Todos nos quedamos estupefactos cuando la Federación Rusa invadió Ucrania, el 24 de febrero de 2022, viendo la devastación y el horror que las fuerzas rusas provocaron y los cientos de civiles asesinados que dejaron a su paso, en pueblos como Bucha y muchos otros. Fue –está siendo aún hoy– un ataque vil a un país soberano, sin que hubiese habido provocación previa alguna. Todo ello suscitó olas de indignación y, al mismo tiempo, de simpatía y solidaridad para con el pueblo ucraniano. Desde luego, entre las personas con un mínimo criterio ético o moral, y sentido de humanidad. Sin embargo, aquí en España, algunos líderes de diversos partidos políticos, que, paradójicamente, tiene como bandera la defensa de los derechos humanos, se negaron a condenar la agresión y a expresar su solidaridad con el pueblo ucraniano. Y hoy, esos mismos partidos y líderes políticos, ante el feroz ataque terrorista cometido por el grupo terrorista Hamás en el sur de Israel, el sábado 7 de octubre, vuelven a adoptar la misma actitud y se niegan a condenar el ataque e, incluso, rechazan utilizar el calificativo "terrorista" para referirse a Hamás, o al acto bárbaro cometido.
Los hechos no son los mismos, pero las consecuencias son muy similares. Allí en Ucrania, un Estado atacó a otro y, aunque no hubo una declaración formal de guerra, son soldados, dos ejércitos, los que luchan unos contra otros. Y las víctimas civiles causadas dicen ser –aunque, en realidad, no lo sean siempre– daños colaterales de operaciones militares necesarias. En el caso de Israel, en cabio, el ataque de Hamás fue un ataque terrorista, en el pleno sentido de la palabra. Fue un ataque dirigido específicamente contra población civil, indefensa. Y no es que se tratase de un ataque ciego contra un colectivo de ciudadanos, donde el atacante ni siquiera ve a sus víctimas. No, en el caso de Hamás fue un ataque personal, se buscó a las víctimas y, en casos como el kibutz Kfar Aza (que, paradójicamente, significa en castellano Ciudad de Gaza), entraron en sus casas para asesinar una a una a sus víctimas, hombres, mujeres, niños, ancianos, familias completas, incluso han aparecido cadáveres de niños decapitados. 40 bebés fueron asesinados. No quedó nadie vivo. Y lo mismo ocurrió en otros pueblos y aldeas, pacíficas villas rurales, algunas a más de 20 kilómetros de la frontera con Gaza. Víctimas asesinadas y cuerpos mutilados. Mujeres jóvenes violadas y cerca de ciento cincuenta personas secuestradas, arrancadas de sus camas y llevadas a Gaza, donde muchas de ellas fueron exhibidas –cadáveres incluidos– como botín de guerra por las calles de Gaza, donde fueron golpeados y vejados por sus captores y por ciudadanos ordinarios. No hay trampa ni propaganda maliciosa en todo esto. Ellos mismos se ocuparon de grabarlo todo con sus móviles y de ponerlo inmediatamente después en las redes sociales, con todo orgullo. Por eso hemos podido conocer el horror. Por eso hemos podido ver, casi en directo, el increíble nivel de maldad, de depravación, de deshumanización de estos miserables terroristas.
La actuación de los terroristas de Hamás y las imágenes que nos han dejado son prácticamente iguales a las actuaciones de los grupos de exterminio de las SS nazis en los territorios ocupados del Este de Europa. De hecho, lo ocurrido este fin de semana pasado en el sur de Israel es el asesinato en masa de judíos más grande que se ha producido desde el Holocausto.
Y, a pesar de todo –y me imagino que ellos han visto también esas imágenes–, los líderes de Sumar y de otros grupos de la extrema izquierda de España, con toda vileza y mezquindad se han negado a calificar estos terribles actos de barbarie como "actos terroristas", o a calificar a Hamás como una organización terrorista. Así, por ejemplo, decía un representante de Más Madrid que "hasta que las Naciones Unidos no lo declaren crímenes de Guerra, nosotros no lo clasificamos como tal", y se negaron a participar en un minuto de silencio en recuerdo de las víctimas. Pues se confunden, o lo ignoran con maldad, porque el propio Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, condenó inmediatamente "con la mayor firmeza" el ataque de Hamás contra Israel, añadiendo con claridad que nada puede justificar los "actos de terror" de Hamás. Y, desde luego, deberían saber que Hamás –junto con ETA– figura en la lista oficial de organizaciones terroristas publicada ya en 2009 por la Unión Europea, organización a la que, ellos también deberían saberlo, pertenece España.
