus dibujos. 

Además, estuvo casado con una mujer blanca. Hacerse pasar por blanco le permitió comprar propiedades en zona de Los Ángeles donde los negros tenían el acceso completamente vetado. Tuvo varias hijas, de las cuales una murió por epilepsia, pero según uno de sus biógrafos tuvo un romance tardío con la viuda de un amigo íntimo. Viéndolo con estos mimbres, y tanta fotografía con sus sombreros y sus animales, si hoy se llevara un biopic al cine sería muy oportuno y nada oportunista, como desgraciadamente hay tantos otros. 

Charles M. Schulz, el creador de Snoopy, siempre reconoció que había recibido una gran influencia de Herriman después de la Segunda Guerra Mundial. El gran Robert Crumb le calificó como el Leonardo da Vinci de los cómics. Sin embargo, también hay que tenerle en cuenta como guionista, de hecho, ha sido comparado a veces con James Joyce. De este último aspecto da cuenta su traductor al castellano, Rubén Lardín, que se ha enfrentado a la difícil tarea de adaptar un lenguaje a menudo nacido desvaríos, fonético, e inédito a un español actual. Un trabajo realmente complicado, porque para los que leen estas historietas en su idioma original, normalmente los juegos de palabras (a veces inventadas) son tan importantes como el mismo trazo. La recopilación que ha sacado La Cúpula de sus trabajos 1916-1917 está cuidada al detalle. Trae valiosos textos y el 29 de febrero lanzará su segunda edición. Un must.

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