Y yo me pregunto: ¿cómo pueden Enrique Santiago o Yolanda Díaz –vicepresidenta del Gobierno de España–, ver las imágenes de mujeres de entre 16 y 26 años, como Noa, Hodayá, Karin, Limor, May, Maayan, Ayelet, Hen, Shoam, Rotem, Romi y otras cientos de jóvenes, favorables a la paz entre palestinos e israelíes, que asistían a un festival de música por la paz, seguramente votantes de partidos de la izquierda israelí y que seguro también que hace sólo unos días se manifestaban por la democracia en las calles de varias ciudades israelíes y en contra del gobierno extremista de Netanyahu, que han sido asesinadas, violadas, maltratadas y llevadas secuestradas a Gaza; cómo pueden, digo, ver todo esto y no condenar sin paliativos semejante acto de terror? ¿Cómo es posible que su obcecación ideológica y odio por el Estado de Israel les impida ver la realidad y rechazar semejantes crímenes contra la humanidad? ¿Es que los posibles crímenes cometidos por Israel a lo largo de estos lamentables años de ocupación hacen buenos los crímenes de Hamás? ¿Cómo es posible semejante falta de ética y de humanidad? ¿Cómo es posible que el utilitarismo político les permita mirar con frialdad hacia otro lado, o decir que la ocupación israelí de los territorios palestinos justifica el asesinato y de bebés, o la violación de jóvenes israelíes?
Quizá creen que eso es una lucha legítima contra el sionismo, como sostiene el gran ayatola iraní Alí Jamenei. A mí me parece, sin embargo, una simple y repugnante manifestación de antisemitismo. Contra Israel vale todo, porque es un Estado judío, porque es la encarnación del mal. Y los ciudadanos de Israel son judíos, son parte de ese indeseable todo.
Y, sin embargo, se confunden. Entre los 260 jóvenes asesinados en el festival musical por la paz había más de 40 jóvenes palestinos-israelíes, cristianos y musulmanes. ¿También ellos eran judíos sionistas y, por lo tanto, merecían morir?
Esta falta de ética y de humanidad, este inmoral utilitarismo político, me preocupan enormemente ya que se trata de figuras públicas a las que muchos jóvenes en este país siguen políticamente y los tienen como referentes. ¿Son, pues, estos los líderes políticos en quienes podemos confiar el futuro de nuestros hijos? ¿Son estos políticos los que diseñan los contenidos éticos de nuestros programas educativos? ¿Cuáles son los valores que fomentan?
No nos engañemos. Ni las más de mil víctimas mortales del ataque terrorista de Hamás eran malvados sionistas, ni Hamás es un movimiento liberador del pueblo palestino. En realidad, Hamás, desde su mismo nacimiento, no ha traído más que dolor y persecución al pueblo palestino. Nunca ha buscado ni logrado un ápice de liberación para los palestinos. Muy al contrario, su única obsesión y programa político es la destrucción del Estado de Israel, la eliminación del pueblo judío, y la implantación en todo su territorio de una dictadura política y religiosa islámica. Y en cuanto tuvo la más mínima posibilidad de hacerlo, aunque fuese sólo en una parte reducida del territorio –la Franja de Gaza–, lo hizo. Por eso, tras las elecciones al Consejo Legislativo Palestino de 25 de enero de 2006, que Hamás ganó limpiamente, obteniendo el 44,5% de los escaños, en vez de querer profundizar en la libertad de su pueblo, quisieron imponer su dictadura religiosa y, como no lo consiguieron, dieron un golpe de Estado. Así se hicieron con el poder absoluto en Gaza, echando de las instituciones y asesinando a un elevado número de militantes de Al Fatah, el partido de Yasser Arafat. Desde entonces gobiernan la Franja de Gaza con mano férrea y oprimen a los ciudadanos palestinos. Y se dedican a provocar el terror en Israel, con constantes ataques terroristas, unas veces con bombas en las calles, y otras veces mediante el lanzamiento de cohetes. Su estrategia es la de "acción-reacción"; es decir provocar con ataques la reacción violenta de Israel, con frecuencia desmesurada, y tratar de obtener con ello el apoyo de la opinión pública, palestina y mundial, presentándose como las víctimas de la opresión israelí. Es decir, la estrategia de "cuanto peor, mejor".
El pueblo palestino merece su libertad, merece tener su propio Estado, e Israel debe poner fin a esta larga ocupación iniciada en 1967. Pero Israel merece también su propia seguridad y tranquilidad. Los ciudadanos israelíes –como los palestinos– merecen tener una vida normal, sin otra preocupación que su bienestar y el bienestar de sus hijos. Pero Israel lleva en estado de guerra desde su mismo establecimiento. Generación tras generación, los ciudadanos israelíes han crecido y se ha educado con el sonido de las sirenas de alarma y con largos períodos de servicio militar, hombres y mujeres. Llegó la hora de poner fin a esta situación. Y la comunidad internacional –principalmente los Estados Unidos y la Unión Europea– deben hacer todo lo posible para que las dos partes vuelvan a la mesa de negociaciones y solventen sus diferencias. Ni un metro de tierra más o menos justifica la muerte de un solo niño palestino o israelí.
Y Hamás, el gran enemigo del pueblo palestino, debe ser aislado, arrinconado. Su gran mentira debe ser desmotada. Ham´s no es el pueblo palestino ni representa –ni la desea– su justa causa de libertad y paz. Sus acciones ensucian y contribuyen a deslegitimar esa justa causa. Y nuestros dirigentes políticos, todos ellos, deben abrir bien los ojos y ser conscientes de ello y –si no es puro y simple antisemitismo lo que en el fondo les mueve– deben actuar en consecuencia y no fomentar el odio entre las partes, sino la reconciliación y la paz.
Tamar Shuali Trachtenberg es profesora de Teoría de la Educación de la Universidad Católica de Valencia